Jueves, 6 de marzo de 2008 | Hoy
LLEGA OZZY OSBOURNE AL QUILMES ROCK
Llega el valuarte de la prehistoria del hard y el heavy, con una carrera sanguinaria, mística, épica, oscura y musicalmente deslumbrante (sobre todo en los primeros años). Ozzy habla de sus antiguas adicciones, de su paso por Black Sabbath, de su reality en MTV, de su último disco Black Rain y de las palomas y murciélagos degollados en un par de ocasiones... Bueno, de eso prefiere no hablar.
Por Cristian Vitale
El período que va de los albores de 1977 hasta, más o menos, mediados de 1982 es uno de los más turbulentos, jodidos y bizarros en la vida de Ozzy Osbourne: un desenfrenado maratón de alcohol y drogas determina que sus compañeros de Black Sabbath literalmente lo echen de la banda. Hay una primera instancia en que la muerte de su padre y el divorcio de Thelma Malfayr, su primera mujer, determinan la situación. El resentimiento dura cuatro meses (octubre 1977 - enero 1978) y lo reemplaza Dave Walker, fundador del legendario Fleetwood Mac. Después vuelve un rato, pero no hay vuelta atrás: Ozzy ya no era bienvenido al ritual del sábado negro, que él mismo había originado con sus forajidos amigos de Birmingham. Atrás quedaban siete discos medulares para la prehistoria del hard rock (Paranoid, Master of Reality y Sabotage, en especial) y una química de personalidades infranqueable. Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward deciden no soportar más las alteraciones mentales de Ozzy y lo cambian, definitivamente, por Ronnie James Dio. “Siempre se dijo que me echaron por las drogas y eso, pero es inverosímil: todos nos estábamos dando mal en esa época. La verdad, es que nunca supe la razón”, evoca hoy, ante el NO, en un giro hacia el pasado.
A partir de esa bisagra, la banda no sólo prosigue sino que graba otro disco para la vitrina (Heaven and Hell) mientras Ozzy se desenfrena más: apoyado por Sharon —su segunda mujer—, junta ex músicos de Uriah Heep, Rainbow y Quiet Riot y funda Blizzard of Ozz. Apenas tres años de éxito (apuntalados por el excelente disco homónimo) y el golpe final: Randy Rhoads, el guitarrista, se mata en un accidente aéreo y Ozzy, tal vez inducido por alguna rara premonición, se desquita con palomas y murciélagos... nace una leyenda. A ver, una de las canciones centrales de su primera etapa solista (Mr Crowley) le pone marco a ese presente raro: Aleister Crowley había sido un mago de magia negra. Un alquimista y ocultista que había vivido entre tinieblas desde 1875 hasta 1947 y el bueno de Ozzy lo rescataba en un corte. Antes de entrar a grabar, el sello Epic lo cita para una entrevista y el cantante asiste borracho con dos palomas: a una la deja libre y a la otra le saca la cabeza de un mordiscón. ¿Resultado? La compañía lo contrata inmediatamente y la banda graba otro disco seminal: Diary of a Madman.
Durante uno de los conciertos de la gira presentación, en Des Moines, Iowa, el príncipe de las tinieblas le muerde la cabeza a un murciélago y le suma votos a Satán. Era usual que Osbourne, en pleno trance efectista, masticara murciélagos de cotillón durante sus shows, pero parece que ese día alguien del público le tiró uno de verdad, y el hombre se mascó el caramelo. “Sharon me gritaba: ‘¡Idiota, es un murciélago de verdad!’. Y yo le dije: ‘¿Qué?’. Y entonces tuve que abandonar la gira y recibir inyecciones contra la rabia. Eso fue muy divertido”, dijo una vez al respecto, en una entrevista para MTV.
Riesgos del periodismo: evidentemente Ozzy no tiene el mismo humor que aquella vez y se pone violento ante la inquietud del NO. ¿Volverías a hacerlo? “Esa es una estúpida fucking pregunta”, se escucha desde el otro lado del teléfono. Y corta. Después aparece la voz de su representante pidiendo disculpas.
La versión cotidiana, hogareña, liviana que muestra Don Ozzy en el —olvidable— reality que grabó junto a parte de su familia para MTV, a cambio de unos 32 millones de dólares anuales, tiene poco que ver con el de verdad. Contrasta con una historia pesada anterior y posterior a sus arrebatos caníbales. Inmediatamente después de la gira de Diario de un loco, le prohíben la entrada a Boston y el FBI lo marca de cerca porque recibe la información de que Ozzy quería mear en las mismísimas escaleras de la Casa Blanca. No llega hacerlo, pero sus fluidos internos sí alcanzan el monumento a la batalla de El Alamo en Texas. ¡Y la pillada es de parado, vestido de mujer! La consecuencia es el calabozo, un lugar nada ajeno para una promesa de bandido que salvó, en parte, su devenir con Black Sabbath. En parte porque, más allá del banquete de palomas y murciélagos, Ozzy se enredó varias veces más en problemas. En 1988, un joven canadiense se suicidó escuchando Suicide Solution y el padre demandó al cantante por inducir a los jóvenes a quitarse la vida. Ozzy se defendió probando que la letra había sido en homenaje del malogrado cantante de AC/DC, Bon Scott, y fue absuelto por la Corte Suprema de Estados Unidos. Al año —más grave aún— intentó ahorcar a Sharon en pleno estado de ebriedad, y cayó nuevamente preso por intento de homicidio, hasta que —centro de rehabilitación mediante— recibió el perdón de su mujer.
John Michael Osbourne, nacido el 3 de diciembre de 1948 en Aston, un pueblito ladero a Birmingham, era un pibe muy pobre que dormía con todos sus hermanos varones (tres) en la misma cama y sin sábanas. Para colmo, a causa de su dislexia tuvo que abandonar la escuela a los 15 años y se dedicó al robo de casas: al primer enganche fue a parar al calabozo y le dieron tres meses, que no llegó a cumplir. Pero tres semanas sin ver el sol, más una aguja de coser y un pedazo de grafito fueron suficientes para poblarlo de tatuajes: el de los nudillos decía Ozzy. Después, historia conocida: durante el otoño de 1967 se une a Iommi, Butler y Ward para formar primero Polka Tulk, luego Earth y finalmente Black Sabbath, nombre tomado de una vieja película de Boris Karloff. Tres bandas con distinto nombre, pero los mismos integrantes y similar intención: sanguinaria, mística, épica y oscura. Deslumbrante. Así duraron nueve años y ocho discos, hasta que Iommi and Company se cortaron solos. Entre aquel desligue —exceptuando el período en que volvió Ozzy y grabaron el disco Reunion— pasaron mil cantantes: Dave Walker, Dio, Ian Gillan, Dave Donato, Glenn Hughes, Ray Gillen, Tony Martin —el que más duró— y Rob Haldford. “La verdad es que me gusta mucho cómo canta Ronnie Dio, por ejemplo, pero en verdad nunca le presté mucha atención a los demás. Jamás me interesó”, se desliga.
—De vez en cuando, pero ahora ya no. Al no estar más en la banda, ellos tenían todo el derecho a juntarse cuando quisieran. Yo me fijo en mis propios asuntos, así que Sabbath ya no es un tema mío, que hagan lo que quieran.
—Para nada.
—No. Quiero decir, estuvo bueno reencontrarme con ellos, tocar otra vez las viejas canciones, ser como amigos y no tener motivo de enojo con ellos, pero no dejó nada.
Osbourne actuará por primera vez en la Argentina el próximo 28 de marzo, en River. Será, además del número principal del Quilmes Rock, la cabeza del line up del Ozzfest (que creó junto a su actual mujer allá por 1999), del que también formarán parte Korn y ¡otra vez! Deep Purple. Trae bajo el brazo, casi fresquito, Black Rain, decimoctavo trabajo de su prolífica carrera solista. El disco, producido por él y Kevin Churko —ex colaborador de ¡Britney Spears!—, tiene diez temas de cepa osbourniana, con ribetes sabbathianos (pesados, densos, apocalípticos, profundos), su voz inconfundible, un plus sonoro demoledor y cierta aura a Black Label Society, banda de su actual guitarrista, Zakk Wylde. “No creo que Black Rain sea un regreso salvaje al primer Sabbath, ni un viaje hacia el futuro. Sólo entré al estudio y lo grabé. Yo lo veo como un disco completamente nuevo. Después, que la gente saque sus propias conclusiones”, sostiene.
Black Rain es su primer disco en seis años. En el medio —Down to Earth, el anterior, data de 2002— ocurrió el reality y un accidente en moto, que casi se lo lleva al otro mundo: estuvo en terapia intensiva. “Nunca manejaré una moto de nuevo —se ríe—. Recuerdo que no estaba yendo muy rápido, pero aún así me rompí el cuello y otros huesos, y me perforé los pulmones. Así que jamás andaré en moto otra vez, por suerte sigo adelante.”
—Creo que uno nunca se recupera de la adicción a las drogas. Lo cierto es que hoy no tomo y estoy en un buen momento, pero no es fácil.
—No tengo idea, pero lo voy a buscar así lo escucho.
Los tópicos centrales de Ozzy a la hora de escupir tinta acuerdan con el temperamento lógico de una personalidad inestable: dualidad, misterio, laberintos del alma, alguna que otra canción de amor (No más lágrimas, habla de un claro pedido de reconciliación), pero Dreamer, pieza perdida entre las gemas de Down to Earth, trata del amor por la naturaleza, transforman en tentadora una pregunta. ¿Sos un soñador como Lennon o sólo te identifican la raya al medio y los anteojos redondos? Ozzy tira una carcajada y evade responder: claramente se trata de un atajo. “Francamente no lo sé”, se queda. “Lo que sí sé —arranca solo— es que el talk show que hice con mi familia me pareció una experiencia apasionante.”
—No me importa. La verdad es que lo disfruté mucho.
La tira duró unos dos años y Ozzy aprovechó para mostrarle al mundo (MTV mediante) su costado cotidiano. La relación diaria con Sharon y dos de los tres hijos que tuvo con ella (Kelly y Jack) y ciertas escenas de la vida conyugal en su lujosa mansión de Yanquilandia. De todos modos, no le alcanzó (¿o sí?); el mundo vio que ese cuerpo agitado por una vida de adicciones y excesos estaba tan lejos de Ned Flanders como Platón de descubrir la televisión. Marilyn Manson, Gene Simmons y Alice Cooper, incluso los tres juntos, son incapaces de hacerle sombra a semejante trayectoria.
Producción: Andrés Valenzuela.
* Ozzy Osbourne toca el 30 de marzo en el Quilmes Rock con Korn, Black Label Society, Rata Blanca y Carajo.
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