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Jueves, 29 de mayo de 2008

CRONICA I: XXIV CIUDAD OCULTA ROCK

En busca del rockero perdido

Un festival sin sponsors, ni departamentos de marketing, ni monopolios edulcorados, pero con una estrella mainstream en la grilla.

 Por Mario Yannoulas

¿Y cuándo vendrá Pity?

La pregunta, más común entre el público y los primerizos que entre los propios organizadores del clásico Ciudad Oculta Rock, atravesaba la trama controversial del domingo como una flecha sin destino: el país estaba partido en dos actos que se disputaban monedas audaces. Y todo en nombre de la Patria. Pero Patria no hay una sola, y los que no figuran ni en el rabillo del ojo de los que debaten el orden nacional en Salta y Rosario también se juntaron un nuevo 25 de Mayo para alzar la copa.

El festival, que va por su edición número veinticuatro, volvió a trocar reconfortante chocolate caliente por infinitos litros de vino de caja, cerveza casi fría y vasos del peor plástico. La historia oculta del más célebre que conocido episodio de Mayo de 1810 volvió a devenir en expresión de lo oculto, aquello que la última dictadura militar intentó tirar bajo la alfombra durante el Mundial de 1978 por pavor a que los extranjeros tomaran contacto con la miseria de este país, y entendieran por fin que éramos derechos y humanos.

De ahí que el Barrio General Belgrano o Villa 15 tomara Ciudad Oculta como una suerte de nombre de fantasía. La historia se repite cada 25 de Mayo desde 1985, con algunas intermitencias, en el que un grupo de no más de trece vecinos convoca a bandas de distintos barrios para armar un encuentro de rock a su manera y juntar alimentos para los que los necesitan. A ellos, y a la memoria de muchos fundadores que murieron en el camino, se suman unos ochenta conocidos que tienden una mano en materia de logística y seguridad. Este es el caso de un festi sin sponsors, ni departamentos de marketing, ni monopolios edulcorados, pero con una estrella mainstream en la grilla. “Hay un rock popular que está de la vereda de enfrente del rock marketinero, y ésta es la fiesta del rock popular”, sentencia Fachi, ex Viejas Locas, hoy Motor Loco.

¿Y qué va a pasar cuando venga Pity?

La mezcla de cemento que desborda las juntas de los ladrillos, cabezas que asoman por entre la ropa secándose en la humedad de las terrazas, humo, hedor a ganado y matadero, el hospital inconcluso conocido como “El elefante blanco”, pobreza extrema. Alcohol y complementos, esta vez con rock & roll en los parlantes. El equipo del NO se topa con un señor robusto detrás de una valla, que empuña una botella de whisky sin abrir y advierte que no va a permitir notas de ningún tipo. Después afloja, y más tarde se descubre que aquella botella de 27 pesos era el premio de una rifa. Es la primera vez que el concierto no se emplaza en el corazón de Ciudad Oculta sino a un costado, sobre la avenida Eva Perón, más conocida como Avenida del Trabajo. Mono, uno de los organizadores, explica: “Se estaba yendo de las manos. Los pasillos de la villa terminaban colmados, la gente meaba en cualquier lado porque no podíamos meter tantos baños químicos y, además, lamentablemente, había muchos robos”. La decisión fue, entonces, cortar el tránsito en la avenida en las cuatro cuadras entre Lisandro de la Torre y Murguiondo.

¿Vendrá en combi, o caminando?

El cronograma oficial indicaba que Los Gardelitos habían hecho callar a los pájaros a la once am. Pese a la sistemática desmentida previa de Eli Suárez y los suyos, se hizo realidad. En definitiva, un 25 de Mayo de 1996 se los había visto debutar en este mismo lugar, de la mano de Korneta. Para el cierre, además de Intoxicados, lo prometido es Motor Loco e Hijos del Oeste, nuevo emprendimiento de Toti Pordiosero, otra figurita de la noche. Antes de ellos pasarían Pato Criollo, Santo Infierno, La Chancha Muda, Seda Carmín, Etiqueta, Viejo Berry, Rubias de Hong Kong, Antonio Gil y La Percanta.

Cerca de las dos, Etiqueta está sobre las tablas y las banderas se agitan con fuerza. Tachi, cantante y guitarrista, se acerca al vallado para saludar a un buen puñado de fanáticos y firmar algún autógrafo. “Si fuera por él, se quedaría todo el día hablando con la gente”, desliza Gustavo, el manager.

¿Estará en la casa? Porque él vive acá a cuatro cuadras...

“Me pone nervioso no saber cuándo va a llegar Pity, porque cuando cae quiere tocar, y si aparece ahora nos arma un quilombo bárbaro”, confiesa Mono a un costado del escenario, mientras el baterista Abel Meyer se fuma un habano delante del vallado, de cara a la banda de turno, secundado por su compañero Jorge Rossi. Ellos juran que tampoco saben cuándo va a llegar Pity, ni dónde carajo está. “¿Peleados, nosotros? ¡No! Si estuviéramos peleados ya se habrían enterado. No se puede hacer ni un chiste, che”, despeja el ex Viejas Locas ante la pregunta del fotógrafo. “Pity estuvo durmiendo en esta carpa a la mañana”, aporta un miembro de la organización que acusa sequedad en la garganta, pide un trago de gaseosa y se pregunta por qué no vino nadie de la televisión, “CQC, o uno de esos que siempre aparecen”.

La otra figura que se hace esperar es Toti Iglesias, otrora Jóvenes Pordioseros, hoy Hijos del Oeste. Llega pasadas las seis desde un bar de Flores, secundado por un séquito de músicos, botellita de Fernando en la mano. Se le abalanzan, le piden desesperados que pose para sus celulares, que enarbole a sus bebés, que los salude, que los escuche y los bendiga con una instantánea. Y él hace eso con todos. “A disfrutar”, propone como premisa básica para lo que queda de la tarde el otro hijo del barrio de Lugano. “Me mata esto, ¿ves? Los chiquitos, ver tantos chiquitos”, apunta al NO, y Jorge cierra: “Esto sirve para que la patria del rock no se olvide de que no hay fronteras, de que en los asentamientos hay gente muy copada que se organiza y puede hacer cosas cada vez más grandes. Muchos entran a Ciudad Oculta por primera vez, y es un buen intercambio”.

Pero... ¿y Pity?

Pity –que editó el sábado su esperado El exilio de las especies (Thend) y el martes hizo conferencia de prensa– aterriza alrededor de las ocho de la noche. Improvisa un show no demasiado largo, ni demasiado iluminado, pero el chocolate del 25 ya está frío, y la penumbra hizo desaparecer esa ciudad inexistente que sólo emerge en algunas ocasiones.

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Imagen: Alfredo Srur
 
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