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Jueves, 29 de mayo de 2008

POSEIDOTICA EDITO LA DISTANCIA

El silencio de los inocentes

Son responsables de haber renovado los aires de la música instrumental, pero dejando en claro que el sonido que proponen no es hippón de los ’60 sino hippón de ahora.

 Por Mario Yannoulas

“Hacer rock instrumental significa tocar un género que parece nuevo pero no lo es, porque la música instrumental existe desde épocas milenarias. Está en la música clásica y en el jazz también. A su vez existió rock instrumental en diferentes épocas, pero no estuvo demasiado visible. Es un género complicado a niveles de masividad que, si bien ahora está proliferando, hace que cada paso cueste un poquito más. Lo atrapante es que representa una exigencia distinta respecto de hacer música cantada, sin menospreciar lo cantado, por supuesto”, delinea Martín Rodríguez, bajista de Poseidótica.

El género trae incorporado un buen paquete de incógnitas, es como cuando a uno lo miran fijo y en silencio del otro lado de la mesa, y no sabe si esperar un abrazo o una puñalada. Despliega sobre el paño diatribas que apuntan a lo más profundo de la médula rockera: lo que se dice y lo que se hace nunca escapa al ojo avizor. Ahora: ¿qué pasa cuando no se dice? ¿Se trata de otra jugarreta del rock & roll? ¿Por qué no decir nada? ¿Será que es tanto lo que hay para hablar que no vale la pena intentar volcarlo en el tiempo volátil de una canción? “Yo creo que concepto hay, pero se debe bucear para conocerlo. Sabemos que es difícil, más en estos tiempos en los que el disco de Babasónicos te sale por el celular. Que una persona dedique tiempo a escuchar el disco y leer el relato que viene en el librito es parte del objetivo”, concede el músico y sociólogo, de estampa hard-rocker-setentosa.

La de Poseidótica es una de esas “músicas para volar” –cuidado: no de las de TV de trasnoche–, aunque en su propio catálogo de referencias aparece la idea del rock cerebral, del kraut rock (hablan de Soft Machine, entre otras bases), y del –para ellos– confuso mote stoner. La descarga del cuarteto tiene que ver con esa energía que emana el vivo de Los Natas. Su recientemente editado La distancia (Aquatalan Records, 2008), segundo disco en siete años, combina los pilares barrocos de Corsario Negro con el sonido envolvente de El Hombre Montaña, más pinceladas alla King Crimson y arrebatos jazzeros, dispersos por un tapiz sonoro que tiende más a la convergencia que al purismo.

El aire propio del cuarteto, que se completa con Santiago Rúa y Hernán Miceli en guitarras, y Federico Bramanti en batería, se plasma en el escenario como si un velo invisible separara a las guitarras de la base rítmica: sacaron pasaje para el mismo lugar, pero en diferentes compañías. Una vez más, la furia contenida, esa suerte de pálpito de explosión inminente que no termina de desenvolverse, pero que en el camino deja su marca, fija un pulso.

En este caso, las estructuras no operan como cárceles de la percepción sino como base estructural, la necesidad del cuerpo vivo de organizarse y mutar para subsistir.

–¿Qué pasó cuando entre ustedes surgió el comentario: “Che, nadie está cantando”?

Martín: –Desistimos rápidamente, no estuvimos tres años buscando cantante. Las personas que vinieron en su momento no nos interesaron, o no cuajaban con la música que ya teníamos.

Santiago: –También es algo que sale naturalmente. Nos parecía que estaba bueno así, sin cantante, sin letras. Nos permitía hacer algo más amplio, liberarnos de la estructura clásica de la canción.

Martín: –Tampoco somos una banda de rock instrumental improvisado. Parece todo muy etéreo, pero no lo es. Cada cosa que se escucha está calculada, cada acorde, cada nota.

–¿Qué significado le otorgan al hecho de no tener letras?

Martín: –La banda tiene una fuerte carga conceptual. La parte lírica va por otro lado. Por ejemplo, desde los nombres de los temas.

Santiago: –No hay letras, pero hay mensaje.

Martín: –Sí, puede ser. Siempre les damos a las cosas una vuelta de tuerca y la terminamos complicando un poco más, pero el último disco tiene escrito un relato bastante extenso, y eso esconde alguna interpretación posible. Nuestro primer disco (Intramundo, 2005, con Walter Broide de Los Natas en batería), también tiene una carga conceptual. Nosotros decimos que ése es un disco más acuático, y éste es como más terrenal, está impregnado de relaciones sociales. No es que estamos tirando un mensaje concreto, estamos haciendo música reflexiva, difícil, para que realmente se preste atención y se viva la intensidad del show.

Santiago: –También está la rebeldía de hacer algo distinto. La resistencia que tiene el rock con otras cosas, nosotros la expresamos haciendo algo instrumental. Es una elección que sugiere y estimula el pensamiento en la persona que lo escucha. A veces nos vienen con cada interpretación...

Martín: –Sí, las hipponeadas de cada uno...

Santiago: –Dependiendo de qué se hayan colado antes (risas).

–¿Cuál es el fin de la banda?

Martín: –Puede abarcar muchas cosas. Primero, llegar a un hecho artístico, cada disco hecho con su esfuerzo, buscando una determinada calidad, que el sonido esté buenísimo, que la tapa salga como queremos (el diseño lo hizo Hernán), que al librito lo puedas mirar. Por otro lado, también existe una finalidad que sí está ligada al punk, que es el hazlo tú mismo, editar nosotros los discos, estar con la distribución, hacer la página, que también la hace Hernán. El sello es nuestro, vamos aprendiendo qué hacer y qué no hacer. Y creo que el camino de autogestión esconde algún mensaje. Encontramos inspiración en el laburo de otras bandas, como Pez, que puede servir de ejemplo. Los tipos hicieron su sello, editaron un montón de discos y siguen produciendo.

Santiago: –Desde el primer momento fuimos conscientes de que no iba a ser una música masiva, y eso lo torna más satisfactorio, porque no está la expectativa de vender determinada cantidad de discos. Lo hacemos porque nos gusta, nos cagamos de risa grabando. Después, si lo vendemos, mejor.

Martín: –Damos pequeños pasos. Este ya se está vendiendo en Estados Unidos y Alemania, y tenemos un ofrecimiento de Holanda para sacarlo en vinilo.

–¿Creen que si vivieran de la banda compondrían de otra manera?

Martín: –El medio influye: estar laburando nueve horas en la ciudad todos los días, viajando en subtes abarrotados de gente, viendo el quilombo de Once y cómo la gente se tiene que subir al tren por la ventanilla, y todo ese clima alienante urbano. Después llegás a la sala y lanzás todo ahí. Si estuviera todo el día en mi casa tranquilo, tirado en un parque, sería todo... no sé, más pacifista, más relajado.

–¿Son una banda urbana?

Martín: –Totalmente urbana.

–¿Por qué tienden a complicar los temas?

Martín: –Debe ser algo retorcido en nosotros.

Santiago: –Sí, algo no resuelto. Creo que la cosa progresiva es común a todos. Disponemos de una paleta de cosas para tocar, y tratamos de hacer la mayor cantidad posible.

Martín: –Es nuestra forma de crear, y está un poco premeditado que así sea.

–¿Cómo se inscriben dentro la movida stoner?

Martín: –Mmm... la movida stoner (mirada cómplice con Hernán).

Santiago: –No sé qué es la movida stoner. En realidad, el género está como mal nombrado, hasta puede incluir a una banda de rock & roll. Alguien puede decir que Pappo’s Blues o Zeppelin eran stoner, por ejemplo.

Martín: –De alguna manera sí estamos dentro de la escena. Creo que en algunas bandas está más pensado el hecho de ser stoner, porque tiene que ver con estar ligado a la marihuana, usar equipos valvulares, ese sonido gordo, la cosa vintage. Y nosotros no estamos tan atados a eso. En lo referente a drogas, cada uno hace lo que quiere, si todos nos drogamos o no, no importa, es cosa nuestra. Nosotros queremos tener nuestro sonido, y no consideramos que sea un sonido vintage sino algo moderno, que lo estamos haciendo en el 2000, y no en el ‘72. Si alguien quiere decir que somos eso, bárbaro, pero nosotros no nos vamos a definir así.

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Imagen: Cecilia Salas
 
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