Jueves, 2 de octubre de 2008 | Hoy
CONCURSO CRóNICAS: PEPSI MUSIC - SUPLEMENTO NO
POR PAULA ALVAREZ
APODO: PIGUE
Es viernes, media tarde, el calor se hace sentir en Buenos Aires y aumenta a medida que nos acercamos al Estadio Ciudad de Buenos Aires. Aun así, continúa el paso ligero que obliga a tener una buena cintura para esquivar la cantidad de colores y olores que se aprestan a ingresar al lugar. Lo importante no es la “performance” de quienes van a tocar sino todo lo que se genera alrededor; dicho de otro modo: interconexión pura. El clima acompaña, tanto el geográfico como el grupal, lo que se dice (y perdón que caiga en el lugar común) buenas vibras. Creo que eso define perfectamente este inicio del Pepsi: mucha gente, de todas las edades, todos sonrientes, de caminar tranquilo, pausado, con la calma de los que no tienen apuro para llegar a ningún lugar. Y la música de fondo, al menos en un principio, para entrar en clima y, luego sí, para unirse incondicionalmente a la fiesta reggae que reina en todo el lugar. Un recorrido por los escenarios “para ver quién está”, pero que obliga a quedarse ahí, plantados, con los pies en el suelo y la cabeza en las nubes, y entre esas extremidades queda el cuerpo, independiente del resto, que se deja llevar. La música logra eso: llevar, transportar, recordar y sentir. Y el tiempo pasó, o al menos la llegada de la oscuridad nos lo hizo saber, como para comunicar que hay que regresar, ir al escenario principal, juntarse y esperar... dulce espera. El cielo está despejado, el frío nunca llegó y las nubes no son las que amenazan con lluvia sino que se suman al festejo. Somos decenas, centenas de cuerpos y mentes compartiendo una misma pasión, afuera todo duele más y acá adentro todo es más fácil, más sencillo, más lindo y más nuestro. La música nunca dejó de sonar y siempre estuvo acompañada de los más diversos vaivenes, ya sean emocionales, corporales o mentales: del mecerse lentamente al salto, del relajo total al delirio casi orgásmico por la música que no deja de transitar, de alegrar y conectar a todos los presentes. La magia de la música, la del encuentro, la de compartir y, por qué no, agradecer poder estar ahí como llegamos, plantados.
POR ALEJANDRO DEVOTO
APODO: RANULO
Algunas veces, y si uno tiene un poco de suerte, un festival de música puede convertirse en bastante más que eso. Eso fue lo que ocurrió este sábado 27 de septiembre en el Pepsi. En un maratón tan particular como éste, en el que no existe meta o línea de llegada, todos ganamos por el solo hecho de animarnos a correrla. El Pepsi tiene la particularidad de presentarnos, en un mismo día, bandas de música que en el mejor de los casos podrían parecernos dispares, y en el peor, sencillamente opuestas. El rock que despliegan Arbol, Karamelo Santo, Kapanga, Carajo y Catupecu, ¿es el mismo rock? La respuesta, que en forma de mensaje o moraleja me dejó este sábado, fue un rotundo y decidido sí. Porque el rock demostró una vez más que puede ser lugar de encuentro y hasta de franco diálogo, que puede movilizar a públicos bien distintos, y que tiene códigos que son sagrados e inquebrantables. Lo que no es poco para los tiempos que corren. Desde la poesía de Arbol hasta la fuerza de Carajo o Karamelo Santo, pasando por la simpleza y ese lenguaje tan nuestro de Kapanga, y la refinada puesta en escena y las intrincadas letras de Catupecu. Todo es rock. Y cuando el rock se hace mensaje, muestra la versión más genuina de sí mismo y cobra otra dimensión. Porque entonces deja de ser sólo acordes y estribillos más o menos pegadizos para entretener y saltar un rato. Los músicos dejan de ser algo ajeno al público que, casi de inmediato, los adopta como propios, como pares. El público se identifica con ellos y, sobre todo, con su mensaje. El músico deja de estar distante, se acerca, se involucra, se compromete. Así las cosas, el rock no sólo entretiene, también deja huella, transforma y trasciende. Las huellas que dejó este sábado a puro y genuino rock pueden resumirse en unas pocas imágenes. El corto que proyectó Carajo como disparador de su recital instando a la paz y mostrando los horrores de las guerras, el Mono Fabio compartiendo escenario con su hijo, el recuerdo de todos los presentes a Gaby de Catupecu, Kapanga interpretando I Just Call to Say I Love you de Stevie Wonder como cómplice guiño al pop, y Karamelo Santo con su Pachamama invitando, casi desafiando, desde el escenario a que todos nos reconozcamos como moldeados a partir del mismo barro. En una fiesta del rock, en la que el mensaje invitando a la unión en todas su formas sonó más fuerte que cualquier parlante, el cierre no podría haber sido más acertado. Arriba, la pantalla gigante del escenario principal, mostraba la palabra “Dale” en infinidad de idiomas; abajo, sobre el escenario, representantes de todas las bandas se disponían para darle al día de maratón el cierre que se merecía. Vaya pues esta versión de Dale con cuatro violas, dos baterías y 22 mil cantantes como la mejor alegoría.
“Acá amigo, ¿me vendés uno?” Parece mentira, pero una fecha que tenía en la grilla a Babasónicos, Massacre, El Otro Yo y Adam Green tuvo por un rato como estrella a... el vendedor de impermeables. Es que la lluvia no dio tregua en gran parte de la tercera jornada del domingo del Pepsi Music, que había empezado temprano con No lo Soporto y su bienvenida dosis de estrógenos y progesterona. El trío presentó su Avión, que parece llevarlas alto, cada vez más alto. Un rato después Adicta demolió el escenario principal a fuerza de electropop con tracción a sangre y con Leo García hubo una improvisada coreografía de paraguas al ritmo de Morrissey. El Otro Yo entró en combustión varias veces a lo largo de su show. Tuvieron como invitado a Micky de Molotov en esa canción de celos enfermos que es No me importa morir. La banda de los hermanos Aldana puede haber pasado los 30 hace rato, pero sigue oliendo a espíritu adolescente. Luego de haber dejado un tendal de barro y estornudos, la lluvia se dio por satisfecha en el momento en el que se presentó Adam Green. “Me iamo Peeepo Pescador”, saludó el neoyorquino que fue la sorpresa de la fecha, con su voz de crooner y sus monólogos delirantes. Con una banda ajustadísima, uno de los mejores momentos llegó cuando interpretó con su guitarra esa perversa balada dedicada a la estrella (fugaz) pop Jessica Simpson. Como broche de oro –y luciendo orgullosa pancita– se tiró de cabeza al público. Antológico. Pero si hablamos de panzas, ninguna como la de Wallas. El cantante de Massacre, portador de la busarda más característica del rock local, tuvo el detalle de acompañarla con unas increíbles calzas fucsia a lunares. Los ex skaters le hicieron justicia al título de su último disco (El Mamut) y salieron a aplastar con la contundencia de un mamífero prehistórico. Massacre se empieza a probar el traje de banda popular que, a diferencia de las calzas de Wallas, le queda a medida. Con Dante en el segundo escenario pareció –por un rato– que el Bronx no estaba tan lejos del paquete club de Núñez. Buzos canguro, pantalones anchos, chicas calavera y “altas llantas” fueron el marco de esa verdadera ametralladora de rimas. Pero todos esperaban a Babasónicos, y lo de Dárgelos y Cía. fue una catarata de hits como pocos artistas pueden ofrecer hoy. Desde Sin mi diablo hasta Pijamas, de Patinador sagrado a Microdancing, la banda sonó de lo más afianzada. Para El colmo, Dárgelos le dejó cantar al público eso de “canción llévame lejos”. Y es un buen reflejo de lo que es Babasónicos: una banda que haciendo lo que más le gusta consiguió que su canción llegara bien lejos. Adrián Dárgelos lo sabe y sonríe. Y por un momento parece ser la persona más feliz del festival. Junto con el vendedor de impermeables, claro.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.