Jueves, 18 de diciembre de 2008 | Hoy
SAQUEN LOS CRUCIFIJOS Y LAS BALAS DE PLATA: ¡PETER MURPHY VIENE A BUENOS AIRES!
El cantante más parecido a un vampiro habla sobre su decisión de reformar Bauhaus, del disco Go away white y de su carrera solista, sombría por decisión propia. Un buen aperitivo para su debut porteño, con el que los darks sueñan desde que lo escucharon cantar Bela Lugosi’s dead.
Por Steve Malins
Amor, humor, tensión, teatro, decadencia, interior, exterior; todo está en la música de Peter Murphy. Una música que ha existido en un costado del ojo público durante las últimas tres décadas, con la timidez suficiente para no tomar nunca el centro de la escena. Es fácil subestimar a Murphy cuando, con cada disco solista, ejecuta un delicado equilibrio de blanco y negro que lleva un tiempo –a veces años– para revelarse. Sus obras son como una saga de sueños inconclusos; imágenes sin color que caen en espiral profunda. A Murphy lo sigue el instinto de las ideas y no puede escapar de allí. No lo hizo en su carrera solista y tampoco en Bauhaus, la banda con la que definió toda una estética a finales de los ‘70 y en la que fue un ciego guiando a los ciegos con su voz de catacumba, que se hace luz en la riqueza de sus palabras y la intensidad de su obra.
“La mía no ha sido una carrera de diseñador ni tampoco me dediqué a disciplinas o profesiones que uno pueda considerar de un tipo normal, porque pienso en mí como un bohemio, un aventurero o un novelista. No me detengo a analizar qué es lo que se mueve a los costados. Siento que eso me alumbra, pero voy hacia delante y hago mi trabajo en mi propio tiempo y espacio”, dice Murphy. El cantante y escritor inglés, huesudo y sanguíneo, cumplió 50 años en julio de 2007 y, para celebrarlo, decidió hacer las pases con David J., Daniel Ash y Kevin Haskins, y resucitar a Bauhaus con Go away white, el primer trabajo del Frankenstein del rock británico desde Burning from the inside, de 1983. Porque no se puede entender a Murphy sin haber comprendido a Bauhaus. Una banda que en la superficie lucía como una gran idea pop –esencialmente una herencia del glam– recortada en cientos de pedazos de luz blanca. Eso era Bauhaus: un séquito de vampiros liderados por un showman sombrío, pariente de la purpurina de T-Rex y niño hambriento de la decadencia maquillada de David Bowie.
Bauhaus fue un teatro negro y un proyecto super personal. El cuarteto supo conectar de manera directa con cada miembro de su público, inspirando y enfrentando la experimentación, el espíritu y la vida, como un sueño de producción propia; un universo distante a la imaginería gótica de segunda mano que hoy sólo se puede encontrar en algún sótano pestilente y húmedo de Londres. Bauhaus podía ser una pieza divertida, apasionada, ultrapretensiosa, minimalista, barroca, original, delirante y espontáneamente brillante. Y lo mejor de Bauhaus fue su sabiduría para cobijar en la misma banda a The Thin White Duke y Marc Bolan, condimentados por una sección rítmica siempre inventiva en dub, en pulso electrónico, en beats tribales o estampidas punk. O sea, una estructura en cambio permanente. Marilyn Manson tomó nota, Billy Corgan se iluminó con su llama y hasta los Jane’s Addiction bebieron de sus aguas oscuras. Por eso no es casualidad que los forajidos de Perry Farrell fueran acto de apertura de Peter Murphy en una de sus giras por Estados Unidos.
“No me sorprende que hoy se siga hablando de Bauhaus o que The Cure siga tocando, porque lo veo como una progresión natural. Es muy bueno que eso le suceda a la música popular, o por lo menos que The Cure esté tocando y con planes a futuro fortalece la música popular, porque esta necesita alimentarse a sí misma todo el tiempo. Y el legado de Bauhaus, The Cure o Joy Division está en manos de chicos como The Editors, quienes actualmente guardan parte de esa esencia, además de ser una de mis bandas favoritas”, explica Murphy.
Cuando Bauhaus implosionó allá por 1983, Peter empezó a ser tomado como un insecto fashion; famoso por sus huesos de jaguar, afilados como una navaja, bañado bajo el reflector como una especie de cruce siniestro entre Nijinski e Iggy Pop, anestesiado y enjaulado en El ansia, la película de Catherine Deneuve y David Bowie. Pero siguió la transformación constante, con la mariposa en la rueda que agita sus alas en el proyecto fantasma Dalis Car, básicamente un disco de Mick Karn con el detalle de la inclusión del carismático frontman en las voces. “Me considero una esponja y un bastardo hombre del Renacimiento. Realmente estoy convencido, y me convencí con los años, de que puedo tomar algo y hacer mi propia versión de eso. Soy como un niño de dos años que ve a alguien bailar y cantar, y empieza a imitarlo. Así es como me veo a mí mismo. No soy un buen académico, es sólo mi manera de aprender”, asegura Murphy.
Pero Dalis Car fue sólo un exquisito adorno de decoración, un ejercicio narcisista; una instalación deforme en una galería de arte que Peter nunca llevó lejos de Inglaterra. El panteón de un Rimbaud de barrio fino que sabe que la verdad que perseguía ha sido revelada. Entonces, ¿qué más queda por investigar? Ese interrogante lo llevó a su primer álbum solista Should the world fail to fall apart, en 1986. Entonces sí ya estaba en los márgenes. El álbum fue ignorado por los fans y por la prensa, sumado a la aparente arrogancia de Murphy al hacer versiones de dos artistas alternativos: Final solution, de Pere Ubu, y The light pours out of me, de Magazine. Producidos por el hombre detrás del sello 4AD y This Mortal Coil, Ivo Watts-Russell, tracks como Canvas beauty, God sends, The answer is clear y la canción que da nombre al disco resumen casi lo mejor de su trabajo, con y sin Bauhaus.
“Love hysteria contenía un montón de relatos de otro mundo y algunos cuentos para adultos y niños. Ese es el imaginario que quiero porque no encuentro nada interesante en el mundo sólido”, afirma en relación al material co-escrito junto a Paul Statham que no significó una catarsis frenética pero sí una bella forma de entender que la vida es un gran baile. “Así me veía yo”, aclara. “Era la silueta del bailarín que intenta no perder el equilibrio sobre el hielo delgado.”
Y cuando suena Indigo eyes nos damos cuenta: estamos ante uno de los cantantes más expresivos y retorcidos de toda la historia de la música pop. Absurdo, incorrecto, divertido, escamoso. Dice Murphy: “Para ser sincero, ahora no me siento identificado con el rock and roll o con el mundo del rock and roll, como sí pude haberlo estado en el pasado. Siempre me gustó decir que estoy en el rock and roll pero que no soy parte del él, porque aún estoy buscando mi lugar. Yo era uno de esos chicos que amaban cantar de muy pequeños y estaba todo el día haciéndolo. Me encantaba cualquier cosa que musicalmente pudiera hacer con mi voz: silbar, trabajar en armonías o simplemente cantar solo en mi cuarto. Soy el más joven de siete hermanos y tuve un padre irlandés que sabía cantar, así que por ahí pueden rastrear mi locura. Hay que pensar que venía de una familia con una larga tradición católica y que en la Navidad solía cantar durante horas en mi casa. Supongo que era como una forma de probarme a mí mismo”.
Tan lejos y tan cerca. Así se definía Murphy a mediados de los noventa. Aunque lentamente las cosas comenzarían a empeorar y Peter caería en pozos evitables como Holy smoke, que si bien guarda sus momentos lúcidos carece de una súper producción. Holy smoke era dulce cuando debía ser agrio y se volvía oscuro cuando debía ser luminoso. Para los Estados Unidos, este disco y su sucesor significarían el fin de la fascinación con el británico. “El príncipe del limbo rock y otro gran álbum perdido”: así definieron los medios especializados a Cascade, de 1995. Grabado en Andalucía y producido por Pascal Gabriel junto al guitarrista Michael Brook, fue el primer intento discográfico de Murphy luego de mudarse a Turquía como residente permanente. Quizá, su más bello trabajo en muchos años y su obra más ignorada, cruda y exuberante.
“Lo dije antes y lo digo ahora: no existe nadie como yo dando vueltas. Por eso sería una sabia decisión atraparme mientras puedan”, ironizaba a comienzos de 1998 como respuesta a los supuestos rumores de una reunión de Bauhaus, que finalmente se transformaría en Gotham, un registro en vivo que se desprendió de la minigira que ellos mismos bautizaron Resurrection ‘98. “Ese tour fue algo mucho más frívolo que este retorno, el cual tuvo un gran compromiso por parte de todos y que además terminó con un nuevo álbum de estudio. Queríamos que esta reunión fuera más organizada y que los conciertos fueran más sobrios y oscuros, como en la etapa original de Bauhaus”, explica. ¿Los motivos del regreso? Más terrenales de lo que uno podía suponer. “Simplemente nos pareció que este momento era una buena época para sacar un disco, armar una gira y que la banda volviera a tocar, porque nos une una actitud similar ante la música y la honestidad de creer en lo que hacemos. Hay una conexión evidente entre lo que hacíamos entonces y la música que hacemos ahora por separado, y esa conexión se llama espiritualidad.”
Murphy supo hacer de sus shows en vivo verdaderos rituales, donde ataca las canciones hasta el hueso. Y allí está otra vez su voz. Ese barítono cavernoso capaz de ser mucho más que un instrumento y la expansión sonora de su lírica tortuosa. Y en ese estado de gracia es imposible escapar a la ensoñación de Bela Lugosi’s dead, himno de ultratumba de 1979 donde el cantante avisa que “los murciélagos han abandonado la torre del campanario y las víctimas han sangrado”. Ahora sí, ya no hay lugar seguro donde esconderse. “Creo que una de las cosas que logró esta reunión es que todos nos hicimos fans nuevamente de las canciones de Bauhaus, al punto de interpretarlas de manera natural y sin pensar mucho en ello. Y si mirás hacia atrás, esas canciones que ya tienen más de veinte años, fueron una referencia e influencia directa sobre muchos artistas. De alguna manera, el espíritu teatral y trágico de Bauhaus los inspiró, aunque hoy en día todo haya cambiado”, asegura.
El regreso del cuarteto comenzó a tomar forma en 2005 cuando Murphy se unió a sus viejos compañeros Daniel Ash, David J. y Kevin Haskins de cara a la actuación que la banda había aceptado dar en el Festival de Coachella, en medio del desierto californiano. De esa manera Bauhaus volvió a enfrentarse a su público después de mucho tiempo y se perfiló para editar un nuevo material, que llegaría en 2008 de la mano del visceral Go away white. “No sabíamos que reacción iban a tener los fans de Bauhaus en los shows, porque no podés invitar por segunda vez a alguien que ya te conoce. No creo que lo que hoy hicimos con Bauhaus necesariamente tenga reminiscencias con el pasado o que suene parecido a los ‘80 porque nosotros y el público hemos cambiado. Go away white es una buena instantánea de la energía que generamos como banda.”
Como se preveía, el grupo decidió dejar este disco como legado final y no seguir alimentando a la bestia dark. En el medio, Murphy se dio el gusto de salir de gira con Trent Reznor y recorrer un circuito de bares y radios por ciudades de Norteamérica sin levantar mucho polvo, con un repertorio que incluyó temas propios, de Bauhaus y Nine Inch Nails, logrando pasajes memorables que hielan la sangre como la lóbrega interpretación de Hurt, una de las canciones más duras y desesperadas que Reznor escribió jamás. Abocado a su propia obra, Murphy dice sentirse satisfecho de la reunión con sus antiguos amigos aunque no aventura un futuro prolífico: “Siempre pensé que era una idea atractiva ver qué música podríamos estar haciendo juntos en este momento, así que lo hicimos. Volver a grabar con Bauhaus fue para mí una gran satisfacción, pero no tanto en el plano musical si no en el plano emocional y humano. Fue muy bueno dejar el pasado atrás para concebir un disco del que todos pudiéramos disfrutar. Y ése fue el canto de cisne de Bauhaus. Bela Lugosi ha muerto”.
“Go away white es un álbum que tiene las características clásicas de Bauhaus: letras mordaces y una música relacionada con lo dark, algo introspectivo y oscuro. Ellos generaron una ruptura porque aparecieron en un momento del post punk en que lo primal y elemental del punk empieza a sofisticarse, y una de las ramas de esa sofisticación fue el dark y lo gótico. Bauhaus hacía una música que se enlazaba con lo progresivo pero que tenía la urgencia del punk, porque todos son buenos músicos. Sus letras son muy reflexivas y existenciales, hablan de lo duro de vivir y de la angustia del ser humano, además de tener una imagen en escena un tanto vampírica. El propio Murphy, todo enjuto y con su cara pétrea, era muy parecido a un vampiro. Un tipo muy intenso, más que nada desde lo gestual. Pero es difícil divorciar la música de la imagen escénica de Bauhaus. Esas iluminaciones, esos rostros cadavéricos, las capas, la interacción entre los músicos que se tocan pero no de una manera homo erótica si no como una danza vampírico erótica... era demasiado.” (Alfredo Rosso, periodista.)
“Supe de Bauhaus cuando empecé a ver unas remeras que los fans pintaban a mano en el Parakultural. Era como algo que sobrevolaba todo y además era una promesa de algo pesado, denso, duro. Me llegó primero el mito y después accedí a la música, que eran unas grabaciones en cassettes que conseguí allá por 1987, y de alguna manera cumplió las expectativas. Era una de las bandas más oscuras que se podían escuchar y debo reconocer que me enloqueció mal. Hasta ese momento no había escuchado un post punk tan salvaje y oscuro como Bauhaus. Estaban Echo & The Bunnymen, New Order, Simple Minds o Psychedelic Furs, algo más orientado al pop o al tecno pop, y mucho más elegante que Bauhaus, digamos. Peter Murphy representaba al frontman diabólico y catártico; ojeroso, huesudo, zarpado. Recuerdo haberlo visto en el comienzo de la película El Ansia, donde aparece en una disco metido en una jaula cantando Bela Lugosi’s dead. Obviamente, compré a lo loco. El tipo daba miedo y la banda también, porque se los escuchaba comprometidos con lo que hacían. Sin dudas, Bauhaus es la música que las FM nunca van a pasar.” (Palo Pandolfo, ex Don Cornelio y La Zona.)
* Peter Murphy se presentará el 13 de enero en el teatro Gran Rex.
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