LA ELECTRONICA QUE NO FUE
Un cierto agotamiento compositivo, la instalación de las grandes bandejas argentinas en Europa, el cierre de radios especializadas, más el mazazo del gobierno porteño al correr la Creamfields a Parque Roca hacen pensar que la escena terminó en bajón.
› Por Yumber Vera Rojas
Una vez que Tiësto concluyó su set en la reciente Creamfields porteña, no sólo puso fin a la novena edición del festival –que superó todas las expectativas al juntar a 40 mil asistentes y desbordar una vibra increíble– sino al último gran evento argentino de la década orientado a la música electrónica. Fue esta misma megafiesta –tras la matriz inglesa, la versión local es la que más capítulos ostenta– la que convirtió a Buenos Aires en una de las plazas fundamentales del dance en todo el mundo, pero también la que supo reflejar los diferentes estados de salud por los que transitó el género en el país a lo largo del decenio que dentro de muy poco expira. Si bien la realización del sábado pasado en Parque Roca tuvo como marco las trabas impuestas por la actitud inquisidora del macrismo –que pusieron en duda su cristalización– y el bajón de masividad que empezó a padecer acá el bit de cuño dancefloor, en 2006 el panorama era tan distinto que esta ceremonia anual del baile llegó a reunir a 62 mil feligreses en Costanera Sur (con Underworld encabezando la grilla), tornándose de esta manera en uno de los espectáculos de mayor convocatoria durante los primeros años del presente siglo en la Argentina.
Cuando se organizó en Parque Sarmiento la Rave Sudamericana de 1998, al tiempo que aparecían Libertinaje de Bersuit o Ultimo bondi a Finisterre de los Redondos, era inimaginable que pudieran importarse a la Argentina –terruño que se jactaba de su rockerismo– festivales internacionales de la categoría de Creamfields o Mutek, o que Luis Alberto Spinetta se animara a cantar en el disco debut de Poncho, ni mucho menos que la electrónica se transformara en la diva de la música popular contemporánea de esta década en el país. En 2000, el mismo año en que se desató la polémica entre Pappo y Deró acerca de si un DJ tocaba o no (¿a esta altura habrá quedado clara?), la entonces desconocida agrupación australiana de nü break The Avalanches estrenaba el decenio con el sensacional álbum Since I Left You (en esa misma época Daniel Melero publicaba el esencial Tecno), adviniendo un período productivo en propuestas, tendencias y exponentes. No obstante, fue Daft Punk el artista que al son del electro house impuso –especialmente a partir de la edición del indispensable Discovery en 2001– la tendencia a seguir, influenció a un sinnúmero de noveles figuras y reafirmó que el futuro ya llegó.
Pero el electro fue absorbido por el indie y se quedó en el club, al tiempo que las fiestas multitudinarias estuvieron dominadas primero por el trance y el progressive house, y más tarde por el minimal techno. Si en el camino se quedaron el electroclash y la new rave como la “nueva gran cosa” (el trip-hop, el deep house y el chill-out integran la lista de rezagados), los que tomaron por sorpresa el dancefloor fueron la cumbia digital (comandada por el colectivo Zizek) y el rock (de la mano de The White Stripes, Franz Ferdinand y los dance punk LCD Soundsystem). Sin embargo, 2009 se despidió con varias joyitas que apuntan hacia el crossover, encabezadas por Merriweather Post Pavilion, la flamante realización (adelantada en La Trastienda en 2008) de los folktrónicos Animal Collective. Por otro lado, luego de imponerse por un largo período, la imagen del DJ empezó a tambalearse en el pedestal de semidiós en el que había sido exaltado años atrás, en parte por el agotamiento conceptual experimentado por los géneros, por la falta de ideas en las performances, porque hubo muchos que se animaron a serlo (apoyados en el imaginario DIY) y porque como todo boom la emoción se fue apagando.
Paradójicamente, el fenómeno de la electrónica en la Argentina durante este decenio no tuvo un impacto contundente ni sostenido en la escena local. A pesar de que logró darle un empujón a los artífices criollos, la realidad es que para acceder al circuito global muchos debieron instalarse en Europa (Hernán Cattáneo, Barem, Franco Bianco). La huida o el sumergimiento en el under de las luminarias argentinas fue acelerado por los estragos que causó Cromañón en la noche porteña. Desde entonces, los espacios cada vez son menos y el lanzamiento de discos disminuyó, a lo que se sumó el cierre o viraje temático de radios especializadas (lo que dejó a blogs y páginas web como únicos medios informativos). Este proceso de decadencia reveló asimismo el escaso interés de la masa por los actores nativos e incluso el desconocimiento acerca de la cultura electrónica. Así termina esta década en la Argentina, aunque también con el liderazgo de Javier Zuker, la originalidad de Emisor y la sorpresa de Le Microkosmos, con la diseminación Lives, con la aparición de colectivos como Undertones y con la esperanza de que hoy existe la capacidad de construir una avanzada fresca y sustentable.
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