LA PARANOIA QUE NO FUE
En la década de la caída de las Torres Gemelas llegó el dengue, más tarde la gripe A, ahora de nuevo el dengue y en el medio la inseguridad. De cómo vivir con miedo o con el rating minuto a minuto en el videograph de tu canal preferido.
› Por Mario Yannoulas
“Invasión de mosquitos en Buenos Aires. Atención: dicen que en enero va a ser peor, algo que preocupa si se tiene en cuenta el avance del dengue.” Una cosa más o menos así difundía un canal de noticias, o uno de esos envíos de aire nocturnos, lo mismo da. Lo que importa es la lógica que permite, sobre la base de una no-noticia (¿quién no supone que en enero habrá más mosquitos?, ¿no es lo habitual, por el calor?), dar una alarma más, sin importar que no todos los mosquitos son el Aedes aegypti. Desatendiendo la idea de que la cantidad de afectados por el dengue no es necesariamente proporcional a la población general de mosquitos. Descartando que mucha gente sólo se informa a través de la televisión, el cierre de la década no puede, en este sentido, dejar de ser perfecto. Y triste, por cierto. Porque los casos de gripe A N1H1 y dengue existieron, algunos seguidos de muerte (rondan los seiscientos en total). Eso reviste de densidad la situación y podría impugnar cualquier intento de parodia. Pero hubo algo que no provino de ningún humorista de profesión, ni siquiera del más excéntrico creativo publicitario, cuando una franja de medios masivos de comunicación se encomendó la sátira sin decir una sola palabra graciosa, sin hacer reír a nadie, sino más bien lo contrario. De seguir sus observaciones como reales, nadie podía apostar que la población argentina seguiría en pie a esta altura de las circunstancias.
La prensa carroñera en sus diferentes formatos puso ladrillos en el ministerio de la persecuta. Sin embargo, para estos fines, la usina por definición siempre son los noticieros televisivos, donde una simple edición permite crear ciudades atestadas de hombres y mujeres con barbijos. Donde pisar la calle sin llevar uno puesto podía ser garantía de que cuatro hombres armados le dispararan a uno desde terrazas diferentes, aun cuando no hubiera que usarlo. Donde el fin de la vida en sociedad se reducía a un estornudo en el subte. Donde el aire estaría revestido por una masa fétida de enjundias patógenas que convierten al de al lado en un posible colectivo a la muerte. Ir a un recital sí que era rockero. Entre todo esto, uno salía a la calle y no entendía bien si el que llevaba barbijo lo hacía por estar infectado, por confusión, o simplemente como un golpe de efecto, como quien piensa “¡Por fin llegó el futuro que los yanquis promocionan en sus películas!”.
En los shows de noticias de la tele, las notas centrales son todas aquellas que casi cualquier medio gráfico usa para llenar espacios vacíos. Ese es el corazón de su información: pilas y pilas de material descartable puesto a la venta. Esa capacidad de pasar de la compunción social al culo que tanto se le achaca a Tinelli no alcanza en él su máxima expresión sino en la cara de los presentadores de los noticieros, que al precio de un sueldo se visten de bufones de un soberano triste y amargado, que aun los elige porque no encuentra nada peor en lo que creer. A esta altura, el Blues del Noticiero de los Redondos huele naïf.
Las escenas así pintadas podrían haber salido de la imaginación de William Burroughs, con la diferencia de que sus emisores jamás probarán sustancias tan raras. Farmacéuticas gordas colocando carteles de escasez para cerrar la farmacia e inyectarse el nunca tan preciado alcohol en gel. Batallas interraciales hasta la muerte por la última tableta de Tamiflú, mientras un cuerpo de funcionarios facinerosos aspira dosis del medicamento en un despacho enlatado. Todo eso podía pasar en Interzonas, ese no-lugar totalizante colmado de cochinadas que tan bien describió ese autor en El almuerzo desnudo.
Pero tal vez adornar a las bestias comparándolas con el buen William sea otorgarles demasiado. El panorama que ofrecían era más bien una versión dislocada de alguna película de Roland Emmerich, ese director que siempre hace sucumbir al mundo (ejem, a los Estados Unidos) de alguna manera, como lo hizo ahora al valerse de una profecía maya y antes con Día de la Independencia o El día después de mañana. Aunque al alemán la Argentina no le valga más que un parpadeo o seis centímetros de celuloide, los cerebros de los noticieros serían felices si Godzilla finalmente existiera, demoliera edificios públicos e incubara en el Luna Park.
Habría más auspiciantes de puertas blindadas y repelentes para insectos.
A todo esto, recientemente un equipo de investigación del Comfer publicó un informe referido a los dos noticieros más vistos que causó cierto revuelo (el lector imaginará qué medios lo obviaron: casi todos). Entre otras cosas, revela que apenas un 16,8 por ciento de las veces que se hablaba de dengue o gripe A se difundía información útil para evitar el contagio o saber qué hacer en caso de sentirse uno infectado, mientras que el porcentaje de mensajes acompañados por palabras como “alerta”, “miedo” o “colapso” era significativamente mayor. Alerta: la paranoia sí fue. La total catástrofe, no. Eso sí que no lo dicen.
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