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Jueves, 3 de junio de 2010

BOLAS NEGRAS / EL SUB-SUPLEMENTO DEL NO PARA SUDáFRICA 2010

Messi Beatle, Diego Stone

 Por Javier Aguirre

Los dos máximos iconos históricos de la gambeta argentina que deja pagando al mundo integran la delegación albiceleste en Sudáfrica 2010: uno es el DT Diego Maradona, ex crack y ex 10 de la Selección; el otro es el astro Lionel Messi, actual crack y actual 10 de la Selección. Los paralelos entre ambos ya han animado clips televisivos, en especial sus goles clonados (primero, el de Diego a Inglaterra y el de Messi al Getafe, aunque un zapping por TyC Sports entregará otros 15 o 20 ejemplos casi iguales), pero también las camisetas en común (el Barcelona, la Selección y Newell’s), más allá de que Maradona ganó un Mundial y Lionel, no (aunque bueno sería que esta aclaración caducara en cuarenta días).

Fuera de los parecidos, las diferencias entre ambos parecen remitir a dos universos encontrados que se remontan al origen del genoma-rock, ese mismo que imaginó dos perfiles desde los que rockear: de un lado, un rocker refinado, romántico, agradable y prolijo; del otro lado, un rocker salvaje, garchador, guarro y descontrolado. Dos formas de pararse en el escenario cuya clave radica en la actitud.

Esa incierta divisoria de aguas –cuya manifestación más popular en el rock argentino del milenio pasado fuera encarnada por el derby entre Los Redondos y Soda Stereo–, tan amiga del marketing como de las variables psicológicas de identificación de los fans, se remonta a la primavera rocker británica de los ‘60, y nace con la presunta antinomia entre los Beatles (geniales, y encima sonrientes y recién bañados) y los Rolling Stones (también geniales, pero pillos y recién sudados). De acuerdo con esa lógica, el secreto de los atractivos opuestos de Messi y Maradona es que uno responde al patrón-Beatle, y el otro, al patrón-Stone.

Ahí está el crack Beatle: el joven Lionel usa flequillo modelo Ringo Starr. No se le conocen opiniones sobre ningún tema áspero y las grandes empresas adoran su imagen virgen de cualquier polémica. Es –como lo era en 1965 Paul McCartney– “el chico que cualquier suegra quisiera como yerno” (no sólo por sus millones sino por su mirada de pibe bueno que, a lo sumo, se anima a ser pícaro, como el John Lennon pre-Yoko, en las conferencias de prensa de la beatlemanía).

Allá estaba el crack Stone: el curtido Diego supo usar melena rizada modelo Ron Wood. No rehusó a los escándalos verbales y puso el pechito cheronca a las cámaras con el mismo desenfado de Jagger (busquen las imágenes de archivo del Diez saliendo a la cancha en el Mundial ‘90 y comparen con Mick pelando esternón on stage). Y en cuanto a su recorrido en el área de sexo y drogas... bueno, ¿quién se perdería una cumbre de anécdotas entre Maradona y Keith Richards?

Cuidado: esa dicotomía parte desde una paridad a la hora del talento, cierta igualdad de fuerzas (artísticas en el caso de Beatles y Stones; futbolísticas en el caso de Messi y Maradona). No supone que hay uno mejor que el otro sino más bien revela que existen –por lo menos– dos caminos posibles para llegar a la genialidad. Si las gambetas de la Pulga son un Magical Mystery Tour, las del Diego bien podrían ir al ritmo de Satisfaction. Mejor tener a los dos cracks en tu equipo, y a las dos bandas en tu menú de MP3.

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