Jueves, 17 de octubre de 2013 | Hoy
AGUAS(RE)FUERTES
Pancho 46, el lugar donde la bruma salchichera se disipa a medida que sube el sol, el pan hermana a las tribus y los panchos se venden solos.
Por José Totah
Una bruma espesa con gusto a cerdo hervido se estaciona en avenida Constituyentes y Arturo Illia, partido de San Martín. Aunque el cielo está despejado, la nube chacinada aparece así, de repente, a las cinco y media de la mañana, casi como una batiseñal para los autos que empiezan a llegar. Si alguien contempla la escena sin saber que en esa esquina funciona la panchería más famosa de la Argentina (¿y del planeta?), pensará que aquí se filma una película de zombies.
Pancho 46 es una meca de culto para monstruos nocturnos y tribus bajoneras de todos los palos que, cada fin de semana, a la salida del boliche, hunden la trompa en una salchicha y dos pancitos. En quince minutos, el lugar se llena de cumbieros, famosos arruinados, pisteros, futbolistas del Ascenso que nunca subirán, motoqueros, wachiturros, rockeros, parejitas, potrancas bonaerenses, solitarios y adoradores del pancho en general, que se arriman desde los cuatro puntos cardinales para devorar. El ritual queda documentado en miles de fotos y videos que los fanáticos suben a Facebook (la fan page tiene casi 27.000 likes) y a YouTube. A este material se suman los foros de debate filosófico-académico sobre qué pancho es más rico, si el de Pancho 46 o el de la cadena Peter’s (suerte de River-Boca hotdogueril).
El combo con gaseosa cuesta 26 pesos y los fanáticos muerden. “¿Sabés qué pasa? Vos te comés un superpancho en el microcentro y se creen que, porque la salchicha es grande, vos te quedás más contento. Y eso es mentira”, explica un hombre que se identifica bajo el nombre de “Cerezo”. El tipo sabe lo que dice: en Pancho 46 las salchichas son pequeñas y por eso hay que clavarse entre tres y cuatro para quedar pipón. “Además, acá vienen los grossos. El otro día cayó Fantino con todos los gatos, no sabés el lío que se armó”, añade.
Su testimonio se interrumpe con el ruido ensordecedor de un Fiat 600 tuneado con look Ferrari y un Taunus rojo que tiene la palabra “Maligno” escrita en el capó. Los conductores se miran, como el pelado malo y el cana rubio de Rápido y furioso, pero no corren porque hay un patrullero de la Bonaerense que relojea. Sucede que Pancho 46 es un punto de encuentro de pisteros, que llegan hasta acá para lucir sus bestias cromadas, mandarse la parte frente al minerío y tragar panchos como si fueran caramelos.
Pancho 46 existe desde 1969, está abierto las 24 horas y es propiedad de un tal Pablo Pacheco, que la pegó en los ‘90, cuando Tinelli filmaba aquí una cámara oculta para su programa. El negocio iba viento en popa, pero los vecinos se quejaban del ruido que hacían las motos y los autos a las seis de la mañana. Por eso, para no tener problemas, Pacheco terminó comprando las propiedades lindantes con el local y así construyó el imperio. Con Tinelli como cebo, empezaron a caer los famosos, que hoy tapizan las paredes del puestito: de Jacobo Winograd al Burrito Ortega, de Johnny Allon al Mono Burgos, de Adriana Brodsky a Guillermo “Sin cuello” Rivarola, aquel defensor de River que brillaba –es un decir– en la época en que Ramón Díaz era jugador. Todos posan con Pacheco.
Nadie tiene muy claro cuál es el secreto del éxito de Pancho 46. La clave, dicen en los foros, está en el pan. “La salchicha no tiene misterio, pero el panificado es más dulzón. Es como comerte un alfajorcito de pancho”, afirma el forista Lechuga. Otro dato: en Pancho 46 no hay pepinitos, salsas estrafalarias, ni lluvias de papas que distraigan el paladar (“como en lo de los forros de Peter’s”, ataca otro fan); sólo las clásicas mostaza, mayonesa, ketchup y salsa golf.
Así transcurre la madrugada en San Martín. La bruma salchichera, que se disipa a medida que sube el sol, hermana las tribus. Nadie pelea. El embutido caliente, parece, calma a las fieras.
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