AGUAS(RE)FUERTES
De Nebbia, Spinetta, Charly y Moris a Shaman, Sara Hebe, Pastillas y Eruca Sativa, el rock local cumple 50 años de acción. Y revisión.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Hace 50 años nacía el rock nacional. Así lo indican quienes consideran acto fundacional a la edición del único simple de Los Beatniks, el 2 de junio de 1966. Otros, en cambio, postulan como hito iniciático La Balsa, de Los Gatos, lanzado un año después con mayor éxito comercial. Mas allá de la discusión sobre lo que en definitiva es un dato bibliográfico (“Decir ‘Ayer no había rock en Argentina y hoy sí’ es una falacia”, mitiga el decano periodista Alfredo Rosso), la discusión sobre “la primera canción” encierra un debate más profundo acerca de lo que dio origen e identidad a la cultura rock local. ¿Fue la formación de un mercado? ¿Su jactancia contracultural? ¿El descubrimiento de un nuevo idioma? ¿O el abrazo de las mayorías?
Para salir del paso, se podría decir sin errar que la respuesta se recuesta sobre todos esos interrogantes a la vez. El rock, en su particular variante criolla, supo expresarse como voz discordante y a la vez popular. Masiva y contestataria. A esos rótulos parece consagrarlo una “historia oficial” que se instala por repetición. Spinetta, Charly, Nebbia, Moris; el Rock Argentino, con mayúsculas, también tiene próceres de manual, y muchos libros narran sus epopeyas libertadoras. Como Argentina, el rock de ídem también tuvo que oír el ruido de rotas cadenas. Aquéllas que lo amarraban a un idioma ajeno (pero propio del rock, el inglés) y le impedían expresarse con voz propia. Una forma repetida pero peligrosa de construir esa épica: ¿no fue la proscripción del rock en inglés la que habilitó al rock “en argentino” a su primeras cotas de masividad, post 1982? La polémica sigue, pero no tiene sentido detenerse.
El desafío, hoy, es responder las preguntas originales en tiempo presente. ¿Sigue siendo el rock argentino todo aquello que suponen sus orígenes? ¿Tiene todavía potencia para ser popular y contracultural, con todo lo que implica la combinación? Cromañón provocó una ruptura que obliga a seguir repensando la cultura del rock. Desde la tragedia, sólo Las Pastillas del Abuelo, El Bordo y La Beriso pudieron atravesar el escenario fangoso e instalarse como bandas populares, “de estadio”, una dimensión a la que el rock criollo llegó en los ‘90 cuando expandió su base social (de música burguesa a proletaria) y que ahora parece retraerse.
Por debajo del podio de compulsivos cortadores de tickets están los movimientos de base. Los grupos independientes. La divulgación por plataformas digitales. Los festivales autogestivos. Una escena fragmentada pero sostenida. Hay muchas bandas dando vueltas, activas, creativas. ¿Dónde se cifra la contraculturalidad? ¿En el triunfo femenino de Eruca Sativa en una escena aún machista? ¿En la escena indie, con El Mató como bandera? ¿En la poética de Shaman Herrera –el nuevo Litto Nebbia– o las rimas de barricada de Sara Hebe? Dentro de otros 50 años, la “historia oficial” lo establecerá. Mientras tanto, alguien saldrá del paso diciendo que la respuesta está en todos ellos. Y, otra vez, tendrá razón.
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