Jueves, 13 de noviembre de 2003 | Hoy
ANTES DE CREAMFIELDS, UN DIAGNOSTICO ELECTRONICO
En la prensa inglesa se discute sobre el estado de salud de la música que ambientó una nueva cultura global de baile, durante la década pasada. Este sábado en Buenos Aires, el megafestival-marca del género pondrá en escena un variado programa. Todo sucede mientras se advierten concretas acciones de cambio de rumbo, pero ¿hacia adonde?
Por Pablo Plotkin
Un par de meses atrás,
el editor de música pop del diario británico The Guardian (Alexis
Petridis) provocó un intento de debate al declarar la muerte del dance.
En pocas palabras, la nota decía que la cultura de la electrónica
bailable caía en un espiral descendente de cinismo, sobreexplotación
comercial e inducción al abuso de éxtasis “para enmascarar
el robo”. La hipótesis pretendía sostenerse en una serie
de estadísticas: la revista Mixmag, la más popular del rubro en
el Reino Unido, bajó sus ventas en un 30 por ciento. Las publicaciones
también especializadas Ministry of Sound y Muzik cerraron sus redacciones.
La megadisco Cream bajó la persiana y Gatecrasher, otro monstruo surgido
de la explosión raver, abandonó la frecuencia semanal para ofrecer
sólo una fiesta por mes. Petridis señalaba que las características
del “género” -”utilitario, descartable, igualitario”–
atentaron contra la supervivencia de sus mejores artistas y terminaron atiborrando
las disquerías con compilados de DJs mercenarios.
Siguiendo un módico ejercicio de traducción, dance music es igual
a música bailable y, como tal, no morirá mientras humanidad y
termodinámica sean conceptos vigentes. Pueden morir los grandes clubes,
el trance (o incluso el house, si es que las músicas califican como mortales),
los disc jockeys superestelares y todas las marcas de bebidas energizantes;
pero la cultura del baile no depende de la entronación o debacle comercial
de un género, ni siquiera de la voluntad de un cúmulo de empresarios
que, en definitiva, pertenecen a la misma especie que históricamente
rigió los designios de la industria de toda la música popular.
“Llegó el momento en que el dance empieza a ser curado”, observa
Leo Ramella, alias Emisor, uno de los autores de música electrónica
más prolíficos y personales de la Argentina. “A esta altura,
empieza a ser rescatado el entusiasmo del baile y, a partir de eso, la gente
abre los oídos a nuevos ritmos. Los músicos empezaron a acercarse
al mundo del DJ, no sé por qué causa, y me parece que es mejor.
Hace que la situación de la pista sea más diversa y divertida,
y es una manera muy real de llegar a la gente. Nunca existió la tiranía
de una forma estética sino de la ignorancia de quien lo organiza. El
trance quedó pegado a ese momento de estrechez, pero no es su culpa.
Es una cuestión social.”
Este sábado en Puerto Madero se celebrará la tercera edición
argentina del festival Creamfields, gólem de la sponsorización
que sobrevivió a la crisis de la industria y que, pese a la clausura
de su casa matriz, perdura como uno de los últimos colosos itinerantes
del rubro. Habiendo perdido peso en Inglaterra (y con el ingreso virtualmente
vedado en Estados Unidos), Cream profundiza su plan internacionalista y conserva
el concepto del cartel con DJs famosos como principal atracción. Para
probar lo pretencioso del programa expansionista de la productora (que, al menos
aquí, le está dando buenos resultados), basta entrar a su sitio
oficial y toparse con sentencias (en inglés) como ésta: “Creamfields
es el máximo festival dance en Sudamérica y, en medio de este
momento difícil en la historia económica de la Argentina, el éxito
del evento prueba que la gente quiere olvidarse y disfrutar de los tiempos felices”.
“Creo que la cultura inglesa bastardeó mucho a toda la escena dance”,
dice Josh Wink, DJ y compositor de Filadelfia que, con su acid house y tecno
corridos de registro, será una de las figuras en Puerto Madero. “Es
un país que capta un fenómeno, lo lleva al límite de las
posibilidades capitalistas y luego lo desbarranca. Pero todavía son ellos
quienes dictan las tendencias.” Wink asegura que, en Estados Unidos, el
mercado de la electrónica es “sólido, pero muy pequeño”.
En eso incide la legislación (hay que tener 21 años para beber
alcohol y entrar a la mayoría de los boliches) y también la primacía
del hip hop y del rhythm & blues. “La música dance se está
reestructurando, y puede perfectamente sobrevivir en el contexto de su propio
mercado, en su tamaño original. No es necesarioestar todo el tiempo en
las revistas, las tapas de los diarios y la radio.”
El DJ argentino Bad Boy Orange, máximo referente local del drum’n’bass,
parece estar de acuerdo. “En clubes chicos se pueden generar ideas nuevas,
hacer algo específico sin necesidad de quedar bien con muchos. El recambio
se va produciendo, acá ya lo veo. Afuera debe pasar lo mismo. Los pendejos
que tomaban pastillas y llenaban los boliches se cansaron, y quedó un
grupo más exigente. La música está mejor, se desarrollan
ideas nuevas que después crecen, se mezclan con los ritmos populares
y llegan a más público.”
Lo más estimulante que ocurre en las pistas en estos días es la
intervención de otras músicas (hip hop, rock, soul, dub) en lo
que antes se consideraba territorio electrónico “aséptico”.
La actuación de Audio Bullys –los preferidos de Adrián Dargelos,
ver aparte– proveerá un ejemplo bastante certero de la tendencia:
un dúo blanco londinense (Simon Franks y Tom Dinsdale) que conecta hip
hop con música digital moderna y que, en el reciente Ego War, graffitea
su nombre con tag rapero y coescribe canciones con Elvis Costello y Joe Cocker.
“Me resulta difícil encontrar cosas emocionantes en el dance de
ahora”, objeta Layo Paskin, propietario del saludable club The End (Londres)
y mitad de Layo & Bushwacka!, favoritos de los bailarines porteños
para este sábado. “El dance necesita evolucionar un poco: llevamos
quince años de house, diez de progressive... Es momento de que aparezcan
cosas nuevas. Aunque, al decir esto, me acuerdo de que acabo de escuchar el
nuevo disco de Basement Jaxx y es genial. Quedé muy impresionado.”
Kish Kash, el tercer disco de Basement, es una obra decisiva en esta “reestructuración”
que vive la electrónica bailable. Como una especie de The Rapture a la
inversa (o como unos Chemical Brothers de la nueva década), los británicos
incorporan ritmos consagrados (soul, hip hop, post-punk, ragga) y los convierten
en nueva música disco, con aciertos vocales a cargo de Lisa Kekaula,
Dizzee Rascal y Siouxsie Sioux. “No es casual que la música jamaiquina
esté interviniendo mucho en el dance”, dice Emisor. “Ahí
está una parte importante del enriquecimiento del groove. Yo estoy escuchando
mucho Studio 1 (compilado del sello jamaiquino Social Records), Redman, Prince
Paul... También me gusta Richard Kirk (ex Cabaret Voltaire), que hizo
un disco de dub pero con una dureza tecno.” En ese contexto Detroit-conoce-Kingston,
el holandés Junkie XL traerá el hit “Sleepy Policeman”,
que surge de una grabación de voz que rescató de la leyenda rasta
Peter Tosh y que en estos días promueve el festival desde la FM partidaria
(Metro).
El ADN negro en las pistas blancas no se limita a las costas de Marley. Con
artistas como Prefuse 73 y Tadd Mullinix, la electrónica bailable y el
hip hop –dos géneros que dependen mucho de las programaciones–
parecen empezar a fundirse en diversas corrientes de sonido, haciendo los límites
cada vez más indiscernibles. Según Phillip Sherburne, crítico
dance y principal detractor de la hipótesis de Petridis, existe “una
nueva generación de ‘computer jockeys’ para quienes los géneros
son tan intercambiables como el fondo de pantalla de una Nokia”. “Mientras
todos están ocupados proclamando la muerte del dance, artistas como Mullinix
sugieren que la música electrónica está más resistente
y elástica que nunca. Mientras los desgastados DJs estelares son sacrificados
en las páginas de NME y enterrados en un cementerio de Ibiza, los jóvenes
llegan con gustos amplios y la aptitud necesaria para plasmarlos.”
“Dentro del drum’n’bass encuentro muchas cosas relacionadas con
el heavy metal”, apunta Bad Boy Orange, refiriéndose a este juego
de híbridos que opera en las discotecas del mundo. “Los bajos, ciertos
riffs, las baterías, ese nivel de intensidad tan concreta. Creo que tiene
que ver con que todos, alguna vez, escuchamos Pantera y Metallica. Twisted Individual
y Distorted Minds son dos ejemplos de esa onda. Y tienen una conducta de hip
hop: se putean entre sí, se desafían, eso me parece superdivertido.”Para
el DJ Dr. Trincado existe, en efecto, un mayor nivel de apertura que permite
un intercambio de información más fluido. “La gente está
tomando más drogas, está más sensible. Y así surgen
nuevos formatos. Noto un cambio muy fuerte en los últimos dos años
en Buenos Aires. De alguna forma, las drogas son necesarias para la ciudad.”
Trincado encuentra inspiración en los omnipresentes Neptunes, ases del
hip hop lacónico y el nuevo rhythm & blues. El disco de N.E.R.D.
y el remix para los Rolling Stones lo llevaron a revolver su discoteca y reencontrarse
con los vinilos de Grand Master Flash, 2-Pac y Larry Levan, disc jockey del
club Paradise Garage, cuartel de resistencia creativa en la Nueva York de la
fiebre disco. Puede que, en estos días, los productores estelares ocupen
el lugar que hasta hace poco les era dado a los DJs más famosos. Los
Neptunes, Timbaland, RZA y Dr. Dre como los nuevos chamanes de la industria
de la música pop. A mitad de camino entre las sombras y el poster desplegable.
Quiero ver a Audio Bullys
POR ADRIAN DARGELOS
De este
Creamfields seguro que me va a gustar Audio Bullys, y otros dos o tres artistas
que también me gustan mucho (Scratch Perverts, por ejemplo). Pero Audio
Bullys es mi banda revelación de este año, ya se los digo. Entonces
estoy recontento de que vengan porque nunca vi una banda que me guste en el
mismo año en que me gusta tanto... Una vez me pasó eso con Portishead,
pero no fue acá. Porque somos argentinos, ¿no? Vivimos en el barrio
más lejano...
A veces me pregunto porque Babasónicos toca ahí, pero finalmente
viene nuestro manager y nos convence. Nos dice que está bueno, y vamos.
Porque en un principio no tengo ganas de tocar en festivales, después
me convencen y más tarde pienso que yo fui a todos los festivales que
hubo acá, y me gustaron. Entonces digo: “¡Qué bueno,
toqué en uno!”. Por otra parte, lo disfruto mucho sobre el escenario.
Nosotros ya tocamos en el anterior Creamfields, frente a 15 mil personas a las
que les gustaba nuestra música. Bailaron mucho. Algunos son público
de la banda, que no aguantan no ver un show; y otros son los que van a bailar
y les divierte que toquemos porque... están relocos. Y les divierte,
después se van a ver otra cosa. Me gusta ese público, también.
Porque Babasónicos no hace electrónica, hacemos rock. Pero creo
que nos invitan porque llevamos mucho público. Y a muchos de los que
les gusta ir a las discotecas, les gusta Babasónicos. Pero no me planteo
esta cuestión: a mí me gustaba (y me gusta) ir a la discoteca.
Es una subcultura: yo conocí a Federico Moura, a Gustavo Cerati y a Pappo
en una discoteca.
No sé qué show haremos. Serán dos, tres o cinco canciones
diferentes de un show común. Será diferente de puesta en escena,
pero la lista de temas apenas será distinta. No habrá versiones,
porque en este momento Babasónicos es así: no puede ensayar, apenas
puede cumplir con los compromisos para tocar. De aquí a fin de año
sólo vamos a preparar el show del Luna Park. Para eso tengo la expectativa
de juntar muchas para personas para diferentes eventos que se irán coordinando.
Que puede salir mal, por supuesto. Pero corremos ese peligro, el riesgo, y eso
nos pone nerviosos. Es lo que más nos gusta hacer.
Ojo con éstos
POR BAD BOY ORANGE
El año pasado vinieron un par de artistas importantes, pero ninguno del estilo de Scratch Perverts. Los vi en Fabric, un club de drum’n’bass y hip hop de Londres. Son tres: ponen breakbeat, funk, soul, cosas viejas, operan con tres pares de bandejas y hacen un espectáculo de scratch a la altura de Mix Master Mike, el DJ de los Beastie Boys. Nunca hubo disc jockeys de este tipo en la Argentina. Son de supercategoría, gente importante, con muy buena técnica y que sabe dar un show entretenido. Y me dijeron que van a tocar dos horas. Ellos y Marky son los que más me entusiasman. Siendo brasilero, Marky es uno de los artistas más importantes de la escena inglesa del drum’n’bass. No tiene nada que envidiarles a Andy C y a DJ Hype, los dos tipos más queridos del género. Este año, Marky comparte con ellos la terna de los mejores disc jockeys de drum’n’bass del mundo de la revista Knowledge Magazine. Eso refleja la apertura de la escena inglesa del género para artistas de afuera. Marky mezcla muy bien, hace scratching, tiene show, mucha música nueva y una presencia muy efusiva, muy latina. Es grandote, negro, baila. Es un disc jockey de nuestro lado del mundo que es número uno en todas partes, así que creo que vale la pena verlo. Audio Bullys también me resulta divertido, una especie de hooligan actualizado, bastante emparentado con lo que en su momento fue Stereo MCs. O sea, whities rapeando con onda, pero con una estética mucho más futbolera, más callejera. Al que le gustó EMF, Stone Roses y toda la movida de Manchester, creo que le van a gustar.
Nuevos mercados
POR CARL COX
La crisis en la escena dance británica creo que tiene que ver con que, en este momento, los mejores DJs ingleses trabajan en todos lados menos en Inglaterra. Viajan todo el tiempo. Antes de empezar a salir al exterior, yo estuve tocando quince años en Inglaterra y, si hubiera seguido trabajando allá, no tendría la oportunidad de ir a lugares como Buenos Aires. Como la música viaja, uno tiene la posibilidad de viajar con ella. Este año, si no me equivoco, toqué sólo dos veces en Inglaterra. Es extraño, pero mi popularidad en España, Italia, Francia o Alemania es mucho mayor que la que tuve en Inglaterra en los últimos cinco años. Creo que eso tiene que ver con que, cuando empezó la escena raver, lo teníamos todo: radio, discotecas, “Top of the Pops”, hits continentales. Después de un tiempo, la gente se empezó a cansar. No, Carl Cox otra vez, esta noche no voy, ya lo vi demasiadas veces... En este momento, mis fans están más en América latina o Medio Oriente que en mi país. Es más trabajoso, porque hay que viajar mucho, pero en Gran Bretaña ya hice de todo: megadiscos, clubes pequeños, festivales, radio... La pasé muy bien, pero las cosas cambiaron. En este momento, buena parte del público británico ya no sale a bailar: muchos prefieren ir al pub.
FESTIVAL
DEL SPONSOR
Todos
venden
POR JAVIER AGUIRRE
Cerveza,
gaseosas, cigarrillos, bebidas energizantes, aperitivos, desodorantes, servidores
de Internet, tecnología informática y hasta un modelo especial
de automóvil: la alianza entre festivales “de música joven”
y marketing tiene en Creamfields su caso testigo. Y de una dimensión
mayor, casi desaforada, de superproducción. En comparación con
sus versiones ‘01 y ‘02, el negocio en el tercer Creamfields Buenos
Aires –el único de América latina– creció y los
sponsors, todos de peso, son cada vez más: Gancia, Brahma, 7up, Axe,
Fibertel, Speed, Intel y Camel, que diera el nombre a la edición del
año pasado, y que este año cede su lugar de privilegio a un “recién
llegado”. Se trata de Peugeot, que con su edición especial 206 Creamfields
dio nombre al evento. El Creamfields-móvil en cuestión (870 unidades,
faros antiniebla, paragolpe delantero deportivo, tapizados especiales, palanca
de cambio de aluminio y lo principal: la plaqueta de identificación del
festival; todo por 32 mil pesos el naftero, o 34 mil el diesel) no es un detalle
dentro de la estructura comercial del festival. Fernando Chain, director comercial
de CIE-Rock & Pop –la empresa que produce Creamfields Buenos Aires–,
define la trascendencia del aporte: “La llegada de una compañía
automotriz cambia todo, por sus inversiones gigantescas y la magnitud de su
negocio. Además, Peugeot no es una marca de identificación directa
con la noche y el entretenimiento, lo que da más valor a su apoyo a Creamfields,
y revela una gran sensibilidad ante el evento por parte de su marketing estratégico”.
¿Marketing estratégico sensible? La música electrónica
–con Creamfields como su expresión local mejor vendida– presupone
la identificación con atributos implícitos, tentadores para los
sponsors, como la “modernidad”, la tecnología, la expresión
cultural joven, la innovación y lo cool; lo que, como dice Chain, “ofrece
a las empresas buenas oportunidades de posicionamiento”. No es casual que
Brahma, por ejemplo, lleve adelante durante el año su propia propuesta
afín, los festivales MoonPark, que además tendrán una de
las carpas debutantes en esta edición 2003, junto a la de 7up Lounge
y la de Gancia Chill Out.
Aunque el otro dato decisivo sobre Creamfields es que el nivel de poder adquisitivo
de sus asistentes, dado por el precio de las entradas (estos últimos
días, a 49 pesos), invoca al prejuicio de suponer una concurrencia con
altas posibilidades de consumo. Señala Chain: “No es un prejuicio,
es una realidad; que describo, pero sobre la que no hago juicios de valor. No
es un festival de precios populares, y eso filtra el nivel socioeconómico
del público, que es básicamente ABC1, y quizás, ABC2”.
Súmese el aporte que durante los otros 364 días realiza la FM
Metro, radio oficial del festival –y también propiedad del grupo
CIE– y se llegará a la fórmula que explica el fenómeno:
el clubber de hoy es el cliente de mañana. Pero también de hoy.
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