CONVIVIR CON VIRUS
convivir con virus
› Por Marta Dillon
Cuando Leandro Torres me contactó la primera vez para contarme su proyecto tuve la sensación de que era algo “viejo”, así entre comillas, fuera de tiempo, una evocación a cosas que ya había vivido. El es artista visual y desde hace un año planea montar su muestra en el Hospital Muñiz, donde se atiende, donde le recetan esos frascos de pastillas que él acomodó amorosamente en nécessaires de viaje junto a perfumes importados y otros afeites, tan indispensables como las mismas pastillas. Pero además la muestra debía servir de marco para otras intervenciones –”teóricas o poéticas”, según sintetizaron en la información de prensa–, para abrir círculos dentro del hospital que tiraran sogas de palabras desde y hacia afuera de esa institución en la que parece haber quedado encerrado el vih sida, desde que la medicina recuperó para sí la exclusividad del éxito sobre el control de la enfermedad. Ahora que ya no se muere tanta gente —al menos no gente famosa o medianamente conocida–, el vih sida parece haber dejado de ser un problema de todos para volver a su encierro de delantales blancos, voces autorizadas y pacientes, que se convierten en eso cuando llegan al hospital. Porque de los que no llegan nadie se entera y tampoco nadie se preocupa demasiado, lo mismo de siempre. Igual se pueden morir por sobredosis, balas policiales, balas civiles, desnutrición, tuberculosis o ahorcados en una comisaría, por mencionar algunos de los males que parecen propios de la pobreza. Y es por eso que me resultaba un tanto anacrónico volver al hospital a hablar de sida, aun cuando habláramos para cuestionar o poner en duda el discurso médico –que se supone científico y es casi siempre moral–. Se lo dije a Alicia Herrero, coordinadora de las dos mesas que se abrirán en el pasillo de la Coordinación de Sida del Gobierno de la Ciudad, en el Hospital Muñiz, que tal vez hubiera resultado más tentador si esto mismo sucediera en una disco o en algún otro lugar donde se encuentre gente con vih y gente sin, tan mezclados como solemos estar habitualmente. Charlamos un rato largo sobre esto, sobre lo que se podría escuchar o no, sobre la incomodidad que desafía a quien mira una obra en un pasillo de hospital y sobre los beneficios que recibiría la misma institución abriendo sus puertas a otras intervenciones. Con sorpresa –creo que mutua– nos dimos cuenta de qué poco se ha hablado del tema en los últimos años, de la reactivo que sigue siendo tener sida y tener deseo, del pánico que genera la intimidad con quienes viven con el virus, de cómo las mismas preguntas se siguen repitiendo como si ninguna respuesta fuera suficientemente sólida –¿el sexo oral es peligroso? ¿cuánto de peligroso? ¿no te parece irresponsable no decir que tenés sida siempre?–. Me fui de la casa de Alicia con la sensación de un tiempo detenido a medias, estático para quienes creen que quedaron afuera de esta historia de sangre y sexo; móvil, dinámica, para quienes seguimos soñando, enamorándonos, cogiendo, planeando a pesar de estar inmersos en ella. Poco importa que sea en el hospital o en el museo, en una institución o en la calle, está bueno que sea. Así que formalmente invito a la apertura de “Blanco (encuentros con lo desencontrado)”, el sábado 15 a partir de las 14.30 en Uspallata 2272. Allí estaremos intentando una vez más abrir huecos en la pared.