Jue 14.08.2008
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LA CAUSA

Sus consecuencias

› Por Eduardo Fabregat

Un sitio histórico: la sala de audiencias de la Corte Suprema donde se llevó a cabo el Juicio a las Juntas de 1985. Algo más de 68 mil fojas. 350 testigos. Diferentes abogados para cuatro grupos diferentes de querellantes, que discuten entre sí por las 159 plazas asignadas al público para seguir el juicio. 400 pedidos registrados para asistir, lo que motivó la ubicación de dos TV de plasma a la entrada de la sala. Un vidrio blindado cuya ubicación desató casi tantas discusiones como el rol de los bomberos y la policía en la turbia habilitación de República Cromañón. Una nerviosa expectativa por lo que sucederá cuando en la sala del Tribunal Oral Nº 24 (integrado por los jueces Daniel Llanos, Marcelo Alvero y María Cecilia Maiza) comiencen a cruzarse los protagonistas, los quince imputados –los integrantes, escenógrafo y manager de Callejeros, Omar Chabán, Villarreal, los funcionarios del gobierno de la Ciudad, los policías acusados por coima–, los testigos, los familiares presentes en la sala.

Nada en la causa Cromañón, en el juicio que comienza este martes –tres años, siete meses y diecinueve días después de esa noche de mierda–, pinta precisamente fácil. Las pilas y pilas de papel acumulan testimonios e informes de toda clase, elementos de archivo, pericias, documentos, acusaciones cruzadas: hay demasiada tela para cortar en el proceso, que será largo, pesado, cargado de tensiones, en el que el propósito de buscar justicia tendrá que imponerse sobre la filosofía de hacerse el sota y echarle la culpa al otro que pusieron en juego todos los imputados desde el 31 de diciembre de 2004. Instinto de supervivencia, se dirá: nadie quiere enterrarse solo. Habrá que ver cómo llevan los abogados y los jueces semejante instancia, semejante hecho histórico, que será seguido con atención por todas las capas de la sociedad. Cada cual querrá llevar agua a su propio molino, salvar la pilcha. Pero esta vez deberían quedar afuera recursos como el disco con canciones hechas de frases justificatorias y los shows demagógicos, el lamento del bolichero que puso el candado y dice vivir deprimido y de prestado, la pretensión de no haber tenido nada que ver en el asunto, la excusa boba de “yo no sabía nada”, el lloriqueo de “los demás también lo hacían”. Podrá convertirse en un show mediático, pero deberá ser el ámbito en el que, al fin, se diluciden las responsabilidades por el hecho que se llevó casi 200 vidas y dejó secuelas en centenares de sobrevivientes. Que a cada cual le toque su sayo, y será justicia. ¿Será justicia?

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