Cromañón fue el tiro del final. Se derrumbó con el último de los votos del juicio una coalición progresista –Artemio López la llama “ladriprogresista”– que gobernó la Ciudad durante cinco años y que sostuvo a Aníbal Ibarra. El resultado desnudó la fragilidad de ese armado y la debilidad que implicaba gobernar sin un bloque consistente en la Legislatura y con los votos prestados. El efecto arrastre de la caída de Ibarra perdura hasta hoy. Lo sabe Daniel Filmus, que se encontró con un núcleo duro en las elecciones del año pasado, que le dieron la victoria a Mauricio Macri con el 60 por ciento de los votos. El líder del PRO ganó sin mencionar ni una sola vez el incendio del boliche de Once. Lo cierto es que casi ningún candidato lo hizo. Quizá por eso la sensación que dejaron las interminables sesiones de ese juicio político es que lo que se jugaba allí nada tenía que ver con el dolor de los familiares, ni con el comienzo de una sociedad más justa. Si hoy volviera a ocurrir, ¿alguien se imagina a Macri siendo destituido? No sería posible, porque tiene casi la mitad de los legisladores.

El juicio anticipó bien el giro masivo del voto porteño hacia una derecha cool. Los diez votos también traían un presagio de lo que después fue la heterogénea procesión que acompañó este año a las entidades rurales: contra Ibarra hubo votos del macrismo, por supuesto; pero también de la izquierda de Luis Zamora, del ARI y se vio una jugada del kirchnerismo que se pareció demasiado a poner un huevo en cada canasta (un voto en contra, otro a favor y una abstención). Dos de los que destituyeron a Ibarra fueron después a las listas de legisladores de su vice, Jorge Telerman: Florencia Polimeni y Helio Rebot. No les alcanzó para renovar su banca. Pero tuvieron distinta suerte. Polimeni salió de escena y se retiró a una fundación con bajo perfil, y Rebot es hoy secretario de Derechos Humanos de Macri. ¿Qué tal?