Dom 14.08.2005
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FAN › FAN > UNA FOTóGRAFA ELIGE SU FOTOGRAFíA FAVORITA

La forma de los sueños

Julieta Escardó y Las aventuras de Guille y Belinda

Por Julieta Escardo


Esta imagen me cautivó desde que la vi por primera vez en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Pertenece al trabajo que Alessandra Sanguinetti llamó Las aventuras de Guille y Belinda y el sentido enigmático de sus sueños. A lo largo de toda la serie dos niñas púberes (Guille y Belinda) y una niña adulta (la fotógrafa) juegan a representar sus miedos, sus fantasías, sus personajes favoritos. Las púberes se disfrazan de embarazadas, posan como novias, se retratan como Ofelias espectrales flotando en un arroyo, lloran a sus muertos en funerales improvisados con cajones de fruta y trapos negros, se apuntan con armas de juguete, dan –en fin– forma a sus sueños.

Aquí Belinda, con los ojos vendados, está parada contra una pared de una casa de campo. No debe tener más de 11 o 12 años. El vestido blanco le llega hasta las rodillas y sostiene con convicción un ramo de flores rojas. El sol cae oblicuo sobre el pañuelo que le impide ver... Desde esa oscuridad calentita ¿qué pensará Belinda de la mujer que apenas unos años mayor que ella, arriesgó todo para entregarse a su amor prohibido? ¿Quién gritará antes de caer muerta, el nombre del amado como lo hizo Camila? ¿Lo hará

Belinda o lo hará Alessandra? Esta imagen habla no sólo del rito genial de ser otro, sino de la posibilidad de inventar un mundo “con” el otro. Un mundo que no es sólo de la fotógrafa ni de la modelo, un mundo que pertenece a las dos y que está hecho por partes iguales de secretos compartidos y secretos no revelados. Un mundo susurrado.

Yo también recuerdo haber susurrado mundos al oído de mi prima Lucila en una quinta viejísima de Ingeniero Maschwitz. Juntas fuimos casi todo, hasta compartíamos un idioma que sólo nosotras hablábamos. Una tarde jugábamos a las muertas. Resulta que nos habíamos “morido” bajo unas plantas de tunas que había por ahí por el fondo. Estábamos las dos tiradas en el pasto, panza arriba y muertas. Yo sentí que empezaban a picarme las hormigas, pero no me moví, porque estaba muerta. Ella también sintió el ardor, pero tampoco se movió. No sé cuánto tiempo pasó hasta que decidimos resucitar. Lo que sí me acuerdo son cuántos días tuvieron que pasar hasta que se nos fueron todas las ronchas del cuerpo.

Esta foto de Alessandra me transporta a esos tiempos en que jugar era cosa seria y la muerte podía ser, todavía, un juego.

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