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Un músico elige su tema favorito: Susana Rinaldi y “Flores negras”, de Francisco De Caro.
› Por Susana Rinaldi
El pianista y compositor Francisco De Caro (23 de marzo de 1898 - 31 de julio de 1976) dio sus primeros pasos en público en un cuarteto del que Carlos Marcucci era bandoneonista, en el café El Parque, en 1917. Luego tocó en varios lugares en Montevideo y al volver se integró a la orquesta de su hermano Julio, donde consolidó su personalidad musical y junto a quien hizo buena parte de su carrera.
Además de “Flores negras”, que compuso en 1927 y a la que le puso letra Mario César Gomila, compuso el tango “Luciérnaga” (su debut, en 1916); “Mala pinta”, “Loca bohemia”, “Triste”, “Páginas muertas”, “Sueño Azul”, “Dos Lunares”, “Un Poema”, “Bibelot”, “El Bajel”, “Pura labia”, “Colombina”, “Por un beso”, “Poema de amor”, “Aquel amor”, “Don Antonio”, “Mala pata”, “Mi Diosa”, “Adiós tristeza”, entre otros cincuenta temas. Aunque tenía estudios, se lo considera un compositor intuitivo y moderno, que marcó el camino para muchos músicos importantes que vinieron después, como Horacio Salgán.
Aunque Susana Rinaldi declara su devoción por la melodía de “Flores negras”, el tema tuvo una letra (compuesta por Gomila), cuya primera estrofa dice así: “Las flores negras que me diste un día, / nocturnalias tristes de tu gran amor, / como ilusiones de la vida mía / ya están marchitas de mortal dolor. / Junto a las cartas de las frases locas / que tú me escribías, las flores están; / hay dos unidas, cual nuestras bocas de amor que se unían... ¡ya no se unen más!”.
La música para mí no está tanto en la canción como en la melodía. La música es aquella tocata en D mayor que me obliga permanentemente a querer versificarla yo misma, a querer ponerle letras yo misma. A veces me invento muchas palabras para conjugarlas “versificadoramente”, pero son pobres frente a la música, me queda la frustración de haberme inmiscuido en algo que no se debe alterar. Hay obras que nacen, y están generadas y receptadas así, como música solamente; si se les pusiera letra, el misterio de lo que podrían estar diciéndonos se perdería.
Y cuando pienso en música que ha sido muy importante en mi vida, recuerdo una composición, no una letra. Hay un compositor que me parece extraordinario, fuera de serie, fuera de lo común, que se llamó Francisco De Caro. Escribió un tema que a mí me conmueve cada vez que lo escucho como la primera vez, y que se llama “Flores negras”. Y quizá la razón por la que me conmueve tanto es que tengo ese tema enlazado a un momento de mi juventud muy particular, que es cuando yo empezaba todo en la vida; mi movida libertaria, después de haber estado en otras escuelas donde lo artístico y cultural no tocaba para nada mi vida a un alto nivel. Yo estudié teatro en la Escuela Nacional de Arte Dramático, y eso tocó mi vida de una manera especial. En ese momento la suerte quiso que mi compañera de banco, como se diría en la escuela primaria, fuera María Cristina Laurenz, la hija de Pedro Laurenz, que en ese momento había conformado con otros grandes el famoso Quinteto Real. Y yo pasaba mucho tiempo en la casa de María Cristina, en Corrientes 922. Al ser una chica de barrio como era yo –en algunos aspectos lo sigo siendo–, que venía de Caballito, tan lejos en esos tiempos, me despertaba curiosidad y una enorme felicidad estar tan cerca del Obelisco, como si fuera la casa de uno. Incluso yo a Pedro lo llamaba “papi”, porque era un poco la imagen del papá que yo ya no tenía hacía muchos años. Y hay un recuerdo particularmente querido del tiempo que pasé allí. Un día entra a esa casa Horacio Salgán; en ese momento yo no tenía una verdadera imagen de lo que era como músico, intérprete, autor, compositor, todo. Y se sentó al piano para tocar cualquier cosa; no sé bien de qué estaban hablando con Pedro, pero sí recuerdo que vio que María Cristina y yo estábamos tan embobadas con Salgán que le dijo: “¿Por qué no les tocás algo a las chicas en lugar de discutir conmigo?”. “Sí, cómo no”, contestó, muy tímido, “¿qué les gustaría?”. María Cristina, tímida también, no dijo nada, pero yo, que era muy atrevida, le pedí “Flores negras”, que yo ya había escuchado en un disco 78 en la gran vitrola de mi casa vieja. “Ah, qué bueno. ¿Y por qué le gusta a usted?”, me preguntó –en esa época nos trataban de usted a los jóvenes–, pero yo no supe qué decir en ese momento. Ahora, que ese hombre sentado en el piano de esa casa tocara para mí –“Flores negras” marcó a fuego esta dedicación– significó un hallazgo: el de la melodía y la representatividad de algo que teníamos la gente de Buenos Aires: una profunda melancolía. Ahí estaba la noche de Buenos Aires que yo conocí muchísimos años después, pero también encontré que había mucho sentimiento metido en ese tema; andá a saber a quién se lo habrá escrito De Caro; es como la pintura abstracta, que uno se pregunta: “¿A quién le habrán pintado esto y qué habrá querido significar?”. “Flores negras” es para mí toda una época, todo un tiempo. Cuando crecí y dediqué mi vida al tango ya sabía que los De Caro eran como los padres del tango: no hay ningún gran músico –ni Pugliese, ni Troilo, ni Piazzolla– que no haya abrevado un poco en esa genialidad, esa manera, esa marcación, que sabía y tenía el poder de transmitir, de trasladar musicalmente todos esos sentimientos encontrados y desencontrados que la ciudad y la noche de Buenos Aires siempre propone, y les proponía a ellos, a su generación.
“Flores negras” es de esas obras que son completas sin necesidad de que uno se inmiscuya en la letra. Eso es la música para mí; yo estoy enamorada de la música toda, me envuelve, y hay algunas en particular como la de este tema que además me retrotraen a una época en la que el piano era compañero de mi vida, de mi casa, de toda nuestra existencia familiar. Después, cuando uno vendió el piano, nos achicamos, se fue la casa, quedó el sentimiento, el sentimiento de la enorme melancolía que evoca este tema y todos estos recuerdos que vienen con él.
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