FAN › UN DRAMATURGO Y ACTOR ELIGE SU PELíCULA FAVORITA
› Por Santiago Gobernori
Una noche estaba en la casa de mis abuelos en Monte Grande y no me podía dormir. Tenía 18 años y recién empezaba a estudiar dramaturgia y actuación. Me empezaba a dar cuenta de que el teatro era algo distinto a lo que yo me imaginaba; no sólo eran los actores que se veían en televisión, había algo mucho más atractivo. Esa noche encontré una copia de Soñar, soñar en una de esas ediciones de revista en una biblioteca. No tenía otra opción y la puse. Eran como las 3 de la mañana y apenas la empecé a ver quedé alucinado.
Con los años empecé a descubrir por qué me gustaba tanto. Creo que tiene que ver con la libertad que maneja Leonardo Favio en la película. Una voluntad para probar cosas, para generar situaciones que no tienen que ver tanto con una realidad conocida. Se nota que la está pasando muy bien. En la película actúa Monzón. Todos sabemos quién es Monzón, pero en Soñar, soñar te olvidás que es él y se transforma en un actorazo.
No sé si Soñar, soñar es la mejor de las películas de Favio, pero sí la que me generó esta sorpresa. El guión es muy básico y lineal: alguien quiere ir a triunfar en la ciudad y alguien le promete que lo va a lograr. Pero alrededor de esa anécdota hay una especie de catálisis, que está muy bien armada y con muchísima libertad. Soñar, soñar va en contra del realismo que uno está acostumbrado a ver en las películas argentinas.
El principio es genial: el personaje de Gianfranco Pagliaro va por las ciudades haciendo un espectáculo y el playback está mal hecho: canta a destiempo. Algo sencillo, pero sorprendente. Me acuerdo de otra donde Pagliaro se está poniendo los ruleros y Monzón le dice: “¿Te sobra uno?”. La escena corta y cuando vuelve está Monzón con un solo rulero, en bata, los dos como si fuesen dos señoras. Me encantó.
Me gustan muchas escenas, pero de todas hay una que me parece increíble. Pagliaro y Monzón están viajando en un colectivo. Ya entraron a la ciudad y Pagliaro está mirando por la ventanilla. De pronto empieza a gritar: “¡Carmen! ¡Carmen!”. Se baja del colectivo, Monzón lo sigue y empiezan a correr desenfrenadamente gritando: “¡Carmen! ¡Carmen!”. Llegan hasta un negocio, entran y hay un enano. “¡Carmen...., al fin te encuentro!”, le dice Pagliaro. Es conmovedor. Favio te hizo pensar todo el tiempo que el protagonista perseguía a un viejo amor, a alguien que lo dejó, a su esposa, pero no; era a un enano. Y está todo tan bien hecho que en ningún momento decís: “Esto es una pavada”; simplemente entrás.
Soñar, soñar tiene algo raro: algo de delirio, pero también de compromiso. Es una película inexplicable y eso es lo que la hace maravillosa. Después leí en algún lado que a Favio no le fue bien con la película, que se deprimió y no hizo nada hasta Gatica. Me sorprendió que un director como él se haya preocupado tanto porque no le fue bien. Me parece que últimamente los directores y autores estamos muy pendientes de los resultados: si va gente o no a ver la obra, si gusta o no gusta. Por un lado es lógico, queremos cierta continuidad en nuestro trabajo. Pero el teatro es un espacio de prueba, se disfruta y se padece, y el tránsito es lo importante, ahí es donde se arriesga.
En Soñar, soñar todo eso está presente. Tiene eso que hace que algunas películas u obras de teatro te atrapen tanto: una sensación de abismo, de placer y de entrega que no se pueden explicar. Soñar, soñar es una película que me da felicidad. Y no me pasa casi nunca.
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