Domingo, 17 de octubre de 2010 | Hoy
FAN › UNA ACTRIZ ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: ANA CELENTANO Y SOñAR, SOñAR, DE LEONARDO FAVIO
Por Ana Celentano
Sin dudas y con firmeza: Soñar, soñar. Esa es una de mis películas favoritas. La vi hace relativamente poco, considerando que tiene más de treinta años. Ya había visto bastantes películas de Favio para entonces, pero nunca ésta, y hace unos dos años mi pareja –que es un fanático, que se la sabe de memoria– me dijo: ¿Cómo que no la viste? Y quedé totalmente tocada, conmovida por cómo dirige Favio a esos dos actores no-actores, cómo les saca ese nivel de pasión y de juego que pocas veces uno ve desplegarse con tanta libertad en un actor profesional. Por cómo se ve en la película y en las actuaciones esa libertad que tiene Favio para contar las historias, y dar justo en el corazón de las cosas, y no perderse en lo que quiere contar; con ese delirio que tiene, que a su vez nace de situaciones absolutamente verosímiles. Cuando a Monzón le agarra el ataque en medio de la filmación, vos te lo creés y corrés y sufrís con él: Monzón no sabía actuar, pero Favio le saca cosas increíbles.
Después de esa primera vez que la vi, Soñar, soñar se convirtió en una suerte de película de cabecera en casa. Mi pareja tiene dos hijas, y la más chica, que tiene ocho años y ya la vio un montón de veces y se sabe diálogos de memoria, repite muchas frases, al punto que hay algunas que se convirtieron en muletillas de la familia, como ¡No me hablés más del enano, no me hablés más del enano!, que es lo que Charlie, el personaje de Monzón, le reclama en una de sus peleas al Rulo, el personaje de Gian Franco Pagliaro. Pero creo además que es una película muy humana, apasionante, con la cual uno se puede identificar a cada momento. Yo no soy del interior profundo, pero irme de La Plata a la Capital cuando tenía veinte años fue una experiencia que recuerdo un poco como los sueños y la ambiciones de Charlie en Soñar, soñar: él dice que quiere irse a la ciudad para ser artista, y yo me fui para eso mismo, para “trabajar de artista”; me vine a Buenos Aires para estudiar teatro. Y sin ser de un pueblo como Charlie, entiendo sus sueños y me identifico con eso, con su ingenuidad, con esas ganas de triunfar que tiene que ver no con el gran éxito, no con convertirse en una gran estrella, sino con por ahí estar en el Jardín Japonés tirando fuego por la boca, trabajando en esos espectáculos de feria como los que hacen Charlie y el Rulo. Charlie es capaz de deslumbrarse con alguien como Mario, que es artista trashumante: el éxito para él es eso.
Una escena en especial me vuela la cabeza: cuando Carlitos se lo lleva a Mario a dormir a su casa en el pueblo y terminan la noche con uno poniéndole los ruleros al otro. Nada menos que a Carlitos Monzón, campeón del mundo invicto, gran macho argentino. Y ahí lo pone Favio, en esa situación delirante, y consigue que la escena tenga la fuerza que tiene y que sea el disparate que es, con Monzón diciendo Por favor, yo quiero tener los pelos así, sentado con las piernas cruzadas como una señora en la peluquería. La pregunta, para mí como actriz, es qué le está diciendo Favio a Monzón al hacer esa escena, cómo los engañó a él y a Pagliaro; cómo hizo que se entregaran espectacularmente a ese juego y a esa relación amorosa entre ellos. Tan inteligente es Favio que nunca te mete en una cosa ambigua, sino que eso que se ve ahí, en la pantalla, es un amor franco, abierto, amor-amistad entre dos hombres.
Y eso es algo que tiene de espectacular Favio, con quien me pasa algo que no me pasa con casi ningún otro director: creo que es capaz de pasar con gran facilidad del humor al amor. Lo que hace no es exactamente realismo, aunque uno lo pueda relacionar todo el tiempo con vivencias propias o con lo que conoció en el barrio, con los personajes únicos que uno vio de chico o de adolescente y que Favio recupera en sus retratos de pueblo. Es un tipo muy honesto y auténtico, que no viene de la intelectualidad ni de la formación académica, que se hizo en el oficio con una gran potencia emocional e imaginativa que no reprime, que siempre va para adelante con total libertad imaginativa, que hace puro cine, que se llena de imágenes increíbles. Creo que hay muy pocos tipos que laburan así, y si tengo que pensar en uno se me ocurre que algo de eso tiene Francia, la última película de Adrián Caetano, que pasó sin mucha gloria por los cines hace unos meses. Viéndola tuve la misma sensación de estar ante un tipo que dirige con un grado enorme de juego y de libertad –hace esa escena fantástica con Susana Pampín, Natalia Oreiro como mucama y una familia descompuesta en el fondo–; una cosa rara y emocional que parece estar diciéndote, con convicción y pasión, sin ataduras: yo voy a hacer la película que quiero.
Ana Celentano coprotagoniza Sin retorno, el thriller del director Miguel Cohan con Martín Slipak, Leonardo Sbaraglia, Luis Machín y Federico Luppi que está actualmente en los cines.
También se la puede ver en la última función de la obra La plebe, el próximo jueves 21 a las 21 en el Teatro del Abasto, Humahuaca 3549.
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