Domingo, 17 de octubre de 2010 | Hoy
Después de la gira de dos años que emprendió con el regreso de los Cadillacs, Vicentico presenta su cuarto disco solista. Producido por el rey Midas del pop, Cachorro López, Sólo un momento es un disco de pop-rock impecable, sin subrayados latinos, en el que su pulso e inspiración encuentran algunas de sus mejores canciones. Convertido en un artesano eximio, el mismo Vicentico explica su arte, sus intenciones al tiempo de componer, los motivos que lo llevan a grabar por segunda vez una canción nacida en las entrañas de El Club del Clan y lo que realmente piensa el punk detrás de ese a quien ahora algunos consideran melódico.
Por Mariano Del Mazo
¿Qué nos quiere decir Vicentico? ¿Quién es en realidad? ¿Un artista o un simulador? Esa gelidez que parece atravesarlo, ¿es pura impostación? ¿Y qué de esos jeans rotos, esa traza de vagabundo existencialista? ¿Estamos frente a un cantante pura honestidad y despojo o, todo lo contrario, un músico que se pone a las órdenes de Cachorro López con el signo pesos dibujado en sus ojos? La versión de “Sabor a nada”, de Palito Ortega, ¿es otra de sus ironías de stand up? ¿Es una estrella de rock o una estrella de pop latino? ¿Es una estrella? Esta nota gira en torno de un profesional del engaño, el rey del artificio, que podría firmar frases como “tal vez la más profunda de las mentiras no sea otra cosa que la más absoluta de las verdades”, o la de cuño rocker, adjudicada a Dylan, “para estar fuera de la ley hay que ser muy honesto”.
Para empezar, Vicentico no existe. El que lleva al colegio todas las mañanas a su hijo de 15 es Gabriel Fernández Capello. Todos lo llaman Gaby y es Gaby, parece, el que fuma ahora a las 10 de la mañana en un salón de Sony Music frente a un grabador que capta cada uno de sus devaneos, que son muchos. Vicentico es el que sostiene un perro desde un afiche que reproduce la tapa de su último disco, Sólo un momento. ¿Será realmente así? ¿Quién es quién?
Quien sea, está diciendo: “Creo que hay algo profundo en lo artificioso del arte. Para mí es muy serio. Quizá porque soy hijo de un titiritero, o porque mi mujer es actriz, sé perfectamente qué importante es saber representar. Por ejemplo, el disco tiene varias canciones que hablan de rupturas amorosas. Pero no es algo autobiográfico, en el punto en que yo haya tenido rupturas amorosas o algo así. Más que nada tiene que ver con momentos cúlmines de la vida, y una separación lo es. Por eso le puse el título que le puse al disco”.
Sólo un momento es su cuarto disco solista. Producido por la oreja casi infalible en cuanto a impacto y eficacia de Cachorro López, se trata de un álbum de pop-rock sin ninguna cumbia o candombe o son o mambo: no hay percusión latina, no hay fila de bronces. La sola aclaración de estas características del disco ya marca el nivel de igualación tímbrica y rítmica al que ha llegado el rock argentino: es necesario subrayar como rasgo de singularidad que no hay cumbia ni tumbadoras. Editado luego del recreo que significó el regreso de Los Fabulosos Cadillacs –que incluyó giras, discos y millones–, Sólo un momento vuelve a confirmar la dimensión compositiva de Vicentico, su vuelo como elegante melodista, aquel de “Basta de llamarme así”, “Gallo rojo”, “C. J.”, “Roble”, “Al amigo J. V.”, “Todo está inundado”, “Cuando te vi”. Es tal vez su logro mayor, muchas veces disimulado en capas y capas de ruido ambiente, capas y capas de eso que en el rock se llama “actitud”. “Cada canción tiene algo muy interno, es una estructura con vida propia. Ok, estamos hablando de mis temas, finalmente de algo muy sencillo y banal, pero a su vez estas cosas funcionan sobre mí como un elemento transformador. Porque yo fui transformado por David Bowie y, por qué no, por ABBA. En mí, el pop tiene ese poder. Yo trato de concebir las canciones, mal o bien, como un tipo que escribe una obra de teatro o un cuento, donde todo lo que hay son símbolos. Escribo de ese modo. El juego que trato de jugar, en un punto, tiene su peligro y es la incomprensión. La otra vez titularon ‘Melódico y popular’ una entrevista que me hicieron. Por un lado me puse contento porque sentí que el engaño llegó a su punto máximo. Y por otro lado dije: ‘Puta madre, no se entiende... ¿Yo, melódico?’. La culpa es mía: a veces me voy de mambo con la idea de llevar una canción a su punto más... más grasún, no sé cómo decirlo. Igual me chupa un huevo que no me comprendan o que crean cualquier fruta. Conozco otros músicos que les importan mucho estas cosas, y está bien.”
¿Quiénes por ejemplo?
–Bueno, por ejemplo Flavio. Si alguien lo catalogara como “melódico”, Flavio se pega un tiro. A mí no me jode. Lo mío es artificio puro, un artificio en el que pongo todo mi corazón para llegar a concretar lo que busco: canciones a las que al menos no se les vean los hilos. Escribí “Luca” y, si lo pensás, el tema no tiene nada que ver con lo que representa Luca Prodan. Es lo anti-Luca. No hay más plástico que esa canción. La letra, la melodía, la textura. No pensé en él, pensé lo que hacía con mis amigos en esa época. Eran los ’80, la calle, la noche, The Cure. Y a la vez esa época la recuerdo como algo muy infantil. Es una mezcla. La canción no es un homenaje a Luca. Es una evocación musical. Mi hijo Florián tiene 15 años y no conoció a Luca. Y es el tipo más fanático de Sumo del mundo. Yo creo que por lo que transmite la música a través del tiempo... bueno, la canción apunta ahí.
¿A qué músicos sí les ves los hilos en sus canciones?
–A muchos... Manu Chao, por ejemplo. En general, cuando el artista se pone panfletario se le ven los hilos al toque. Es la parte que me costaba más de los Cadillacs.
Volvemos a Flavio Cianciarullo... El también tuvo su faceta panfletaria. ¿Cómo hacías para cantar con los Cadillacs una frase escrita por él como “resiste Víctor Jara”, que es tan Manu Chao?
–Es que yo lo conozco a Flavio y sé adónde va con ese tipo de frases, qué clases de cosas busca. Seguramente a él le costaba lo que yo proponía. Y así sucesivamente. Las bandas son eso. Esa tensión entre dos tipos es fundamental para que una banda progrese, se mueva y avance. Con Flavio era constante: vos hacés esto y yo hago lo otro. Al final se integró una energía interesante. Si le ponés una carga negativa y la llevás de acá para allá, al estudio, al ensayo, te hundís en el caos. Pero si sos capaz de revisarlo y de ubicar la energía donde hay que ubicarla, las cosas se ponen buenísimas. Por otra parte, Flavio no es Manu Chao: él va buscando y buscando y no tiene ningún problema en buscar. Va al fondo. Es un artista. Yo te puedo decir que puedo cantar las canciones de él con total franqueza y alegría, porque siento que no hay nada berreta en lo que compone.
¿Fue tan amable como se dijo el retorno de los Cadillacs?
–Sí, totalmente. Mirá, yo ya no quiero cargar a mi trabajo con quilombos raros. A mí se me suelta la chaveta muy fácil, soy de equivocarme, de pifiarla... Traté de hacer las cosas bien. Lo que nos salvó fue que nos queremos mucho. Somos un grupo muy combativo, pero siempre desde el cariño. Todo lo que nos pasó fue en paz total, con alegría, con nuestras familias...
Casi antinatura.
–Antinatura total. Estuvimos dos años dando vueltas, girando, y te juro que fue risa de punta a punta. A mí me dio una alegría extra: dimos vuelta una historia que podría haber sido cualquiera, derribamos un mito interno, e incluso para afuera, de que estas cosas son por la guita. Que te llevás para el orto, pero igual lo hacés...
¿Van a “volver a volver”?
–Habrá que ver. Cada uno está con lo suyo. Igual, la relación cambió, es una relación nueva. Sin rollos, sin nervios, nos hablamos casi todos los días, nos juntamos, nos vemos... Cuando sea el momento, nos pondremos la camiseta.
Vicentico presentó el disco a la prensa en una extraña conferencia de prensa en La Trastienda. Primero tocó cinco temas de los nuevos (“Ya no te quiero”, “Cobarde”, “Viento”, “Morir a tu lado” y “Sólo un momento”), y después se entregó a los periodistas con el talante de José Marrone. Mucho repentismo y un humor feroz que se potenció al advertir que el que picó en punta con las preguntas fue Luis Majul. “Me dio un ataque de risa, qué sé yo... ¡Majul! Aparte yo no veo nada de lejos, soy corto de vista, tendría que usar anteojos... Cuando escuché esa voz, pensé: ¿será Majul? ¡Y al lado de él estaba Guillermo Pardini! ¿Cómo puede ser?”
“¿De qué monopolio sos?”, lo gastó al segundo cronista que preguntó y así, mansamente, fue domando a las fieras desdentadas que representan hoy lo que se suele llamar “prensa especializada”. Imitó a Gustavo Cordera –el rockero argentino que periódicamente regala su ropa en furtivos ataques de antimaterialismo y se dedica a abrazar árboles en La Paloma– (“yo creo que Cordera está chiflado”) y, unos días después, en lo que fue su primer show en el Samsung Estudio, se mandó con una performance en la que caricaturizó a Joaquín Sabina y a Ricardo Iorio. También le dedica en la entrevista exquisitas parrafadas a su amigo Andrés Calamaro (“lo amo, se parece cada vez más a China Zorrilla; tenés que verlo en casa, levantándose de la mesa en medio de la cena para ir arriba a mirar la telenovela donde trabaja su mujer, o para mandar mails. Lo adoro a Andrés: viene mucho a casa. Valeria y Julieta son amigas, y también mi hijo pequeño con Charito”). Hay algo cannábico en el humor insondable de Vicentico, algo de tiempo detenido, algo pasota; un humor inteligente y desdeñoso. Por ahí hay una veta, quién sabe, en un futuro, en el surco abierto por Capusotto... Todo lo que es representación lo toma muy seriamente, aunque no parezca. En los shows despliega una puesta en escena de sí mismo. “Vengo de familia de artistas, sé de qué va lo teatral.” Vicentico es hijo de Ariel Bufano y de Adelaida Mangani, personajes fundamentales en el desarrollo del teatro de títeres en la Argentina. Pese a que Bufano no fue su padre natural, lo crió desde muy chico: él lo llama “mi viejo”.
¿Cambió el recuerdo y las consideraciones hacia tu padre ahora que tenés dos hijos, uno de ellos adolescente?
–No sé. Yo me abrí mucho del modo de pensar de mis viejos. Y sigo abierto de ese modo de pensar. Ya no como una rebeldía sino como una decisión propia de que ese modo no me parece el mejor...
¿Cuál sería ese modo?
–Mi viejo era muy estricto. Tenía una cosa que me parece interesante, que era su conducta férrea para trabajar; y otra, que no me gustaba nada, que era la falta de fluidez, la falta de alegría, la falta de inmediatez, la falta de instinto. Era muy... stalinista. Puro trabajo. Una vez me dijo esa frase estúpida: “El trabajo es el 99 por ciento y la inspiración, el uno”. Qué sé yo: para mí es 99 por ciento de trabajo y 99 por ciento de inspiración también. Y hay momentos en el que la inspiración es todo y entonces te sentás a trabajar. Pero siempre con alegría: estás haciendo títeres o canciones, no estás trabajando de esclavo para un tipo que te pega.
¿Llegó a verte con Los Cadillacs?
–Sí, llegó a verme, sí, sí... No cazaba un fulbo. Como buen titiritero, mi viejo veía todo a través de objetos. Y creo que no era capaz de ver más allá de su nariz.
Tu hijo mayor parece hecho a tu imagen y semejanza: hincha de San Lorenzo, músico, fan de Sumo...
–Sí, pero está haciendo su propio camino. A veces lo hablamos con Valeria: cómo va descubriendo su gusto musical. Pasó del rock progresivo de Genesis y Yes a la new wave. Toca muy bien el piano y la guitarra, muy limpio. En “Luca” tocó la viola, y a veces se junta con el hijo de Flavio, Astor, que es un batero descomunal.
¿Se juntan a tocar?
–Sí. Impresionante, ¿no?
Quizá por esa herencia “stalinista” de Ariel Bufano, o por su propio paso (algo más que una simpatía, no mucho más) por el trotskismo del MAS de los años ’80, el de Luis Zamora, Vicentico considera el escenario un trabajo. Un proletario del entretenimiento que, además, utiliza estas facetas de ideología de bolsillo para mantener domesticado su ego, a raya la vanidad. Pero, más allá de lo político, a Vicentico parecen moverlo algunas máximas que rozan lo zen. Una de ellas, dice, es la necesidad de anular la pasión. “La ausencia de pasión me parece algo muy necesario en este trabajo. Está bien a cierta edad, pero a los 46 me resulta interesante el vacío, estar limpio, suelto. Mirá, no es un tema que me pase de costado. Estoy hablando de música. Después de mis hijos y mi familia, lo más importante para mí es hacer canciones. ‘El rey del rock’&’roll’, por ejemplo, me hubiera resultado imposible escribirla en estado de apasionamiento. Necesito estar como frío y a la vez lúcido. Para mí la falta de pasión no tiene que ver con no tener sentimientos, tiene que ver con lograr cierta inteligencia emocional para poder transmitir, para poder componer una canción bonita, para poder decidir qué sonidos van. Cuando éramos pendejos, grabábamos discos en una toma: todo era rápido y, tal vez, no era lo mejor.
¿Está idea la trasladás al escenario?
–El escenario es laburo. Cuando uno sale al ruedo hace lo mejor que puede, pone todo: inteligencia, lucidez, cariño. Es un instante muy especial, una celebración, algo ancestral. En un concierto o en un partido de fútbol se comparte un rito y todos, los que están arriba y los que están abajo, quedan más sanos, más abiertos. Después hay que saber bajar, sacarse la ropita del personaje y adiós. ¿Qué querés hacer? ¿Garchar, drogarte? ¿Estás sobreexcitado? Ya pasé ésa. Yo agarro a mi hijo más chiquito y me voy a caminar por ahí. Cable a tierra total. Igual no bajo enseguida, quedo arriba. Pero con mecanismos para estar protegido.
¿Qué sentís cuando ves lo que le pasó a Cerati, lo que le está pasando a Pity Alvarez?
–Tristeza. Y aunque no lo creas, lo que más pena me da son los hijos, cuando hay hijos... Me parte el alma. No hay que olvidar que todos estuvimos ahí, al borde. Yo soy una persona con una tendencia a cualquier adicción, una tendencia fuerte. Pude dejar todo, por suerte. Lo que no puedo ahora es dejar el cigarrillo. Muchos de nosotros pasamos por el agujerito de una aguja, dijimos permiso y caímos del otro lado. Miralo a Andrés (Calamaro).
Tenés amigos en el ambiente, hace 25 años que estás actuando... Después de lo que le pasó a Charly, después de la implacable sátira de Pomelo... ¿hay músicos que aquí, en la Argentina, todavía se creen estrellas de rock?
–Vuelvo a lo de la pasión... La pasión no te permite ver que no sos una estrella de rock, que no importa si tenés guita, que no importa si estás soltero. El que se autodefine “estrella de rock”, con todo el respeto que me merece, es un pelotudo, un descerebrado. ¿En qué cabeza cabe?
Vos también te lo creíste.
–Sí, de pendejo sí. Estuve confundido en el sentido de estar en cualquiera, en no ver qué es lo más importante. Esto no quiere decir que arriba del escenario me sienta hoy, todavía, siempre, sí, la mejor estrella de rock del mundo. Sigue siendo un momento mágico. Un lugar de fantasía. A la vieja usanza, como era Sandro, como Bowie.
El anti-rock chabón...
–Y sí. Me chupan un huevo todos los del rock chabón. Me parecen unos tarados. “Somos iguales al público”, dicen... ¡Obvio que somos iguales! Pero esto es un show. Yo vengo del punk rock, que fue un lindo invento. Vengo de ahí. ¿O alguien realmente cree que lo mío es Nino Bravo o Roberto Carlos? No, mi ADN es del rock y del punk. Nada mejor cuidado que el alfiler de gancho bien puesto, el peinado de Joe Strummer, el cigarrillito de Paul Simonon. Lo sé perfecto porque nosotros hacíamos lo mismo. Muy diferente a lo que hacen Los Piojos, que tocan en jogging. Está todo bien, pega, fusiona, debe tener una magia fuerte. Yo no se la encuentro.
Lo primero que sorprende de Sólo un momento es la foto de la tapa. Delante de un paisaje industrial y sombrío y bajo la tutela de un ovni, a la manera de Viggo Mortensen en La carretera, Vicentico alza un perro blanco. El arte interior es aún más misterioso: una chica con gesto torvo parece esconderse de algún peligro; en el librito de las letras y la ficha técnica se lo ve al cantante rodeado de biblioratos observando una peluca de pelo moreno, una escena que parece salida de un policial, que sugiere algún tipo de perversión. “Fue idea mía. Y más: adentro del sobre hay una foto medio oculta de una mina que está regando una planta con una pava que para mí es Cristina. Es como un track oculto fotográfico.”
¿Cómo surgió algo tan enigmático?
–Lo primero que se me ocurrió fue sacar a alguien del agua. Había visto unas fotos de un tipo sacando a una mina del mar, medio desmayada, y me había gustado. La actitud del tipo, la mina. Decidimos que podría estar bueno meter un perro, un perro blanco. Lo podríamos haber hecho en un estudio, pero nos fuimos a la Costanera Sur, a la Reserva Ecológica, a sacar fotos. Conseguimos el perro, la pilcha y tiramos como 300 fotos. La de tapa es la que elegí. Después Ale Ros metió el plato volador, como para que quede algo no tan realista.
Musicalmente, ¿por qué eliminaste en el disco toda apelación latina, algo que venís haciendo desde hace muchísimo?
–Tengo ganas de rockear. Me parece que, si bien no es especialmente rockero ni nada, es un disco que en vivo y con una banda chica tiene mucha tela para cortar. Fue importante el aporte de Cachorro López. Para mí, Cachorro es un genio del pop: le mostrás una canción, se pone la camiseta, labura, busca, le pone garra y corazón, y al final la cosa sale.
¿Tenés referencias musicales, el disco las tiene?
–Sí, más de afuera que lo que pasa acá. Me gustan Julian Casablancas, MGMT... Igual, si busco referencias para mi música siempre pienso en gente que me resulta inalcanzable: Bowie, McCartney, si querés ABBA. Escucho “Dancing Queen” y pienso: puta, cómo sonaba esto. Bueno, “Morir a tu lado” es re ABBA.
Habías hecho “Algo contigo” de Chico Novarro. Ahora te metés con otra canción de otro compositor surgido de El Club del Clan, con “Sabor a nada”, de Palito Ortega... ¿Qué te pasa con El Club del Clan?
–Ni lo pensé. Te juro. Elegí esa canción porque estábamos trabajando en un 12 por 8, una balada, y empecé a cantar sobre esa base “Sabor a nada”, y quedó. Sacá a Palito Ortega de la cuestión, no me interesa lo que proyecta su persona... Simplemente me parece una gran canción. Y lo que me preguntabas de El Club del Clan... no, no me interesa especialmente. Sí me encanta toda la música que se hizo acá y en el mundo durante el pre-rock, los ’50, con la irrupción de la televisión, el rockabilly, los primeros Beatles. Son todas canciones lindas. Muchas épocas me gustan: también los ’70, los ’80 ni hablar. Los ’90 más o menos.
Sólo un momento transita un pop bastante beatle que sobresale por esa especie de módulo orgánico que le imprime Cachorro López y que puede funcionar indistintamente con Julieta Venegas o Andrés Calamaro. Entre estas doce canciones esperan agazapadas varias de las que se van a escuchar hasta en la sopa en este verano. Adhesivas, destaca el groove tex mex a lo banda de sonido de Quentin Tarantino de “Cobarde” y la notable primera línea de la letra (“Salgo de mi casa acompañado de la muerte / de lo que fuimos los dos”), la ranchera oculta en “Escondido” (más ruptura de bolero: “Cuántas señales no vi de que esto se acababa / cuánta gente me avisó y yo nunca escuchaba / cuánta vergüenza siento hoy de haber sido tan ciego”), el medio tiempo de “El pacto”, otro posible hit, y la metafísica de “El otro” que cierra el álbum (“¿Será que soy un fantasma, sólo un alma que anda suelta / desde siempre dando vueltas / por toda la eternidad?”). El mejor tema, no obstante, es una balada que lleva esculpida lo más distinguido del pulso musical y poético de Vicentico, una obrita de poco más de dos minutos y medio, melancólica y arcana, sutil, hecha de sobreentendidos, con la guitarra acústica dominante de Sebastián Schon: “El rey del rock & roll”. Dice la letra: “Ahora suena / la nota final / éste es el momento exacto / el último minuto / y ya está / Da la espalda / se va sin saludar / queda música sonando / Que suene fuerte / la nota final / del final / El rey del rock & roll / ha terminado su acto / se va a descansar / creo que no volverá...”.
Vicentico dice que no pensó en Sandro, que no pensó en nadie en particular, que es simplemente una reflexión sobre la vida de los artistas. “Hay un momento que se termina; y si no estás atento, caés en la nada total.”
También hablás de vos...
–Tal vez, pero en otro sentido. Yo me siento un rey porque vivo como un rey. Y no hablo de guita ni de poder. Para mí es una obligación vivir como un rey y lo hago: vivo en el lugar que quiero, haciendo lo que quiero. Jamás me podría comportar como un esclavo. Tengo pocas cosas claras, pero hay una en la que no tengo dudas: no hay nada que me pueda mover de lo que yo quiero hacer de mi vida. Peleo por eso. Peleo por mi castillo de Parque Chacabuco, a morir.
El que habla al fin se llama Gabriel, todos le dicen Gaby y anda con los tiempos acotados porque tiene que ir a buscar a Florián a la escuela. Vicentico pasa la mano por el agujero del jean a la altura de la rodilla y, con cara de poker, hace pasar a los chicos de la revista Soy Rock.
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