Dom 19.12.2010
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De carne somos

› Por Lucrecia Urbano

Desde un primer momento esta obra me impactó. I once was what you are you will be what I am (“Yo fui lo que tú eres, tú serás lo que yo soy”). Se trata de una edición de seis fotograbados de Damien Hirst, que es como un fetiche en mi taller. Su mensaje desde hace años me acompaña y me señala. De alguna manera siento que esta obra se emparienta con la mía. En el cuestionamiento de la finitud y la incertidumbre. En el juego entre la vida y la muerte que emana de esos retratos me llega e influye constantemente. Hirst me muestra imágenes de gente diversa, escondida tras sus propios huesos. Retratos que imagino de gente distinta, pero de la que tengo que adivinar sus diferencias: quiénes son –o quiénes fueron– y cuáles son sus historias de vida.

Hay imágenes que me perturban, me provocan y sacuden. Sé que la calavera es uno de los fetiches más trillados en la historia del arte, pero en este caso todo su conjunto las hace inolvidables para mí. Es una obra a la cual tengo que volver una y otra vez en mis pensamientos. De hecho, escribiendo esto descubrí que mis retratos de gemas, fotograbados que expuse en el Recoleta en octubre, estaban dispuestas de la misma manera que las de Hirst, como un damero.

Conocí esta obra en el año 2007 cuando viajé a exponer a Art Basel de Miami. Me impactó muchísimo por su calidad, y sus negros aterciopelados que en la impresión intaglio cobran un volumen penetrante. Está impresa en seis colores sobre un papel Arches de 400 gramos de 120 cm x 108. Supongo que mi cara de fascinación me delató, ya que los editores de la obra que estaban allí (The Parangon Press) se acercaron a darme todos los datos del proceso de edición del fotograbado. Yo cedí encantada a toda la información y los catálogos que me dieron y que hoy me acompañan en mi taller. Creían que iba a comprar la obra, pero yo me llevé esa imagen en mi cabeza. Me encantó esa edición de grabados impecables, esa suerte de rayos X frente a mí, como un espejo de mi propio esqueleto.

En un primer momento no sabía que era de Hirst, podría haber sido de cualquier otro artista ignoto, ajeno. Pero cuando me enteré de que era de él, eso también me gustó porque se trata de un artista con estrategias bien claras de cómo llamar la atención y con la capacidad para ir y venir del arte culto al popular, de la masa a la elite.

Por todo esto, estos retratos de calaveras están cada mañana cuando me lavo los dientes frente al reflejo e imagino mis movimientos como huesos al desnudo. Creo que el arte es como ponerle un espejo a la vida. En mi autorretrato, imagino la vida y la muerte unidos en un mismo instante.

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