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Un dramaturgo y director teatral elige su escena de película favorita: Emilio García Wehbi y el peluquero de Treblinka en Shoah, de Claude Lanzmann
› Por Emilio Garcia Wehbi
Desde ya me declaro imposibilitado de elegir sólo una escena favorita de una película. Si lo hiciese, el recuerdo o la fascinación por la otra me lo reprocharía, así que mis dos escenas favoritas de películas tendrán que compartir el mismo espacio. Una pertenece a Shoah, de Claude Lanzmann, y la otra a Sans Soleil, de Chris Marker. Y ahora que las pongo juntas, creo que son parte de una familia. Las une el ejercicio de la memoria. Una brutal y la otra sutil. Pero complementarias.
De Shoah, la monumental obra cinematográfica acerca del Holocausto, hay una escena imborrable, por dolorosa y fascinante: es la escena en la que Lanzmann le pide al peluquero Abraham Bomba que relate sus vivencias de los momentos en que tenía que rapar a las mujeres que estaban a punto de entrar a las cámaras de gas de Treblinka. Pero para darle marco a ese relato testimonial, lo hace desde un ámbito ficcional: primero ha entrevistado a Bomba en Estados Unidos, le ha perdido el rastro y vuelve a encontrarlo tiempo después en Tel Aviv, donde vive como jubilado. Le propone entonces que dé testimonio, y que lo haga reproduciendo lo que lo habría de salvar y hundir al mismo tiempo, es decir, cortando el pelo. Para ello alquila una peluquería, pone a algunos parroquianos dentro de ella, le calza unas tijeras a Bomba y le pide entonces que dé su testimonio del Holocausto. Lo presiona para que recuerde. Que qué sintió cuando veía a esas mujeres, vecinas de su pueblo en Polonia; que qué sintió cuando su compañero peluquero le tuvo que cortar el pelo a su mujer y a su hermana sin poder despedirse, unos segundos antes de ser gaseadas. Lanzmann lo conmina a recordar, le dice que es su responsabilidad como sobreviviente. Bomba, por ser justamente un sobreviviente de los campos, es un tipo duro. Primero contesta con parquedad y precisión casi técnica, descriptivamente; pero poco a poco la memoria de su cuerpo, al reproducir ese falso tijereteo sobre una cabeza, lleva a que aflore en él esa angustia mortal que le envenena el corazón, y se quiebra. Abraham Bomba tiene ahora un nudo en su garganta, no puede hablar, y no puede reprimir unas lágrimas que brotan invisibles. No quisiéramos saber lo que está recordando, es demasiado inmenso como para verbalizarlo. Le pide por favor al director que apague la cámara... ¡pero Lanzmann no lo hace! Le dice que continúe, que debe hacerlo. Bomba responde: “Es demasiado horrible”. Lanzmann: “Debemos hacerlo, es necesario, disculpe”. Bomba: “No me prolongue este sufrimiento”. Lanzmann: “Continúe, se lo ruego”. Y Bomba, luego de un tiempo para nosotros incómodamente interminable, respira hondo, se repone, limpia sus lágrimas secas con una toalla y termina de dar testimonio. Fin de la escena. Los espectadores hemos sido testigos de una profunda reconstrucción de la realidad a través de la ficción. Abraham Bomba pudo testimoniar así, en una falsa peluquería, cortándole el pelo a un falso parroquiano, a casi 40 años y a miles de kilómetros del lugar en que ese acto de barbarie avergonzó al siglo XX.
El otro ejercicio de la memoria es más sutil –más banal, diría el mismo Marker–. Y ya no puedo referirme a una sola escena de Sans Soleil, esa joya del cine que es un ensayo documental ficcional acerca de la deriva del hombre y el mundo, acerca de la mirada y el recuerdo, acerca de la errancia y la permanencia de las cosas, porque Sans Soleil toda es una gran escena compuesta por muchísimas escenas e imágenes encadenadas de modo tal que si quitásemos un fotograma se nos derrumbaría todo el film; de la misma manera que si quitásemos un recuerdo de nuestra memoria perderíamos la cabeza. Sans Soleil es un gran montaje subjetivo, reivindicación de la memoria y del amor por la vida de aquel flâneur que todos deberíamos llevar adentro. Dejarse atravesar por esta obra es asomarse quizás a la película intelectualmente más excitante jamás realizada.
Y sí. Pongo las dos películas juntas y confirmo que son familia. Las une la vocación por la memoria del mundo y de las personas, y por ese hermoso carácter de excepcionalidad e inexorabilidad.
Como parte de la propuesta ProyectoClásico y en el marco del VIII FIBA, Emilio García Wehbi estará poniendo en escena la obra Hécuba o el gineceo canino, basado en Hécuba, de Eurípides y adaptado por él con texto anexo, Bufido, de Nicolás Prividera, y actuaciones de Maricel Alvarez, Horacio Marassi, García Wehbi y Prividera. Los sábados 10, 17 y 24 de septiembre a las 21 (continuando todos los sábados de octubre y los tres primeros de noviembre en el mismo horario, y sumándose el sábado 1º de octubre una función a las 18 en el marco del FIBA), en la Sala Batato Barea del Centro Rojas, Av. Corrientes 2038. Entrada: $ 20. Más información: www.rojas.uba.ar
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