Dom 26.02.2012
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FAN › UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA DE ARTE FAVORITA: PAULINA SILVA HAUYON Y SEASCAPES, DE HIROSHI SUGIMOTO

Todos los mares de este mundo

› Por Paulina Silva Hauyon

A Sugimoto lo conocí en 2003, una de las primeras veces que vine a Argentina, por un libro que había llevado la profesora de un seminario al que asistía en ese tiempo. Tenía 22 años y venía de Chile, buscando complementar una formación más académica que no incluía demasiado del arte contemporáneo. No sé cómo explicar cuando a uno le gusta tanto un artista. Hay como una alegría que no se puede describir. “Tiene todo lo que yo quisiera tener”, fue lo que pensé cuando miré las reproducciones. Quedé impactada con Seascapes, una serie ilimitada de fotografías en blanco y negro de mares de todo el mundo, donde el encuadre es el mismo y sólo se diferencian por los títulos que hacen alusión al lugar donde fueron fotografiados. Ahí estaba ese gesto mínimo y riguroso, tan austero, y que generaba un efecto máximo. Me di cuenta de que el artista desaparecía en sus trabajos, sumido en una especie de anonimato.

Sugimoto nació en Tokio, cerca del mar. Al pueblo japonés le gusta mirar el monte Fuji. A él le gustaba observar el océano. “¿Cuál será la más inmutable escena en la tierra?”, se preguntó. Y llegó a la conclusión de que eran los paisajes marinos. “El mar puede estar contaminado, pero aparenta ser igual”, reflexionó. Esa precisión, esa insistencia en un tema, en una serie que no tiene fin todavía, me impresionaban. Y lo más hermoso era volver a pensar en el paisaje, un género clásico de la historia del arte, buscar ese lugar en el mundo que no ha sufrido cambios drásticos, como el mar, que puede ser, en apariencia, el mar que conoció un ancestro mío. Y eso es una cosa muy conmovedora. Porque en el fondo es el mismo mar, que los hombres fueron clasificando con distintos nombres. Vi que Sugimoto era conceptualmente implacable. Que había una empatía perfecta entre lo formal y el concepto. Y algo de eso empezaría a acompañarme en mi trabajo, pues Sugimoto me enseñó a ser más consciente de lo que yo hacía. A ver de qué cosas me estoy agarrando para hacer mi trabajo. Me hizo más rigurosa con mis elecciones. Y también me enseñó una cosa superespecial: a través de este artista sentí que tenía una comunión con mis ancestros orientales. No era algo que yo había buscado sino que me salía naturalmente: el trabajo paciente, el trabajo casi zen, la austeridad. Empecé a ver aspectos míos en la obra de Sugimoto y todo empezó a hilarse. Recordé que en la antigua cultura oriental el acto de comer era un momento de incertidumbre y riesgo, por el uso del color negro en la vajilla: no distinguían lo que se estaban acercando a la boca. Eso estaba también en la obra de Sugimoto. Las atmósferas oscuras. Y en el taller comencé a desarrollar ese carácter donde uno tiene que esforzarse para ver las cosas.

Soy fanática del mar. Crecí en Santiago de Chile, que está a una hora y media de la costa. Chile tiene un mar con un aroma muy característico: como a yodo, muy fuerte. Cuando uno va de viaje y se va acercando al mar, el olor te va avisando que estás cerca. Es un mar hostil y muy frío. Con muchas rocas. Un mar con mucho contraste. Los mares de Sugimoto pueden ser el antónimo de mi mar chileno, están tan exentos, tan limpios y reducidos formalmente. No podría sentirles el olor. Los de Sugimoto son la clase de mares donde tienes que estar muy adentro para poder fotografiarlos.

Me gusta imaginar a Sugimoto trasladando su laboratorio, como un nómade, durmiendo en distintos hoteles aledaños al mismo mar, buscando la mejor toma, corroborando en el cuarto oscuro que el resultado sea el imaginado, pues sus obras comienzan con una visión mental. En su cabeza el trabajo ya está hecho. “La imagen es una especie de decoración del concepto.” “Concepto es concepto, no es sólido; entonces, necesita una imagen que lo haga sólido y visual”, dijo alguna vez.

Vuelvo a entrar en estas imágenes y siento la melancolía de ese universo en donde nada parece romper la similitud entre una fotografía y otra, hasta que comienzan a aparecer sutiles diferencias de tiempo y espacio: los pequeños matices entre las densidades del aire, las texturas del agua y las calidades de la luz, la línea del horizonte que divide la luz de la oscuridad. Sin embargo, pierdo los límites de lo que observo. El paisaje puede convertirse en abismo. A mí me daría mucho miedo que la naturaleza fuera siempre igual. Sugimoto refuerza ese terror frente a un paisaje homogéneo. Pareciera que iguala los mares, que son sólo agua, cielo y luz y nada más que eso, pero a pesar de enfrentarnos a ellos, éstos no son una simple imagen estética, sino que tienden a concentrarse en una parte, recreando la imagen de un todo. Un solo mar y la misma visión que acompañó a una generación tras otra de la humanidad.


Hiroshi Sugimoto, nacido el 23 de febrero de 1948, es un fotógrafo japonés que actualmente divide su tiempo entre Tokio y Nueva York. Su obra se desarrolla en series, que se distinguen por el tema y atributos similares. En 1970 estudia Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Rikkyô, en Tokio. En 1974, se gradúa en el Art Center College of Art and Design de Los Angeles. Ese mismo año se establece en Nueva York. Profundamente influenciado por los escritos y las obras de Marcel Duchamp, así también como por los movimientos dadaísta y surrealista y la arquitectura moderna del siglo XX, su trabajo se centra en la fugacidad y el conflicto entre la vida y la muerte. Sugimoto concibe sus fotografías como cápsulas del tiempo. El diseño de las exposiciones de Sugimoto tiene un carácter fuertemente arquitectónico. Comienza su trabajo con Dioramas, en 1976, serie en la cual fotografía las pantallas de los museos de historia natural, indagando los límites de la verosimilitud y colocando al espectador al borde de caer en la trampa de la imagen. Su serie Portraits, iniciada en 1999, se basa en una idea similar. Sugimoto fotografía figuras de cera de Enrique VIII y sus esposas basadas en retratos del siglo XVI e intenta recrear la iluminación utilizada por el pintor. En la serie Theaters, Sugimoto fotografía los viejos palacios del cine norteamericano y autocines, con exposiciones que coinciden con la duración de la película entera. En 1980 comienza una serie de fotografías del mar y su horizonte (Seascapes), en lugares de todo el mundo, utilizando una cámara de gran formato y exposiciones de diversa duración. En 2009, el grupo irlandés U2 elige para la portada de su álbum No Line on the Horizon una fotografía de la serie Seascapes, del Lago Constanza, que había servido a Bono como inspiración para la letra de la canción que da nombre al disco.


Testimonio recogido por Radar

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