FAN › UNA ARTISTA PLáSTICA ELIGE SU OBRA FAVORITA: VIVIANA BLANCO Y THE RECITAL OF DREAMS, DE LEONORA CARRINGTON
› Por Viviana Blanco
Este verano lo pasé encerrada en el taller. Estaba tan abstraída dibujando que el calor no influyó en mi humor y todos los días emprendía decidida el viaje de una hora que separa mi casa del taller.
En uno de esos días calurosos, me puse a pensar que, en general, las imágenes que me atraen tienen un componente psicológico y fantástico. Este pensamiento me condujo al movimiento surrealista y de ahí a mi biblioteca. Comencé mirando a Magritte y a De Chirico. Entre todos los libros que tenía me faltaba uno de mis preferidos: Max Ernst. Empecé entonces a buscarlo por los talleres de mis amigos, pero en lugar de Ernst me encontré con la biografía de una de sus amantes –así me dijo mi amiga mientras extendía el libro en el que sólo leí el título: Leonora– escrita por Elena Poniatowska. En el viaje de vuelta a casa empecé a leer el libro y quedé inmediatamente atrapada con la historia. Ese mismo día leí casi la mitad y apenas desperté, a la mañana siguiente, busqué imágenes de Leonora y, con sorpresa, recordé que ya había visto obras suyas en una muestra de Remedios Varo en 2009 en México. En la muestra había una mesa-vitrina con fotografías, cartas y dibujos que Remedios había intercambiado con Leonora durante su larga y profunda amistad. Por alguna razón, esas imágenes quedaron olvidadas en el cúmulo de experiencias que uno atesora y colecciona en los viajes de especial intensidad. Fue recién el verano último, tres años más tarde y a partir de la lectura de su biografía, en que realmente presté atención a su obra. Y no pude dejar de mirar sus pinturas desde ese día.
Entre todas las obras de Leonora, una en particular me atrapó: The Recital of Dreams. Ahí descubrí que los pájaros de Leonora eran como los que yo venía soñando días antes. Un sueño dentro del sueño, ensoñaciones. Estar despierto, estar atento, unir los cabos y dejarse llevar como en el más profundo de los sueños. Los personajes están ahí como testigos de lo que no tiene nombre pero que abunda en presentimientos. La imagen es etérea y es mágica. Es sólida y misteriosa. Es enigmática y esperanzadora. Antropomorfa y delicada. Minuciosa y rápida. Es expresiva y suave. Podría ser una escena dibujada simplemente, pero la luz que le da el óleo –sobre todo al personaje blanco– es esencial para completar esa trascendencia que pretende narrar.
El libro de Poniatowska, aunque me resultó algo empalagoso y exagerado, me impulsó a investigar un poco más a fondo la escena surrealista. En realidad, yo sólo conocía a los artistas varones más famosos, pero el grupo estaba conformado por muchas mujeres –a veces sólo rescatadas por sus roles de amantes, esposas y compañeras– que tenían una obra muy interesante y potente, como por ejemplo Lee Miller, Eileen Agar, Kay Boyle, y la argentina Leonor Fini.
Me gustó reencontrarme con la obra de Leonora de esta manera. Algo en mis últimos dibujos tiene una conexión fuerte con sus imágenes: la convivencia en un mismo espacio de seres que se transforman en otros seres y la pasión por una tradición oral que alimentó sus fantasías desde la infancia.
Leonora tuvo una vida muy intensa: huyó de la casa de sus padres para vivir una vida que, según su familia, no era la que le correspondía. Fue madre y escritora. Narró sus miserias y pintó sus deseos más profundos. Una pintora apasionada que supo estar entre los surrealistas de la mano de Ernst y que, gracias a su pintura, se salvó de la locura y de la guerra.
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