Dom 30.09.2012
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FAN › UN MúSICO ELIGE SU CANCIóN FAVORITA: MELINA MOGUILEVSKY Y “CIELO DE TI”, DE SPINETTA

Un lugar de uno

› Por Melina Moguilevsky

La escuché y la canté desde chiquita, y lo que más me llama la atención es que sigue teniendo en mí el mismo efecto, me emociona como la primera vez. Con los años la usé para mi trabajo, como cuando participaba en el Ensamble Desarmadero, y en una improvisación, me venían a la mente fragmentos de la melodía y de la letra con los que podía intervenir.

La canción se llama “Cielo de ti”, está en Pelusón of Milk (1991) y la elegí entre otras que me encantan de Spinetta por su vuelo poético, y especialmente por las imágenes contundentes y emotivas a las que lleva. La escuché por primera vez en la casa de mis padres, donde los discos de Spinetta siempre estaban a mano, así que me acompañaron toda mi vida. Esta canción al principio era una más entre tantas otras, pero con el tiempo me di cuenta de que volvía a ella una y otra vez.

La letra habla del amor de forma melancólica, pero no va a los lugares estereotipados de la “canción de amor”. “Los gemidos de tu siesta tienen tiempo,/y los fantasmas que amas tienen algo al fin./ Yo no tengo un solo rastro tuyo en mí./ ¡Oh!, mi amor, sólo cabe luchar”, son unos versos increíbles. Después tiene una manera de utilizar los paisajes y la naturaleza como figuras para expresar sentimientos: asemeja la inmensidad del desierto con la del amor, encuentra en la naturaleza cosas tan contundentes que pueden describir una emoción. “Los desiertos y tus pasos tienen tiempo,/ Las mareas y las estelas tienen cielo de ti, /ojalá tuviese yo tu amor así,/ sin saber cómo entrar o cómo salir.” El cielo, las mareas, las estelas: uno entiende la inmensidad de esas imágenes. A veces los sentimientos son muy difíciles de poner en palabras, y en estas figuras creo que es donde más cerca me siento de Spinetta, porque desde chica tuve una relación de fascinación con la naturaleza. Entrar en un paisaje abierto puede ser algo tan fuerte que te deje sin palabras, y a la vez te dé la palabra para decir lo inefable en una canción.

Recuerdo viajes con mi familia desde chica a lugares con muy poca intervención humana: veranos en Mar del Sur, que es una playa al sur de la provincia de Buenos Aires donde no hay nada, o en Traslasierra, Córdoba, donde íbamos a una casa que estaba aislada en medio de la montaña. Recuerdo detenerme a escuchar el silbido del viento, o los rasguiditos de la arena en los médanos... Llegar, meterme al mar y ponerme a cantar. O mirar al cielo y apagar las luces de la casa, que eran las únicas en la montaña, y quedarnos mirando el cielo, que al principio parecía tan oscuro y de pronto empezaba a revelar su luminosidad, y me dejaba hipnotizada. O ir a la selva, en Brasil, y embarrarme, ver y escuchar siempre más allá de lo que ves y escuchás normalmente.

Por eso es que hoy, cuando necesito volver a bajar a ese lugar, como en esos lugares de la naturaleza que bajan la velocidad adentro de uno y permiten detenerse a sentir más, vuelvo a poner “Cielo de ti” y “Jilguero”, de ese mismo disco, que son un lugar calentito al cual volver. Las canciones que acompañan tantos años pasan a ser un lugar de uno.

Nunca pude contarle esto a Spinetta pero sí tuve un encuentro algo mágico y casual con él en un día clave de mi vida. A los diez u once años, yo estudiaba con una maestra de canto que no admitía chicos, sólo adultos, pero que me había tomado por insistencia de mi papá. Y en un momento del año organizó una muestra de canto (la primera en la que cantaría sola en mi vida). Todos sus alumnos habían preparado un repertorio clásico (de canto lírico) o de jazz, acompañados por un pianista o por pistas. Mi repertorio para la muestra eran dos temas de Spinetta, a capella: “Ana no duerme” y “Fermín”. La noche anterior a la presentación, yo estaba muy nerviosa, y ocurrió este encuentro inesperado: había ido con mis padres a ver un espectáculo al Centro Cultural Recoleta, y de repente nos lo encontramos a Spinetta. Mi mamá me preguntó si me daban ganas de saludarlo y contarle que había preparado dos canciones suyas. Yo me acerqué muy tímida, lo saludé y le dije que quería contarle algo; él estuvo muy dulce, se sentó y hablamos por un rato. Cuando le conté que al otro día cantaría todos temas suyos, con toda su humildad me preguntó por qué había elegido los dos temas de él. Me dijo que había muchas otras cosas muy buenas para escuchar, mucha música y artistas increíbles; que tenía que abrir la cabeza y escuchar y cantar de todo. Me dio un abrazo, me agradeció por haber elegido sus canciones, me dijo que le alegraba mucho, y me deseó mucha suerte. Al otro día sentí que iba a la muestra con una especie de “bendición” suya. Se había tomado el trabajo de explicarle a una nenita que escuchara de todo, y que no se quedara sólo con su música. Así, con la mente abierta, esa generosidad y esa sensibilidad inmensa, me vuelve siempre Spinetta, con cada una de sus canciones extraordinarias, enormes como esos espacios de la naturaleza que él convirtió en poesía.


Melina Moguilevsky presenta su disco Arbola, con letras propias y musicalizando a poetas como Leopoldo Castilla, Juan L. Ortiz, Alejandra Pizarnik y Juan Gelman, así como músicas suyas y de otros compositores como Hermeto Pascoal, Gismonti y Nicolás Ospina. La acompañan Tomás Fares, en piano y voz; Ezequiel Dutil en contrabajo, y Mario Gusso en percusión. Músicos invitados para los shows: Jonatan Szer (percusión), Víctor Carrión (saxo soprano) y Diego Cortez (flauta traversa).

El viernes 5 de octubre a las 21 hs en No Avestruz (Humboldt 1857. Reservas: 4777-6956. Entrada: $40) y el viernes 26 de octubre a las 21 hs en La Oreja Negra (Uriarte 1271. Reservas: www.orejanegra.com.ar / Entrada: $40).

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