Domingo, 29 de septiembre de 2013 | Hoy
FAN › UNA ESCRITORA ELIGE SU ESCENA DE PELíCULA FAVORITA: ALEJANDRA ZINA Y LAS HORAS, DE STEPHEN DALDRY
Por Alejandra Zina
Tres mujeres de tres épocas diferentes están acostadas en la cama. Es de mañana y se están despertando. Las tres demoran en levantarse. Algo las retiene debajo de las sábanas y algo las espera fuera. La historia transcurre en un mismo día. Nicole Kidman encarna a Virginia Woolf en 1923, mientras escribe su novela Mrs. Dalloway; Julianne Moore es Laura Brown, una esposa infeliz que lee la novela de Woolf en 1951; y Meryl Streep es Clarissa Vaughan, una editora neoyorquina, lesbiana, una especie de Mrs. Dalloway del siglo XXI que cuida a un amigo escritor, enfermo de sida, al que ha decidido prepararle una fiesta por el premio que acaba de ganar.
Podría elegir muchos momentos de Las horas, pero el primero que me viene a la cabeza es cuando Laura Brown, madre de un hijo chiquito y otro en camino, se escapa un rato de su casa y se refugia en un cuarto de hotel. Allí, se sienta en la cama de colchón alto (sus pies no llegan al piso y parece una nena que se puso un almohadón debajo del vestido y juega a estar embarazada), se quita los zapatos y abre su cartera de donde saca la novela que está leyendo, Mrs. Dalloway, y una cantidad de frasquitos con pastillas. Alinea los frasquitos en la mesa de luz, apoya la espalda contra la pared y se pone a leer. En medio de la lectura se queda dormida y tiene una pesadilla. Una correntada de agua sale por debajo de la cama (agua con algas, un poco cenagosa), y las olas se le vienen encima ahogándola. El mal sueño la despierta sobresaltada y la empuja a tomar ciertas decisiones.
Me parece una escena hermosa de una mujer desesperada, llena de amor y de infelicidad. Además me pasa algo con ella. Me conmueven las mujeres de Julianne Moore: la actriz porno y madre desamparada de Boogie Nights, la esposa atormentada de Magnolia, la homofóbica y transgresora de Lejos del paraíso, la lesbiana relegada de Mi familia, hasta la más predecible de Loco y estúpido amor. Las quiero a todas. Su desborde, su no-saber-qué-hacer; su sonrisa medio forzada, como si estuviese a punto de quebrarse.
La elegí en Las horas porque conozco a Laura Brown.
Mi abuela Frida también leía tirada en la cama. La mayoría de las veces la encontraba con las Selecciones del Reader’s Digest. Una revista de bolsillo que compraba por suscripción y que incluía resúmenes de libros, citas, chistes, artículos de interés general como “¿Por qué se envejece?” o “Algunas soluciones para el tráfico en las ciudades”, en la sección Así es la Vida los lectores contaban cómo dejaron de fumar o lo que les pasó en una gasolinería de Dallas. Frida tenía varios números apilados en la mesa de luz.
Una siesta entré a su cuarto y la encontré leyendo otra cosa. Estaba en la cama, muy concentrada en un libro de hojas amarillas. Era un cuaderno de lectura y ejercicios en rumano. Me dijo que estaba estudiando porque se lo había olvidado. Creo que no entendí, tampoco me animé a preguntar, cómo pudo olvidarse su propio idioma.
Quizás la cama era el mejor lugar para volver al rumano, ahí donde había sido engendrada y acunada por la madre que le había enseñado la lengua que ella había olvidado. En esa misma cama donde también se deprimía y se quedaba hasta que el marido o los hijos la obligaban a salir.
Una noche, mi tía Lili se acostó en la cama del hotel donde vivía con un cigarrillo encendido entre sus dedos flacos. Quizá también leía un libro o una revista, quizá escuchaba la radio o el ruido del tránsito que pasaba por la esquina de Corrientes y Montevideo o cualquier otro ruido que tapara las voces que le venían de adentro. En algún momento se durmió, ¿o lo dejó caer?, y la brasa hizo fuego en las sábanas, la colcha y las cortinas. Sobrevivió al incendio y un poco más.
Mi mamá también pensaba que había llegado su final. Una mañana, me dijo que estaba enferma del corazón y que tenía que hacer reposo. Pasaron tres días, tres semanas, tres meses, hasta que volvió a levantarse. Cuando lo hizo, su corazón latía a buen ritmo y su cuerpo estaba sano, pero su cabeza ya no era la que era.
Ellas, yo misma. Somos una familia de mujeres atraídas por la cama. Que leen para recordar y se acuestan para olvidar. Como Julianne Moore y su Laura Brown.
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