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Domingo, 26 de enero de 2014

FAN › FAN UNA FOTóGRAFA ELIGE SU FOTO FAVORITA: LORENA FERNáNDEZ Y SIN TíTULO, DE CINDY SHERMAN

LA POSIBILIDAD DE SER OTRA

 Por Lorena Fernández

Ya había temblado al entrar, ya había mirado durante horas todo lo que necesitaba ver, desde la carpita de Emin hasta las pizarras de Dean y algo de Beuys en el medio. Ya había intentado robar el cuadrito de Freud que era mucho más chico de lo que imaginaba y “Oh, lovely”, había dicho el guardia de la sala ante mi sospechosa cercanía. Ya estaba, ya nos echaban, todo lo que había ido a buscar, lo había encontrado. Pero estaba fijada al piso de la Tate, imantada por una reproducción postal del trabajo de una fotógrafa que, en mi valija de certezas, calificaba como súper interesante pero con la que “no me pasa nada, con Cindy Sherman no me pasa nada”. Sin embargo eso era un Sherman que al menos yo nunca había visto y que ahora no podía parar de mirar. Así que compré dos postales, una para mí y otra para una amiga. “Oh, lovely”, le escribí en el dorso y se la mandé por correo, sin sobre, desnuda como para que todos los que la vieran en el camino se enamoraran de ella.

Volví a mirar la postal muchas veces durante el viaje, la data técnica que había atrás era tan escueta que no me decía nada salvo que esa chica trasvestida de chico que parecía salido del video “Sabotage” de los Beastie Boys, era Sherman, muy joven, en 1976. Cuando llegué a mi casa pegué la postal en la pared al lado de mi cama y ahí está desde hace años. Cada mañana, cuando me despierto y estiro la mano para agarrar mis pastillas de levotiroxina, la veo y algo se despliega en mí, como una potencia, una sonrisa.

Así, la construcción diaria comienza en esa pared blanca con dos cortes verticales y enchufes. Tan falsa, tan real... ¿por qué o cómo una simple pared se pone tan intensa que me hace feliz? Tal vez porque esta fotografía es un lugar más que un momento y ese fondo, con dos marcas hechas con cinta de papel, el borde de una escena perturbadoramente sencilla. Las marcas que no deberían verse, pero que se ven, se repiten en el piso de madera, amplían el espacio pero, sobre todo, le cambian el tono... ¿son marcas de borde, elementos plásticos, evidencias documentales? No sé, pero para mí tienen más ficción que la peluca y me llevan directo al cable del disparador que a su vez me somete al zapato del personaje. No me quiero saltear el banquito, que es tan deficitario como el de mi cocina, pero sigo atada a ese cable que como un cinto apretuja y mantiene en su lugar lo que de otro modo se caería. Ay, el disparador activado por un zapato de hombre en el pie de una fotógrafa mujer. Y todo ese aire sobre su cabeza... autorretrato travesti. En su inversión performativa, ese disparador dinamita toda identidad y toda subjetividad firmes, y mi habitación de paso.

Tillmans dice, más o menos, que uno puede mentir en relación con lo que hace aparecer delante de la lente, pero no sobre lo que está detrás de la cámara. Creo fervientemente en esta frase que sin embargo explota cada vez que miro la postal. Porque ahí está ella que sin dejar de ser ella también es él, gracias al disfraz, la pose, el humor y la violencia de la luz. Gracias a la fotografía. Un falso autorretrato en un espacio precario habitado apenas por un sujeto imperfecto. Si las imágenes son lugares que se abren ante nosotros, es desde este lugar familiarmente extraño desde donde parto cada mañana. Una cámara, un personaje y un fondo lo mínimo que se necesita para que empiece a pasar algo, para que potencialmente ocurra todo.

La foto, lo averigüé hace poco, no tiene título y es parte de una serie que se llama Bus Riders. Sherman las hizo públicas recién en el 2000, como quien muestra los bocetos de lo que después devino obra, hits, estilo. Y creo que recién cuando tuve ese dato entendí qué era lo que tanto me fascinaba de esta foto: todas sus anomalías, todas sus fisuras que permiten fugas. Todavía es vulnerable, todavía contiene promesas. Esta imagen está abierta. Y entro y salgo de ella casi sin darme cuenta: en la última obra en la que trabajé, utilicé un maletín negro y dos pelotas de tenis, cuando me preguntaron sobre ellos sólo pude responder: “No lo puedo explicar, no sé de dónde vienen realmente, estaban en una pieza en la que hice una instalación hace un tiempo y por el momento no me puedo separar de ellos, ya no me interesa saber lo que significan, lo estuve pensando y no tienen nada que ver con mi historia personal, sin embargo me atraen como un agujero negro”. A la mañana siguiente de la inauguración me levanté, abrí los ojos y el maletín estaba sobre las piernas de él, de Cindy Sherman y sonreí.

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