Domingo, 26 de enero de 2014 | Hoy
TEATRO. Se reestrena Manzi, la vida en orsai, con Jorge Suárez y Julia Calvo, la obra que recorre la vida y la época de Homero Manzi –incluso su romance con Nelly Omar– y que rescata al poeta e icono de la cultura popular argentina también como un artista que entendía que la política cultural es una herramienta decisiva del Estado en la construcción de la identidad de su ciudadanía, un hombre que tenía una relación íntima con la realidad y la producción artística de su tiempo.
Por Paula Vázquez Prieto
En sus últimos días, allá por 1951, cuando su voz y su poesía se apagaban, Homero Manzi dedicaba algunos versos a Perón y Evita en dos milongas compuestas para la voz de su amigo Hugo del Carril. Estrella internacional del tango, de la radio y del cine de entonces, Del Carril se había convertido en heredero y continuador de la reflexión de Manzi sobre el rol de los artistas en la conquista de una cultura genuina y representativa del país en el que habían nacido. La era de oro de los estudios cinematográficos como Argentina Sono Film o Lumiton y de la canción ciudadana en su versión tanguera entraba lentamente en el crepúsculo, dejando atrás casi dos décadas de gloria y de éxitos de la mano de artistas como Carlos Gardel, Aníbal Troilo, Cátulo Castillo o Edmundo Rivero. Manzi había acompañado y definido ese tiempo clave para la producción cultural argentina: el cine y la radio se consolidaron como dos exponentes fundamentales en la construcción de la identidad nacional; y el amor que Manzi cultivó por sus orígenes santiagueños, su adolescencia en Pompeya y su disfrute del arrabal porteño selló una creación artística inigualable, de canciones, guiones y poesías, todas herederas de su militancia y su compromiso con el lugar que lo había visto crecer.
La obra de teatro reestrenada el pasado jueves en el Teatro de la Comedia, Manzi, la vida en orsai, recrea esos años de aquella Buenos Aires celebrada por sus artistas y cantores populares, por sus películas, sus milongas, sus versos en lunfardo, de la que Manzi fue mucho más que alma: fue el misterio. En la piel del talentoso Jorge Suárez, la mítica seducción de aquel Homero argentino despierta despojada de toda anacronía, con una saludable actualidad, con una frescura viva. Sus famosos tangos como “Sur”, “Malena”, “Barrio de tango”, “Che bandoneón” suenan altivos bajo la excelente dirección musical de Diego Vila y la dirección general de Betty Gambartes. Hoy celebrada por premios y reconocimientos, la historia escrita por Gambartes, Vila y Bernardo Carey recorre además de la vida de Manzi aquel amor prohibido y duradero que vivió con Nelly Omar. Aquellos años de anhelos y frustraciones, de celos y discusiones, de arrebatos de llanto y pasión que se convierten sobre el escenario en el reflejo de una época mágica en el recuerdo y tal vez cotidiana en la realidad, que el paso del tiempo y los guiños como “Malena” le aseguran su estatuto mítico. La voz enérgica, clara y de-safiante de Julia Calvo se eleva hacia los techos del teatro, como entonces la melodiosa urgencia del destino errante de Nelly, que esperaba y conquistaba finalmente su tímida porción de amor.
La vida de Homero Manzi estuvo signada desde el inicio por una búsqueda permanente, por la pregunta por la trascendencia, por la conquista de algo que sobreviviera al paso del tiempo, que de-safiara los miedos y el conformismo. Ya desde su llegaba a Buenos Aires se nutrió de la efervescencia política de los primeros años radicales, guiados por la figura de Hipólito Yrigoyen. Su compromiso y su militancia inspiraron sus primeras poesías, influidas por su amistad con Cátulo Castillo y por la lucha en pos de una revolución cultural que colocara a Latinoamérica en consonancia con sus sentires autóctonos. Por esos años, el cine argentino crecía beneficiado por el contexto internacional y la ambición por definir una industria se mezclaba con los coqueteos con el internacionalismo de algunos de los nuevos productores. Las letras de Manzi, su íntima conexión con la realidad porteña, sus devenires, sus angustias, se sumaban a la tradición del tango y la milonga como reseñas de amores perdidos, de olvidos y pesares, de noches de sueños y soledad.
Emblema de un clasicismo cinematográfico ecléctico, que pugnaba por no perder su particularismo cultural (hecho que se produciría en los ’50), que contribuyó a la fundación de la productora AAA (Artistas Argentinos Asociados) con su amigo Lucas Demare para llevar adelante la adaptación al cine de la obra de Leopoldo Lugones, La guerra gaucha, la vida de Homero fue tan osada como sus ideas, tildadas a veces de chauvinistas por una crítica mal intencionada que veía en su figura provinciana los modos y maneras representativos de una identidad que cierta burguesía nacional sentía ajena. Su creencia en la ficción, en el relato de historias que vivían en su recuerdo, en la canción como testimonio del pasado, como remedio al olvido, como fabricación del mito, fue la clave de su permanencia subterránea, sin ostentación pero con profundo sentimiento. Manzi, como lo muestra la vitalidad de esta obra consagrada a su poesía, a sus ideas y a su ardiente presencia simbólica en nuestra idiosincrasia, entendió que la política cultural es una herramienta decisiva del Estado en la construcción de la identidad de su ciudadanía, capaz de deglutir tradiciones e incorporar influencias, atenta a los cambios y lúcida en sus decisiones. Como él mismo lo dijera: “Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América, para recién entonces poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos”.
Primero los años alvearistas y luego la Década Infame dejaron a la generación de Manzi a la espera de un signo de cambio o de transformación. La fundación de Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) con Arturo Jauretche, Dellepiane y Scalabrini Ortiz marcó su resistencia y su posterior convergencia con los ideales del naciente peronismo. Expulsado de la UCR por sus simpatías con Perón y Eva, fue exponente de una épica que no por lírica fue menos política, que asumió una deuda con el pueblo del que se sentía representante casi como un mandato divino. En la obra, vemos a Suárez recrear los dilemas morales de Manzi con cierta congoja, casi disimulada, que intenta hacer justicia a aquel espíritu atenazado por dudas y angustias irrenunciables: “¿Vos creés –le pregunta a su compañero Aníbal Troilo, interpretado por Néstor Caniglia– que algo de lo que hice va a quedar en el corazón de la gente?”. Interrogante que inquieta desde siempre a los artistas, a aquellos cuya vida material se prolonga en sus creaciones y se hace viva para siempre. Pero para Homero lo fundamental no era quedar en los libros de la Historia o en las cuentas de Sadaic, sino en el saber popular, en el tarareo que se escucha por la calle o en los bares por la noche.
Manzi, la vida en orsai se presenta los jueves y viernes a las 21; los sábados a las 20.30 y a las 22.45; y los domingos a las 20.30 en el Teatro de la Comedia, Rodríguez Peña 1062.Entrada: $ 200.
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