Domingo, 25 de septiembre de 2005 | Hoy
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Comida norteña, vinos caseros y guitarras
Por Cecilia Sosa
Una puerta de metal oculta bajo una enredadera, un timbre a pasos de Humboldt y Gorriti, y la sensación de estar perturbando la intimidad de una casa donde hasta hay limoneros. Casi como un paladar, como se conocían aquellos lugares que daban refugio y alimento en el período especial cubano, pero un poco más acá y sin tanto temblor, recibe María Morales Miy, 29 años, actriz y cocinera autodidacta. Ella guía por un patio vegetal hasta la primera habitación del PH que comparte con Julio Lavallén, pintor y autor de la magnífica colección de autos de hojalata para gigantes, que se exhiben en el cuarto-comedor.
Basta con acomodarse en una de las mesitas, contemplar la suave calidez de la sala, acaso volver a espiar por una de las ventanas y suspirar ante la sensación de estar en un lugar casi mágico, dueño del entrañable encanto de lo secreto.
Las noches de jueves a sábado, Almacén secreto espera a quienes toquen el timbre (con estricto aviso previo) con los más deliciosos platillos de la cocina de inspiración norteña no exenta de un toque de sofisticación palermitana. Humitas, tamales, empanadas salteñas, provoleta de cabra, tablas y sorprendentes platos del día que no pasan los diez pesos. ¿Cuáles? Guiso de kinoa, un cereal que no se parece a nada, cocinado con cordero, o el colorido charquisillo, carne secada al sol y desmenuzada a mano, sazonado con ají y acompañado con arroz, choclo y cebollita de verdeo. ¿De postre? Anchi con miel de caña (una delicia a base de sémola de maíz, azúcar y jugo de limón), cuaresmillo en almíbar o mazamorra tibia.
A lo largo de la velada, María proveerá más vino (siempre artesanal y adquirido en origen), más pancitos caseros y hasta una guitarra, si alguien se inspira en la sobremesa. En fin, todo lo necesario para sentirse si no en casa al menos como el más esperado de los huéspedes.
Como los buenos secretos, este Almacén no hace publicidad, funciona de boca en boca y se entrega como regalo.
Almacén Secreto abre de jueves a sábados. Sólo con reservas al 4775-1271.
Escondite dulce y salado, tempranito y finísimo
Por C.S.
No es exactamente una casa sino la pequeña antesala de lo que supo ser el más coqueto departamento de citas clandestinas. Y es casi imposible llegar si no es buscando. Florencio sorprende en la mitad de un pasaje de apenas una cuadra, casi escondido entre el vértigo de Pueyrredón y Las Heras y la confidencialidad de alguna embajada. Un delicado cartel verde-oscuro recuerda el nombre de un bisabuelo (un normando autodidacta, hablador en cuatro idiomas, coleccionista de mapas y defensor a ultranza de la suma y la resta) y anuncia la especialidad de la casa: pâtisserie-bistrò.
Allí mismo, en la planta baja de aquel viejo bulín que, paradojas del tiempo, ahora parece una casa de muñecas, María Laura D’Aloisio, 31 años, simpatiquísima pastelera, hacedora de las exquisiteces para Todo dulce de Maru Botana y conductora de programa propio en Utilísima, montó hace dos años un pequeñísimo bistró para ofrecer delicias caseras sólo fantaseadas por los híper golosos. Fantásticas mousses de chocolate con dulce de leche, pasteles de manzana de la mejor abuela, pastafrola como nunca se vio, pasteles de queso crema y ricota y hasta una suave y espumante maravilla del inconfundible tono de la mayor de las creaciones locales: ¡sí, una auténtica cheese cake de dulce de leche! Pruebe y desmaye. Pero atención: Florencio es tan pero tan chic que resulta un sacrificio descuidar las formas. Apenas cuatro brevísimas mesitas de metal o de mármol para compartir, vaso de cristal con margaritas, un inmenso espejo parisino y hasta alguna celebridad que presenta novia nueva. Por si hay alguien que frente a tanta exquisitez repostera aún recuerda que hay un mundo salado, tres pizarrones enumeran sandwiches, tartas, ensaladas, crêpes, variedad de quesos y el paté de hígado y hongos de pino, por el que, se dice, hay quienes hacen kilómetros. Y todo (sea dulce o salado) viene servido en vajilla de abuela. Un poquitín caro pero no imposible, Florencio amerita el esfuerzo. Y casi para recordar qué citas son lindas también de día sólo abre de 8 a 20.
Florencio queda en Francisco de Vittoria 2363, 4807-6477. De lunes a sábados de 8 a 20.
Un restaurante de entrecasa, al fondo del pasillo
Por Paula Porroni
Desde el aire despreocupado del nombre, pasando por la decoración algo ecléctica, hasta la simpática informalidad de sus dueños, todo en Tipo Casa –pequeño restaurante que funciona en un típico PH del barrio del Abasto– es relajado y decontracté, y felizmente, no por impostación comercial. Ya al atravesar el extenso pasillo que separa al restaurante de la calle, uno puede cruzarse con algún vecino que saca a pasear su perro y ponerse a conversar con él. O una vez adentro, puede toparse con comensales sin zapatos, cómodamente sentados en los sillones bajos que forman “el living”. De quererlo, incluso, uno puede darse una vuelta por la cocina, y pispiar cómo se va cocinando su plato (a condición de no opinar ni meter mano, por supuesto).
En una palabra, el espíritu reinante en Tipo Casa es verdaderamente de entrecasa, excepto en lo que hace a la atención (cordial pero no confianzuda), y a la comida, hecha con mucho esmero y seriedad. La versión actual del menú, que se renueva cada dos meses en función de los ingredientes de temporada, empieza por unas copas de oporto y unas tostadas con algo parecido al humus pero con mucho más ajo, y luego salta directamente a las opciones de plato principal, que incluyen: unas sabrosas presitas de pollo con hinojo glaseado en jugo de peras y pomelo rosado ($14), ravioles de salmón ahumado con manteca de salvia ($15) o lomo con ensalada fucsia ($16), entre otros. De postre, hoy por hoy, se puede optar entre el marquise de chocolate y una fresca y abundante porción de frutillas a la naranja.
Frente el número cada vez mayor de restaurantes de este estilo, cabe preguntarse: ¿no se molestan los vecinos con tantas idas y venidas, olor a comida y ruidos varios hasta altas horas de la noche? Parecería que no; más bien todo lo contrario. Con la excusa de la proverbial tacita de azúcar, más de uno directamente se ha quedado a comer.
Tipo Casa queda en Bulnes al 800. Abierto de martes a sábados desde las 21 al cierre. Reservas al 4806-2854 o [email protected], www.tipocasa.com.ar
Menú para financiar proyectos artísticos
Por P.P.
Precursor hace seis años en la exploración de un espacio múltiple (una “casa-galería-restaurante”), Sonoridad amarilla es hoy una suerte de sobreviviente (por no decir en extinción) en el paisaje híper-mercantilizado y más bien insípido que constituye la mayor parte de Palermo. Y esto por razones quizá no inmediatamente evidentes: a fin de cuentas, para el visitante distraído o desinteresado, éste podría ser otro lugar más en el que se conjugan “arte” y “gastronomía” en un “ambiente informal”. Sin embargo, no lo es (o es más que eso). Aquí, la relación entre las obras expuestas y la comida está trastrocada, porque a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los restaurantes de la zona, las obras no son sólo un decorado o señuelo para atraer comensales, sino que es la comida (organizada en torno de un menú vegetariano “no-dogmático”) la que permite financiar el espacio-galería –que se renueva todos los meses–, y otra serie de proyectos relacionados con la música y las artes plásticas. Además, Sonoridad amarilla apunta a que en alguna de sus cálidas habitaciones (donde al comienzo vivían sus dueños) pueda reunirse un público heterogéneo, lo cual, salvo contadísimas excepciones, es ya casi una excentricidad en el barrio. Por fin, y quizá esto sea lo más sorprendente de todo, es posible sentir en este lugar algo así como una sensación de temporalidad (seis años pueden no parecer mucho, pero en Palermo lo son), perceptible, sobre todo, en las paredes llenas de cuadros de diferentes tamaños (regalos o adquisiciones de muestras realizadas en diferentes momentos a lo largo de estos seis años, que incluyen nombres como Suárez o Prior), marcas todas ellas de que aquí “han sucedido cosas”. En el sentido del espesor que da el paso del tiempo, Sonoridad amarilla remite, de manera un poco nostálgica quizá, a la idea de lo moderno del “primer Palermo”, y es justamente eso lo que lo distingue de los cientos de lugares idénticos y súper diseñados que en el último tiempo han ido copando la zona.
Sonoridad amarilla queda en Fitz Roy 1983 y abre de miércoles a sábados de 14 a 2. Muestra de primavera: ilustrador Augusto Costhanzo.
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