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Domingo, 27 de noviembre de 2011

SALí

A comer y beber jugos, licuados y sándwiches

 Por Cecilia Boullosa

Sándwiches generosos

Loreto Bar: una casita en Colegiales

En un chalet de barrio con paz casi suburbana, vecinos paseando perros y muchos árboles, se encuentra este bar-restaurante de día, abierto en 2009 por tres hermanos, entre ellos Andrés Balaciano, chef a cargo, con vocación precoz por la cocina (empezó a los 14 a estudiar y trabajar, hoy tiene 22). La casa y todo su encanto racionalista, con living en redondo y patio delantero, pertenecían antiguamente a una señora inglesa, algo excéntrica, que vivía acompañada por decenas de gatos y se resistía a hablar en español. Una vez que compraron la propiedad, la primera intención de los hermanos fue poner una casa de té o deli, con foco en la pastelería, como tantos otros lugarcitos que (sobre)abundan por la zona de Palermo, lo que se conoce como el estilo “Oui Oui”. La propuesta, sin embargo, decantó hacia otro tipo de lugar, donde el momento fuerte del día es el almuerzo, hora en la que se llena de grupos de amigas, chicos en uniforme de colegio y empleados de las productoras y canales de TV de la zona.

Algo más sobre la casa: los espacios para comer son tres: un pequeño patio delantero, un espacio bastante amplio bajo techo y, en el fondo, otro patio, más grande, con sillas de jardín de tía abuela, enredaderas y una hermosa Santa Rita. Si el clima acompaña y hay disponibilidad, conviene siempre elegir las mesas de afuera: hace toda la diferencia.

La carta no es muy extensa, pero incluye tal vez uno de los mejores sándwiches de todo Buenos Aires: el Roger. ¿Qué tiene? Foccacia casera untada con guacamole, pechuga de pollo crocante, queso brie, rúcula, tomates secos, parmesano y filadelfia. Una bomba que llega con ensalada y papas cuña con mucho pimentón. El precio no es bajo ($42), pero tranquilamente se puede compartir. Se cuenta que el Roger nació a instancias de un cliente de buen apetito que le pedía al chef algo con todo lo que tenía en la heladera. Y si bien es el mejor, el resto de los sándwiches también son muy buenos, como el bagel de salmón ($50) y el de vegetales con queso brie ($30). Entre las hamburguesas (todas caseras) cotiza bien la Lord Héctor, con cebollitas caramelizadas y queso.

Los licuados y jugos llegan en tamaño de 350 cc y no tienen muchos rebusques: la limonada con arándanos ($16) cumple y refresca. En temporada, también hay licuados de mango fresco. El café es de Lavazza, una garantía, y entre los postres, sobresale la ya retro clásica chocotorta o el crumble de manzana con helado. Fuera de la hora pico del almuerzo, Loreto Garden Bar vuelve a la calma y se convierte en un muy lindo lugar para trabajar o sencillamente pasar una tarde leyendo al sol.

Loreto Garden Bar queda en Virrey Loreto 2912. Teléfono: 4555-7170. Horario de atención: lunes a sábados, de 10 a 19.


Convirtiendo carnívoros

La Huella: un orgánico en Almagro

A pesar de su nombre, muchos ya lo apodaron “el lugar de la bici”. Es que lo primero que llama la atención a los que pasan por su puerta es una bicicleta negra, de paseo, tipo inglesa, colgada sobre la entrada. Además, hay dos estacionamientos para más bicis –uno sobre Bulnes, otro sobre Guardia Vieja– como invitando a llegar en dos ruedas, a usar este medio de locomoción. Andrea, una de las dueñas, lo confirma: “Somos vegetarianos, orgánicos, probici, pro ambientalistas, antimineras. La bici es un elemento poético y revolucionario. Sólo puede ir hacia delante: en bici somos todos iguales”, declara con pasión y entusiasmo. La misma pasión y entusiasmo que puso para armar de cero este espacio que excede los límites de un bar. La Huella funciona como teatro independiente y como escuela de arte, se dictan desde clases de flamenco hasta percusión africana, tap, meditación y narración oral, entre otras actividades.

Ubicado en una esquina de Almagro, frente al bar Imaginario, y donde hace muchos años funcionó una quesería (el local estuvo 15 años abandonado), La Huella abrió en julio de este año y pronto ganó un público ávido de una propuesta de cocina sana y natural. “Muchos carnívoros se hicieron fanáticos”, cuenta Andrea. Lo cierto –y lo mejor– es que no rige un espíritu fundamentalista, sino más bien coherencia y sentido común. Un ejemplo: la carta incluye vinos orgánicos y hasta veganos, pero no quedan afuera etiquetas tradicionales. Más allá de las certificaciones orgánicas (que no todos los productores pueden pagar), la regla es consumir local, de temporada, sin agroquímicos ni conservantes. La leche llega de Entre Ríos sin pasteurizar, no se utiliza manteca y, para endulzar, se apela al azúcar integral o a la stevia en hojas. Todos los productos que se usan en la cocina pueden comprarse para llevar.

Con el asesoramiento del chef Mauro Massimino, de Buenos Aires Verde, se armó una carta equilibrada y fresca, que incluye sandwiches (rondan los $35), ensaladas, principales (hay opciones para veganos y celíacos) y jugos ($20), uno de los puntos más altos, por originalidad y consistencia. Entre los más ricos están el número 5 (manzana, menta, limón y espirulina) o el de remolacha, naranja, zanahoria y leche de almendras. Muy refrescante el Vitamina C, un mix de cítricos, miel, jengibre y maca.

El ambiente es luminoso y alegre, con sillas pintadas de colores, cactus de tela y mamushkas a la venta, algunos banderines y grandes ventanales. La música va desde Celia Cruz hasta Caetano, con algo de jazz y bossa nova. A la noche, es necesario reservar.

La Huella queda en Guardia Vieja 3802. Teléfono: 2054-6659. Horario de atención: lunes a sábado, de 12.30 al cierre.


Tangos y licuados

Flor de un día: a metros del Botánico

Una noche, tarareando el tango nostálgico y feroz de Cadícamo, surgió como una revelación el nombre. A partir de ahí, las cosas se fueron encadenando de una manera natural para las hermanas Laura y Ana Gianini, que además de ser muy unidas, hace rato tenían ganas de armar un proyecto juntas. El lugar elegido fue Palermo, a metros del Jardín Botánico, una zona que en los últimos tiempos gravita cada vez más en el mapa gastronómico porteño. Con experiencia en las cocinas de Central, Mama Racha, Bblue y catering propio, Ana diseñó el menú de Flor de un día, que tiene como puntales los sandwiches, las ensaladas y buena variedad de jugos y licuados “refrescantes, relajantes, antioxidantes y nutritivos”, que llegan en vasos de medio litro.

Apenas unas mesas afuera, y un salón cálido, íntimo y decorado con un estilo que, afortunadamente, no se excede en lo coqueto y femenino. Un mesón con pastelería (la torta de chocolate y ciruelas es un clásico), un aparador donde se venden mermeladas, dulces y hasta almohadones, y un pequeño patio al fondo, con guirnalda de luces y plantas bien cuidadas conforman el ambiente.

Por la mañana, entra por el ventanal una luz hermosa y el lugar se presta para llenarse de energía antes o después de emprender un paseo por el botánico. ¿Qué probar? Entre los sandwiches, el de berenjenas, olivas negras, rúcula y queso brie ($28) es para poner muchos signos de admiración; y el de jamón, cheddar, manteca de albahaca y tomate fresco ($28), aún sencillo, también se lo puede festejar. Todos los sandwiches llegan acompañados de ensalada coleslaw (de repollo blanco) y papas asadas.

Los jugos y licuados son las grandes estrellas. Entre los más originales, la limonada de maracuyá con ginseng ($16), el de sandía y té verde ($16) y el de palta, naranja y limón ($24). Ingredientes que suenan dispares, pero que logran combinaciones donde no se tapan el sabor mutuamente, ni se esconde la acidez de la fruta con toneladas de azúcar, como suele pasar en otros lugares. Otra opción son las aguas saborizadas caseras, como la de naranja, canela y miel, a precio muy amable ($11). A veces, hay una riquísima de aloe vera.

Resumiendo, este lugar es lo que se conoce como un restaurante de día, de los que hay tantos, pero se diferencia por su toque personal, su intento manifiesto de no copiar fórmulas. Y a contramano de lo que canta Cadícamo, parece que es una flor que va a durar mucho más que la del tango.

Flor de un día queda en Cabello 3990. Teléfono: 4803-4846. Horario de atención: martes a domingos, de 9 a 20.


Fotos: Pablo Mehanna

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