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Gran Bar Danzón, mucho más que un gran bar
Por Rodolfo Reich
Su nombre lo deja bien en claro: Gran Bar Danzón es, ante todo, un gran bar. Fue semillero de los mejores bartenders del país (por allí pasó Tato Giovannoni, por allí pasó Inés de los Santos y siguen las firmas) y hoy sigue manteniendo su calidad bajo la mirada del creativo Ciro Tarquini. La carta ofrece cócteles clásicos, siempre bien hechos, y otros de autor, que derrochan buen gusto. Hasta aquí, lo que más se conoce de Gran Bar Danzón. Pero el nombre no sólo aclara, sino que oscurece: porque este lugar es, además de una gran barra, un gran restaurante. Aquí fue donde desarrolló su carrera el genial chef Martín Arrieta. Un legado que hoy continúa Aldo Benegas, recorriendo la misma senda ideológica: platos elaborados de sabores intensos, algunos más juguetones, otros más best sellers, de manera tal de conformar a todos los paladares.
Gran Bar Danzón se divide, estructuralmente, en dos: el bar como espacio principal y el restaurante con sus mesitas distribuidas al fondo. Y ambos espacios se unen bajo la lógica de la barra. Del lado izquierdo, los clientes se sientan en los taburetes en búsqueda de sus cócteles favoritos. Y del lado derecho, en una barra más baja y confortable, se acomodan quienes quieren cenar frente a las cavas de vinos que se sirven por copa, otro punto fuerte del lugar.
La parte más juguetona de la cocina ofrece, por ejemplo, el genial ceviche de salmón y lenguado con caldo de mandarinas ($57, para aprovechar mientras dure la temporada de esta fruta) y el carpaccio de lomo con vinagreta de trufas, rúcula y helado de parmesano ($51). Del lado más bestseller, los langostinos grillados sobre polenta crocante ($50) y las mollejas de ternera a la plancha con puré de coliflor ($51). Entre los principales, la lista de opciones es breve pero variada: del contundente ojo de bife al grill con tortilla de papas y chimichurri ($110) al gigot de cordero braseado sobre risotto crocante de vegetales ($110). Del confit de pato crocante ($115, un clásico eterno del Danzón) al delicioso matambrito de cerdo marinado con pimentón y miel ($87). Así, la lista suma algún pescado, pastas y arroces.
Vale la pena aclarar que Danzón tiene ambiente de bar: música intensa, ruido continuo, alegría asegurada. No es un espacio íntimo, si bien son comunes las mesas de dos, con parejas en plan de salida. En medio de ese caos, por suerte, el servicio está asegurado gracias al oficio de Hernán Calliari, manager general, muy atento detrás de cada detalle.
El plan es llegar temprano, sentarse en la barra principal, hablar con el bartender, comenzar con un cóctel sugerido, luego pasar a la segunda barra, pedir la cena y continuar con vinos por copa. Tras el postre (por ejemplo, una tarta de nueces pecán y peras a $38), vuelta a la barra principal, para recibir la madrugada, con nuevos cócteles de manos de los bartenders. Un círculo tan vicioso como placentero.
Gran Bar Danzón queda en Libertad 1161. Tel: 4811-1108. Horario de atención: lunes a viernes de 19 al cierre. Sábados y domingos de 20 al cierre.
Trixie, icono en clave pop
Por Rodolfo Reich
Lejos de la alta gastronomía. Lejos de la sofisticación francesa. Lejos del respeto por el producto de españoles e italianos. En las antípodas de todo esto, la cocina estadounidense popular se abrió paso en el mundo con sus mejores armas: sabores fáciles, gustosos y contundentes. Sobran los ejemplos: hamburguesas con panceta, costillas de cerdo, chicken wings, aros de cebolla, pollo frito y otras delicias que forman parte de la lista roja de todo cardiólogo que se precie. En Buenos Aires hay varios lugares que apuestan a esta mezcla calórica, con públicos y éxitos distintos: desde Kansas a TGI Friday’s; desde Tucson a Hard Rock Cafe. Pero el único que suma una estética de icono norteamericano es Trixie, un clásico de Costa Salguero que hace poco tiempo inauguró su nueva casa en Palermo.
Trixie busca ser un diner tradicional, esos restaurantes serializados que abundan en los Estados Unidos. Los que se ven una y otra vez en las pantallas de cine (como el de la escena inicial de Pulp Fiction, con el robo que protagonizan Pumpkin y Honey Bunny). Los que quedaron inmortalizados en el cuadro de Edward Hopper, parodiado y replicado luego por toda la cultura pop, desde Los Simpson hasta las miles de remeras con su imagen que los turistas compran en Time Square.
Trixie cumple con su intención: es un diner perfecto, de paredes de azulejos blancos, una larga barra en forma de L, altas butacas de aluminio y cuerina roja, una expendedora de cigarrillos, una heladera de Coca-Cola, varias mesas y sillas y cierta iconografía pin up. Sólo entrar es un viaje a la nostalgia estadounidense de los años cincuenta, con toda su parafernalia retro. Mucho ayuda la música ambiente que recorre el enorme colectivo de crooners nacidos en el país del Norte, con la voz de Sinatra como guía privilegiado.
Abre desde el desayuno hasta la trasnoche, y para comer apunta a lo conocido, en versiones muy sabrosas. Ricas hamburguesas caseras (como la Super Trixie, con salsa barbacoa, jamón, queso, panceta, huevo frito, acompañada de papas fritas y aros de cebolla, todo por $55). Platos como el Chili & Cheese ($42) o las quesadillas (con jamón y queso, y con cebolla y queso, salen con nachos y guacamole a $32). Y los inevitables side orders, ideales para acompañar una cerveza tirada Isenbeck ($16), con opciones como las papas fritas con tocino y huevo ($45) o el Super Mix con aros de cebolla, pollo frito, muzzarellas fritas y batatas... también fritas.
Claro, hay opciones más livianas, entre ellas sandwiches y ensaladas. Pero no hacen a la esencia de Trixie. Aquí se trata de vivir en una época donde el colesterol no existía, y donde los problemas del día se resolvían tapándolos con hamburguesas y una torre de pancakes con miel (en la versión local, vale con dulce de leche). Una época que no fue mejor, pero que aún así despierta nostalgia.
Trixie Palermo queda en Gorriti 5567. Teléfono: 4774-4775. Horario de atención: domingo a jueves, de 10 a 1. Viernes y sábado, de 10 a 5.
Tancat, de tapas en San Isidro
Por Martin Auzmendi
La cultura de tapas y pintxos, tal como se la vive en Bilbao, San Sebastián, Barcelona o Madrid, es un recorrido que se hace de a pie, de parado frente a la barra de cada bar. Pero Buenos Aires está tan lejos de esas ciudades como de este hábito. Aquí, si bien las marcas de la gastronomía española son profundas y visibles, no hay un verdadero circuito de tapeo español. Los porteños prefieren sentarse alrededor de una mesa, buscar la comodidad de la silla. Hasta los famosos carritos de la Costanera Sur y Palermo se vieron obligados a desplegar sillas y mesas para convocar a sus clientes. Pero más allá de estas diferencias de idiosincrasia culinaria, hay algunos restaurantes que logran emular el espíritu español, adaptándolo a las costumbres locales. Uno de los más famosos es el clásico Tancat, abierto en 1980 por Jorge Cavalieri en la parte céntrica de la calle Paraguay. Un lugar que parece tallado en el edificio que lo contiene, como caverna roja indemne al paso del tiempo. Y mientras ese Tancat se mantiene vigente, en Acassuso abrió su segunda sucursal. El nuevo local está en una de las zonas más concurridas del corredor de la zona norte, que tiene a la Avenida del Libertador como espina dorsal. Rodeado de restaurantes, bares y heladerías, logró crear una propuesta diferente y atractiva. El lugar repite el plan con el que nació originalmente hace 32 años: duplicó los boxes y los colores, posee un acogedor living con hogar en el primer piso y ocupó la calle con mesas en la vereda. Pero todo esto es secundario: lo principal, lo más importante, es que mantiene la propuesta de cocina española, las tapas y la barra.
De noche el ambiente es más formal, elegido por familias enteras o parejas que eligen los arroces, pescados y mariscos (todas especialidades del lugar). Pero al atardecer es cuando brilla la barra, ideal para ir con amigos. A esa hora Tancat recibe con un happy hour imbatible: de 17 a 20 una selección de las mejores tapas del lugar a precios especiales: pan con tomate ($8), papas bravas ($6), gambas al ajillo ($13), tacos de tortilla de campo ($5), rabas ($9) o chipirones ($10). Una aclaración: son tapas, es decir, son más pequeñas que porciones. Para llenarse, habría que pedir varias. Pero la idea es armar el picoteo, y sumar cerveza ($5,50) o sidra tirada ($7), que sirven con hielo, rica y refrescante para los atardeceres de primavera.
“Ese hombre tiene mucho estaño”, se decía hace unas décadas para indicar la presunta sabiduría de quien se había acodado mucho tiempo en las viejas barras cubiertas con aquel material. La barra de Tancat no es de estaño, pero tienta a quedarse comiendo y bebiendo por largas horas. Charlando, discutiendo por nimiedades, filosofando sobre el atardecer. Como gusta a los porteños. Como lo hacen también en España.
Tancat queda en Av. del Libertador 14850. Teléfonos: 4798-7100/7500. Horario de atención:todos los días de 12 al cierre.
Fotos: Pablo Mehanna
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