SALí
› Por Rodolfo Reich
La historia dice así: hace unos años, un restaurante llamado el El Diamante logró convertirse en un lugar de culto gracias a su rica comida (entre los socios estaba el cocinero Fernando Trocca), su estética arty (a cargo del mítico Sergio De Loof) y su preciosa terraza, donde servían algunos de los mejores cócteles de la Ciudad. Luego, acorralado por los altísimos alquileres palermitanos, el lugar cerró y muchos creyeron que lo hacía por siempre. Por suerte, casi enseguida, varios de sus socios reincidieron y abrieron Pipí Cucú, en una tranquila calle de Colegiales. “Pipí Cucú hereda de El Diamante una idea de la comida y un ambiente, que tiene que ver con De Loof. Todos los días cambiamos cosas, agregamos fotos, sumamos adornos; es una puesta en escena”, dice Mariana, una de las socias a cargo. Este movimiento constante, junto a una mirada entre kitsch, lúdica y romántica, invita a la comida en pareja o en pequeños grupos de amigos. Una mesa muestra una miniatura de King Kong, otra una virgencita y una tercera algún icono del pop. Banderines multicolores cruzan la vidriera, mientras que las mesas están vestidas con vajilla ecléctica. “De todas maneras, el público no es idéntico. El Diamante era un poco más bohemio, acá tiene que ver con el barrio”, acota Violeta, otra socia siempre presente.
La carta cambia cada tres meses, si bien ciertos platos permanecen por exigencia de los habitúes. Entre ellos, las mollejas crocantes con reducción de cerveza, salsa de soja y miel de caña ($89) que conviven con el tiradito de salmón rosado, con guacamole, plátanos fritos y pasta de ajíes ($65). Entre los principales, un clásico es la bondiola braseada con puré de batatas ($98). Y una novedad son los ravioles de espárragos y jamón crudo con crema de limón y almendras tostadas ($90).
La carta es breve y estratégica: incluye pastas, risotto, pescado, pollo, carne vacuna y de cerdo, en una propuesta equilibrada. Lo mismo sucede con los postres, de un marquise de chocolate con crema inglesa y menta ($50) a un semifreddo de mango con frutas de estación.
Pipí Cucú hereda también de El Diamante su propuesta de coctelería, algo muy poco común en el barrio. Están los tragos clásicos y los modernos, como el Siamo Fuori (vodka, Campari, naranjas maceradas, $48) o el Chijiro (sake, uvas y almíbar, $50), tal vez la mejor manera de comenzar una cena, y luego continuar con alguno de los vinos de la carta, de bodegas pequeñas y no tan conocidas. Pasan los años, y el culto sigue vivo en Pipí Cucú.
Pipí Cucú queda en Ciudad de la Paz 557. Teléfono: 4551-9314. Horario de atención: lunes a sábados, mediodía y noche.
Hace 16 años, la gastronomía porteña era muy distinta a la actual. La cocina de mercado, con cocciones que no enmascaren los sabores, con preeminencia del producto, era por ese entonces poco común. Pero no para Restó, abierto en 1997 de la mano de María Barrutia, y que dos años más tarde sumó a Guido Tassi. Desde entonces, este lugar muestra lo mejor de la cocina local, con una única fórmula: la mejor materia prima, proveniente en muchos casos de productores artesanales, y una cocina delicada y sabrosa. A esto se suma el cuidado en el servicio de vinos, con sommelier presente, y una relación precio-calidad fantástica. Barrutia dejó el restaurante hace largo tiempo. Por suerte, Guido revalida día tras día el presente del lugar.
Escondido dentro de la Sociedad Central de Arquitectos, en una zona céntrica y poco frecuentada por la alta gastronomía, Restó abre los mediodías y sólo dos noches por semana. Su público lo conoce en esencia por la recomendación del boca a boca.
La carta es pequeña y cambia de manera regular, aunque la base de los platos se mantiene. Hay pesca fresca, la codorniz es el plato emblema, suma un corte vacuno y, según la época, cordero o conejo. También, siempre, una opción vegetariana. “No es una cocina compleja, no incorporamos alta tecnología. Todo se trata del producto, como este aceite de oliva patagónico, cosecha 2013, que es el más austral del país”, dice Guido mostrando una botella. A este diferencial se debe sumar la delicadeza de los platos, el uso de legumbres poco comunes en restaurantes (arvejas frescas, habas), el agregado de hierbas y flores aromáticas. Ejemplos: entradas como los geniales langostinos sautées con humus y ensalada de lentejas ($90), principales como la codorniz rellena de ricota y espinaca, galette de papa y peras secas ($90) y postres como el verdadero “volcán de chocolate”, el bizcocho de chocolate que fluye con helado de malta tostada y toffee ($55), aprendido directamente del chef francés Michel Bras, inventor de este éxito tan mal copiado en otros restaurantes.
De mediodía, los platos salen a la carta. De noche, hay cuatro menúes, que incluyen entrada, plato y postre, por $200 a $230. Son permisivos a que los menúes se crucen y se elija la entrada de uno con el principal del otro, a gusto de cada comensal. Pasan los años, abren y cierran lugares, cambian las tendencias. Mientras, Restó, con su bajo perfil y su comida deliciosa, sigue tan vigente como siempre.
Restó queda en Montevideo 938. Teléfono: 4816-6711. Horario de atención: lunes a viernes de 12 a 15. Jueves y viernes de 20 a 23.
Aquilino era el nombre de mi abuelo, quien tuvo una panadería en los años ‘30”, dice Natalia Moretti para explicar el nombre que eligió para abrir este pequeño e íntimo restaurante en la esquina de Gral. Las Heras y Monasterio, en una tranquila y arbolada cuadra de Vicente López. Sillas de distintos colores y formatos contrastan con las mesas de mantel blanco, las luces bajas, las velas y un tradicional piso de damero en blanco y negro. Al fondo, la cocina abierta permite ver el trabajo del chef Gustavo Escobar en la cocción y servicio de las comandas. El resultado de este mix es muy seductor: un ambiente entre hogareño y amigable, pero con una clara intención romántica. Tanto que, al entrar, se hace casi necesario hablar a media voz.
El barrio de Vicente López no es famoso por poseer una propuesta culinaria demasiado arriesgada; por el contrario, la zona está dominada por parrillas y lugares de minutas, mientras que faltan los restaurantes que se animen a desafiar la tradición. Aquilino hace justamente esto, pero con delicadeza, como invitando a ser parte de su juego. Así, la carta muestra platos más arriesgados y otros más fáciles de entender. Entre los primeros, un carpaccio de langostinos con vinagreta de lima, muy fresco y especial, pero con una textura que puede resultar complicada para algunos comensales. O la mousse de chocolate amargo y palta con crocante de Bailey’s, un postre exótico para quienes quieran conocer algo distinto. Del lado más conocido, aparecen platos muy ricos y bien preparados como el cochinillo crocante con mousseline de zanahoria y el cachete de ternera con papines andinos y pesto de rúcula, una carne de muy larga cocción que se deshace en la boca. También hay pastas (tagliatelle de albahaca caseros con crema de hongos), pesca y conejo confitado. Entre los dulces más golosos, el coulant de dulce de leche con helado de vainilla.
Para beber, la casa cuenta con una preciosa cava subterránea a la que se puede acceder desde el mismo salón, donde los vinos descansan a la temperatura ideal. La selección de etiquetas (todas a buen precio) incluye mayoría de bodegas conocidas (un Luigi Bosca Malbec 2010 a $159) y algunas otras de perfil más bajo (como el Cinco Tierras Torrontés a $105).
La carta es muy corta, apenas una hoja con cuatro opciones de entrada, cuatro de principales y cuatro de postres. Ningún plato tiene precio, ya que se ofrece sólo el menú completo de tres pasos, a $170 sin incluir bebidas. Una gran relación precio-calidad para un pequeño restaurante que ya está dando que hablar.
Aquilino queda en Gral. Las Heras 1200, Vicente López. Teléfono: 4796-4775. Horario de atención: lunes a sábados de 20.30 a 24.
Fotos: Pablo Mehanna
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux