Dom 30.11.2003
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VALE DECIR

Vale decir

Los raelianos de salita naranja
Hay quienes piensan que los miembros de la secta de los raelianos están locos, y la verdad es que ellos no hacen demasiado por desmentirlo. Después de haber anunciado al mundo que habían clonado cinco bebés, salieron a decir, por estos días, que han descubierto la manera de revertir el proceso de envejecimiento en cualquier parte del cuerpo humano. Uno de los jefes del culto, una tal Doctora Brigitte Boisselier, de 47 años, prometió dar todos los detalles al respecto en una conferencia a llevarse a cabo en Londres por estos días, pero poco después –y habiendo llegado a reservar el lugar con un nombre falso– se echaron atrás. “En lo que a mí respecta, esto no es científico hasta que lo hayan probado”, dijo por si las moscas el profesor Christopher Higgins, director del Consejo de Investigación Médica del Centro de Ciencias Clínicas del Hammersmith Hospital. La Boisselier, como si nada: acaba de fundar una nueva compañía, la Stemaid, y asegura estar tratando actualmente a dos pacientes, uno con un tumor cerebral y el otro con daño en la columna vertebral: “hemos encontrado una manera de curar muchas enfermedades y una manera de hacerte ver como si tuvieras diecisiete años de edad”, dice la doctora, como enumerando los servicios de la secta para el público que haya sabido interpretar la oferta. Y continúa: “pasaremos de seis a nueve meses haciendo las demostraciones pertinentes”. El verdadero objetivo de su trabajo, alega, es la promesa de la juventud eterna. “Se acerca una generación que nunca morirá. La gente alargará su vida por cincuenta o setenta años”, dijo, en abierta contradicción entre aquel “nunca” y ese plazo no tan prometedor de unas cinco décadas. Lo que es probable, de todas maneras, es que los raelianos ya hayan testeado los efectos de la reversibilidad del tiempo corporal en ellos mismos, y con bastante éxito, a juzgar por alguna que otra declaración que delata una edad mental más vale preescolar.

Cien años de perdón (pero trece adentro)
Gregory Eric White, australiano, 45 años de edad, de profesión ladrón de bancos, tuvo una revelación. Dios le dijo, dice él, que los bancos son algo diabólico. Eso es lo que alegó ante la Corte de Apelaciones de Victoria, como parte de su defensa ante los cargos de haber robado cinco bancos entre 1997 y 1999. White no negó los cargos en ningún momento, sino que se justificó: en su momento (en cada uno de sus cinco momentos, al parecer) estuvo plenamente convencido de que tomar el dinero y salir corriendo era la manera correcta de acceder a “la salvación”. La Corte redujo entonces su sentencia a un mínimo de 13 años, algo que a la opinión pública sigue pareciéndole un tanto excesivo como para castigar un acto de fe.

A nuestro público
No es fácil ser un ídolo pop. Demasiadas responsabilidades, y un encuentro frente a un público multitudinario que llega demasiado pronto. Es por eso –y conscientes de lo que significa el pánico escénico– que los productores de la versión británica de Pop Idol han decidido proveer a los concursantes de asistencia. ¿Un terapeuta para atenderlos durante los recitales? No señor, algo mucho más efectivo y barato: un balde para vomitar. Si el mareo producido por la exposición pública los llama a recuperar las milanesas del almuerzo (o lo que sea que almuercen los pop idol ingleses), sólo deben recurrir a la ingeniosa “cubeta” apostada al costado del escenario. Una perdedora del sábado pasado, una tal Roxanne Cooper, dijo que otra participante, Michelle, “tuvo que usarlo, era un manojo de nervios. Es que –la justificó– sólo tenemos una oportunidad para hacer las cosas bien y no podemos arruinarla”. Lo cierto es que, si los productores de Pop Idol, en sus distintas versiones a lo largo y ancho del globo, fueran realmente considerados, ya irían pensando en disponer unos cuantos baldes para el público, también.

Tovarich con tenor graso
El pueblo ruso apoya a Putin, dicen las encuestas, pero el chocolate del camarada es sólo para unos pocos. Aprovechando la popularidad de Vladimir, varios fabricantes de su país han decidido sacarle hasta el último rublo al asunto, y por lo tanto hoy el mercado interno dispone de miles de productos del “merchandising Putin”, es decir, bienes útiles y porquerías de toda calaña con la figura o el nombre del presidente. Desde alfombras hasta semillas de girasol, lo que uno se imagine. La cuestión es que justamente del rubro golosinas es que cualquiera hubiera esperado los productos de alcance más popular, y sin embargo el chocolatero Konfael ha decidido fabricar una barra “deluxe”, que acaba de salir a la venta por un precio que no es ninguna bicoca: el equivalente a unos seiscientos dólares norteamericanos. Claro que no se trata de cualquier barra: tiene el retrato del ilustre, hecho en chocolate negro y chocolate blanco, y coloreado con jugo de fruta. “Las barras –aclaró Irina Eldarkhanova, presidenta de Konfael–, no son sólo un símbolo de Putin, sino del bienestar y la felicidad.” De algunos, obvió aclarar, anticipando una era de chocolate con champagne.

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