VALE DECIR
Según se sabe, quisieron los antiguos e incluso los muchachos de la Edad Media instaurar la prueba de fuego, que –en resumidas cuentas– implicaba hacer pasar al sospechoso de herejía por las brasas. Sortear la prueba con buena salud, sin quemaduras graves, era señal de inocencia. Por suerte, no van por ahí las intenciones del entrepreneur Dan Kovaland y la diseñadora islandesa Thorunn Arnadottir. Porque, finalmente, si sus Pyro Pets (en criollo, piro-mascotas, o mascotas de fuego) no se derritiesen por completo bajo la acción de las llamas, jamás mostrarían su verdadero ser. Ocurre que las citadas mascotas son, en verdad, velas. Velas con forma de gatos, conejos, ciervos y pajaritos, mononamente pergeñadas con contornos geométricos que, al prender la mecha y pasar algunas horas, pierden toda su cera: entonces quedan expuestos sus respectivos esqueletos de aluminio, los ojitos siniestros, las fauces brutales.
“Son como películas románticas que se convierten en sátiras de terror”, sugiere la blonda Arnadottir, no sin dejar de destacar que “las velas a menudo están asociadas a decoraciones dulces y bonitillas del hogar, que se consumen y ya está”. Lo cual, a su consideración, es un poco aburrido. De allí su satisfacción por “crear una nueva narrativa con estos productos”. Productos que, cuando se apaga la luz (consumida ya la cera), “pierden su apariencia amable y se vuelven seres extraños, inquietantes, frente a los cuales no se sabe cómo reaccionar. Se convierten en una… bestia”. Pues, dependiendo de las susceptibilidades y el bolsillo (cada monstruito cuesta entre 18 y 35 dólares), averiguarlo está al alcance de un encendedor. O de un modesto fósforo.
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