Domingo, 19 de febrero de 2006 | Hoy
VALE DECIR
Las dimensiones de la industria cinematográfica de la India (a la que se suele llamar Bollywood) son conocidas en todo el mundo, aunque la mayoría de sus centenares de producciones anuales no llegan a estrenarse internacionalmente. Ahora, tal vez pensando en el batacazo promocional que podría significar para el cine de su país, el director indio T Rajeevnath acaba de anunciar una propuesta de casting por lo menos rara –y potencialmente escandalosa–: al parecer, su agente estuvo llamando a la heredera, it-girl y frivolísima Paris Hilton nada menos que para ofrecerle el papel de la Madre Teresa de Calcuta en su próxima película. A Rajeevnath lo habría impresionado enterarse de que la hija del hotelero se había negado a hacer un desnudo para Playboy. ¿Creerá que se trató de un despliegue de pudor? ¿No le llegaron las noticias de los videos triple X de Paris con su ex novio Rick Solomon? A lo mejor no, porque manifiesta: “Aunque hay muchas actrices que querrían hacer este papel, el de la mujer más respetada y amada, la historia de la actriz que finalmente sea elegida debe ser analizada”. Sic.
La idea, a su manera, ya estaba en la película de Buñuel, El fantasma de la libertad: gente que se sienta a la mesa a defecar y se retira en privado para comer. Esto que se ve aquí, por supuesto, no es tan extremo, pero evoca ideas igualmente escatológicas: es decir, sí, es para el show, pero de todas maneras da un poco de asquito. Se trata básicamente de un restaurante taiwanés creado por un tal Eric Wang en la ciudad sureña de Kaohsiung, que sirve sus almuerzos y cenas en platos no convencionales, y sienta a sus comensales en asientos con forma de bidets e inodoros. El local se llama Marton –”Toilette” en chino– y al parecer forma parte de una serie de espacios públicos no aptos para estómagos flojos diseñados como celdas carcelarias o ataúdes, o decorados con fotos tamaño natural de Mao Tse Tung. No es un salvaje emprendimiento punk que pretenda lanzar una controvertida crítica contra la sociedad de consumo, ni una bizarrada exclusiva para freaks, sino simplemente un lugar un poco raro para gente, por así decirlo, común y corriente. Lo que sí, después de pasar por un postre servido a la manera del Marton, nadie vuelve a ver su helado de chocolate un poco derretido con los mismos ojos.
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