Domingo, 28 de febrero de 2010 | Hoy
VALE DECIR
De ella no se sabe el nombre; sólo se sabe que cayó presa por algo relacionado con drogas y que le tocó pasar su condena en una prisión de mínima seguridad, en Bielefeld, Alemania. El se llama Daniele, tiene 33 años y se le hizo imposible, de pronto, estar lejos de ella.
“Se podían haber visto todos los días”, explicó Friedhelm Sanker, el director de la prisión. Pero verse a la luz del sol no es lo mismo. Cada noche, durante semanas, Daniele escaló los muros de la prisión para meterse en la celda de su novia. No eran amantes discretos y las demás prisioneras empezaron a quejarse. Algunas porque no podían dormir; otras, según explicó el director, porque temían que Daniele quisiera visitarlas a ellas también. Luego de estos reclamos, instalaron una cámara de seguridad. Una noche desafortunada, a principios del pasado noviembre, lo vieron entrar y llamaron a la policía. Con perros entrenados para jugar a la escondida, lo encontraron rápidamente. No sirvió de nada que él gritara “¡La amo! ¡Estamos comprometidos!” mientras se lo llevaban a la rastra.
Ahora Daniele va a juicio en marzo. Su abogado piensa que los cargos son excesivos y se pregunta “¿No podremos reírnos de todo esto y cancelar el juicio?”. Al fin y al cabo, su cliente siempre dejaba a su chica en la celda y nunca se le ocurrió lo más obvio: ayudarla a escapar.
El nunca tuvo la opción de las visitas conyugales. Ella, cuando entró a la cárcel, designó a otro hombre como su pareja. Daniele seguramente la perdonó y nunca se lo echó en cara. Después de todo, la visita conyugal es fácil; fugarse de la cárcel, al revés, noche tras noche y durante semanas, es la verdadera prueba de amor.
Barbie, la famosa muñeca de la compañía Mattel, salió al mercado en marzo de 1959. En el libro Forever Barbie, de M. G. Lord, se cuenta que Ruth Handler observó que su hija Bárbara jugaba con muñecas de papel y que se dedicaba a darles roles adultos. La mayoría de los juguetes para niños de esa época eran simplemente representaciones infantiles; Ruth le sugirió a su esposo, uno de los fundadores de Mattel, que podía haber lugar en el mercado para muñecas más adultas, pero falló en convencerlo. Fue durante un viaje por Europa que Ruth se topó con una muñeca alemana llamada Bild Lilli que era exactamente lo que ella tenía en mente. Volvió a los Estados Unidos con tres Lillis: una para Bárbara y las otras dos las llevó a Mattel para abrirles un poco la cabeza a los ejecutivos; así nació Barbie.
A lo largo de los años la muñeca ha tenido 124 carreras, desde presidenta de los Estados Unidos hasta maestra de sordomudos. Supo ser, entre otras cosas, cirujana, instructora de natación, princesa, fotógrafa y astronauta.
Este año, Mattel quiso que una votación online decidiera cuál sería su próxima profesión. El resultado no sorprendió a nadie: la voz de la aldea global decidió que la novia de Ken sea ingeniera en sistemas.
Luego de pasarse más de cincuenta años enseñándoles a las chicas de todo el mundo que para ser linda hay que ser flaquita, por lo menos ahora Barbie trata de romper con ciertas estructuras y mostrar que se puede ser una chica chip sin dejar de ser chic.
Dominik Podolsky había terminado una jornada de snowboarding en los Alpes austríacos. Tomó la aerosilla para bajar la montaña y a mitad de camino, a 18 grados bajo cero y a 10 metros del suelo, el aparato se detuvo por completo. Eran poco más de las cuatro de la tarde y la jornada había terminado para los trabajadores del resort en Hochzillertal.
“Pensé en tirarme, pero me habría roto las dos piernas para luego morirme de frío”, contó el snowboarder a Spiegel Online. Había olvidado su teléfono celular y sus gritos eran ahogados por el ruido de las motos de nieve.
Pasaron las horas y Podolsky sintió cómo se le entumecían los brazos y las piernas. Para peor, se iba quedando dormido. Durante el servicio militar, había entrenado con un regimiento de montaña, y por eso supo que estaba cayendo presa de la hipotermia, encaminándose hacia la muerte.
Entonces se le ocurrió la idea salvadora: empezó a quemar papeles que llevaba consigo, a ver si así lograba que alguien lo viera. Empezó con tarjetas de presentación, tickets de comida, y finalmente sólo le quedaba dinero.
Había quemado ya cien euros cuando prendió fuego a su último billete de veinte. Alguien vio esa última llamarada y fue a buscar ayuda. A las diez y media, seis horas más tarde, Podolsky fue rescatado y pudo volver a su casa en tren esa misma noche.
El snowboarder quiere hacerle juicio al resort, pero ellos aducen que la aerosilla es sólo para subir y que antes de apagarla se fijaron que no hubiera nadie iniciando el ascenso. Mucho deporte extremo, pero al final Podolsky optó por la vagancia de bajar sentado y le salió carísimo.
“Listo, lo arreglé” (thereifixedit.com) es un sitio web que, nutriéndose de las fotos que envían usuarios de todo el mundo, documenta los arreglos más estrafalarios. No se puede decir que sean apresurados porque muchos son verdaderas obras de ingeniería, pero se distinguen porque rara vez cuentan con las herramientas o los materiales apropiados. Son cosas como pegar el GPS del teléfono al volante del auto con mucha cinta de embalaje y decir, justamente: “Listo, lo arreglé”.
El sitio se volvió tan popular que consiguió fans en el lugar más prestigioso a la hora de armar cosas raras: la NASA. Un ingeniero de la agencia espacial envió fotos tomadas en la Estación Espacial Internacional.
“Una de las cosas que no te enseñan en la escuela –cuenta Elliot, el ingeniero, en su carta– es que las cosas frecuentemente no salen como las planeaste, y que a veces tenés que improvisar. Esto distingue a los buenos ingenieros (esos que meramente sacan buenas notas) de los grandes (los que entienden la adversidad, aceptan la elegancia de la simplicidad, y saben cómo reaccionar cuando todo sale mal; y apenas se graduaron con la nota justa).”
Las fotos muestran que si es necesario arreglar un tubo de ventilación, en órbita, y teniendo solamente a mano cinta de embalaje, precintos y papel, hasta la gente más capacitada del mundo hace lo que haría cualquiera: arreglarlo lo mejor que se puede y después, si anda, no tocarlo más.
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