Domingo, 18 de julio de 2010 | Hoy
VALE DECIR
Claude Pretorius está muerto. Eso es lo que le dicen los funcionarios de Johannesburgo cuando quiere hacer un trámite. Como si fuera un personaje de Joseph Heller –el teniente Mudd de Trampa-22–, Claude no puede convencer a las autoridades de que él es él.
El diario sudafricano The Star omite cuáles fueron las circunstancias de la apócrifa muerte de Pretorius. Cuenta que sus problemas comenzaron en el 2006 cuando fue a pedir un pasaporte. “Me dijeron que no podía pedir un pasaporte ya que era un difunto”, dice Pretorius y parece la burocracia interminable de la película Brazil, “tuve que ir a la comisaría para que me dieran una constancia de que yo era yo”.
En agosto del 2006 creyó que había resuelto todo: le dieron un nuevo documento de identidad, con otro número, y era como renacer.
El año pasado se compró un auto usado y, cuando fue al registro automotor para hacer el cambio de dueño, su muerte volvió a atormentarlo: tercamente, o quizá como alguna suerte de presagio, su estado había cambiado una vez más a “difunto” en el sistema informático.
Claude ahora no puede salir con su auto usado porque la policía le hace la boleta. Se queja amargamente de la paradoja: como está muerto no puede tramitar la cédula verde, pero como está claramente vivo lo pueden multar. Su esposa, en el asiento del acompañante, no dice nada –al fin y al cabo está listada como “viuda” y le corresponde algo de dignidad–.
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