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Para Rhiannon Brooksbank-Jones, una estudiante inglesa de 19 años, su sueño dorado, una vez finiquitados los estudios universitarios en Sheffield, es vivir y trabajar en Corea del Sur. Por eso, aun cuando jamás ha puesto un pie en el país oriental, lleva dos años estudiando el idioma con resultados agridulces: aunque su nivel de conversación es alto, lucha para pronunciar algunos sonidos del alfabeto. Frente a la dificultad, la perfeccionista tomó una solución: operarse.

Cuando su dentista le sugirió que su pelea vocal con la “L” (entre otras letras) podía deberse a que su lengua era más corta que el promedio a causa de un frenillo anormalmente grueso, la chica no lo dudó: se sometería a una frenectomía lingual y cortaría la brida. Pidió consejo a mamá y papá que, orgullosísimos de que su hija se involucre en otras culturas, le dieron el ok, e ingresó al Nottingham’s Queen’s Medical Centre. Después de 20 minutos de anestesia local, su lengua era un centímetro más larga.

“Algunos dirán que es extremo, pero uno podría aplicar el mismo argumento a la cirugía estética. A algunos, eso les da seguridad; a mí, esto”, afirmó la chica, que ya siente una gran diferencia a la hora de hablar coreano. “Era mi única opción; no había otra manera de estirar mi lengua. Mi pronunciación era muy extranjera; ahora, en cambio, tiene acento nativo”, cuenta (en inglés) tras admitir que si no logra hacer lo que se propone a la perfección, se irrita horrores.

Tras la intervención que la dejó dolorida por dos semanas, espera los resultados para saber si podrá estudiar un año en la Universidad de Yonsei, en Seúl, y mata el tiempo visitando la Korean Church, en Nottingham, donde hace lecturas bíblicas. Con todo, Rhiannon se muestra confiada: “La operación deja en claro que mi dedicación es real”, aclara quien pasase su adolescencia viendo programas de concurso y noticieros de la televisión coreana. No cabe la menor duda.