VALE DECIR
Baila, hereje, baila
La iniciativa es innegablemente original y muy probablemente absurda. Un orador
holandés acaba de lanzar una nueva modalidad en materia de servicios
religiosos: misa en la disco. Como una manera de “atraer más gente
a la iglesia”, el Club Habana de la localidad de Urk convocó a
más de cien personas que bailaron por la noche y al día siguiente
fueron a misa. Los organizadores, miembros de una comunidad calvinista, no cambiaron
ni las luces ni los muebles; el cura se paró bajo la luz estroboscópica
y los feligreses se sentaron en la barra o en las mesas. “Al principio
me resultó un poco extraño estar hablando para gente que cada
tanto encendía un cigarrillo –dijo el reverendo Jan Pieter Overduyn
más tarde–, pero al rato me di cuenta de que aun en una disco,
la gente se puede acercar a Dios. Nos interesan los ídolos como Beckham
y Batman, pero Jesús es uno todavía mayor.”
Para resucitar el negocio
Pequeño escandalete en la república vecina, socia y amiga del
Brasil, cortesía de una compañía funeraria que ha lanzado
una campaña de publicidades televisivas que se han chocado con el “recato
y el buen gusto” de algunos espectadores. La cosa es más o menos
así: uno de los slogans es: “Nuestros clientes nunca vuelven para
quejarse”. Otro: “Con nuestros seguros de vida usted estará
tan contento que le agradecerá a Dios personalmente”. La compañía,
la Funeraria Sinaf, con base en Río de Janeiro, ha hecho ya su descargo
a través de la Folha de Sao Paulo. En ella, el director (de la Sinaf),
Pedro Bulcao, dijo que “la muerte es un asunto difícil de tratar,
y el humor ayuda a romper las barreras y hacer las cosas más sencillas”.
La compañía también ha iniciado una campaña radial,
durante un programa deportivo en el que, al final de cada partido, el peor jugador
se lleva el título de “el muerto del equipo”. Hasta acá,
todo bien. Lo único alarmante es que, más allá de algunas
protestas, parece haberse dado una buena recepción de estas ideas publicitarias
y, entre el año pasado y éste, la compañía ya creció
un 35 por ciento.
Y rasguña las piedras
Tal vez no gane tanto dinero como parece. O tal vez pretenda ahorrar para su
jubilación, temeroso del destino incierto de las estrellas de rock. Lo
único cierto es que Keith Richards admitió públicamente,
hace unos pocos días, que suele levantar y consumir las drogas que sus
fans le arrojansobre el escenario durante los recitales. Algunos paquetitos
de los que le tiran, alega, casi como un argumento a su favor, vienen con una
suerte de “packaging personalizado”, es decir, con su nombre escrito
a mano. Richards, que se encuentra actualmente de gira europea por el cuadragésimo
aniversario de los Rolling Stones, aclara, sin embargo, que él no mete
en su cuerpo cualquier porquería, como algún prejuicioso podría
llegar a suponer, sino que siempre inspecciona la calidad de las drogas regaladas.
“Algunas de las cosas que me tiran son realmente buenas –le dijo
a la revista Q–; pero tiramos la basura, ¿saben? Los chicos las
levantan y las envían a mi habitación. A veces no las abro durante
días. En general es hierba.” En la misma entrevista aprovechó
para decir, ya que estaba, que no le molesta que lo llamen “wrinkly rocker”
(el rockero rugoso): “Pueden decir lo que quieran”.
El wurst del Führer
Es como las figuritas difíciles, los primeros números de las revistas
antiguas, las ediciones incunables de la literatura universal y algunos otros
artículos que suelen justificar sus precios exorbitantes a partir de
su condición de únicos o inhallables. Y su valor histórico
no es materia discutible. Así es que Ivan Zudropov, ruso, es el afortunado
propietario de un objeto invaluable. Se trata del pene de Adolf Hitler; nada
menos que su miembro momificado, al cual pronto le efectuarán una serie
de pruebas de ADN de carácter validatorio, como para poder demostrar
sus orígenes. Zudropov asegura que su padre, de nombre Vasily, soldado
del ejército rojo durante la Segunda Guerra, ingresó al bunker
en el que se habría suicidado el Führer, y allí habría
encontrado su cadáver. Su relato admite aún más detalles:
los soldados soviéticos habrían procedido a desnudar y golpear
el cuerpo del jefe germano del Eje, y Vasily habría aprovechado la oportunidad
para hacerse de un ítem valioso, al menos como souvenir. “Mi padre
quería llevarse algo de Hitler –rememora Ivan–. Primero pensó
en cortarle la cabeza, pero luego se decidió por el pito.” Por
el momento, Ivan pide unos 18.000 dólares por el objeto carnoso, a pesar
de que, dice, no mediría más que unos seis centímetros.
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