Dom 10.04.2005
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PáGINA 3

El ojo mocho

Por Edgardo Cozarinsky

El nombre de Esmé Percy, actor inglés de carácter, tal vez sólo sea recordado, entre quienes nunca lo vieron en el escenario, por los cinéfilos más memoriosos: su inquietante presencia anima Murder, un film de Hitchcock de 1930.

Allí encarnaba a un acróbata de circo que ocultaba su condición de mestizo, metáfora (para la censura de la época) de una homosexualidad que el actor se las ingeniaba para sugerir con cada gesto y ademán.

En la vida privada, Percy sentía devoción por los perros. Hizo instalar en Hyde Park, a sus expensas, cantidad de bebederos a una altura apropiada para sus amigos sedientos. Su propio perro, tal vez ingrato, acaso celoso, respondió un día a las atenciones de su amo mordiéndolo, arrancándole un ojo.

El médico que atendió al actor lo oyó repetir en medio del llanto: “My poor dog, my poor poor dog...”

Años más tarde, actor en la compañía de John Gielgud, Percy se divertía asustando a las jóvenes actrices: dejaba caer en medio de la representación su ojo de vidrio y les pedía, en un aparte, que lo ayudaran a buscarlo por el piso; ante la ira y las amenazas de Gielgud, aceptó usar un parche, pero muy pronto su temperamento se impuso a ese pudor: se las ingeniaba para que el ojo se soltase y quedara colgando del elástico del parche.

Una de aquellas jóvenes actrices recuerda que era “como actuar con un Picasso vivo”.

Esta anécdota pertenece a Museo del chisme, el libro (distribuido por Emecé en estos días) en el que Edgardo Cozarinsky reúne un ensayo sobre el tema y una galería de anécdotas recopiladas a lo largo de los años de fuentes diversas.

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