Domingo, 7 de julio de 2002 | Hoy
PáGINA 3
Carta abierta
a J.C.
por Jim Jarmusch
Siento algo muy particular cada vez que me dispongo a ver una de sus películas.
Un sentimiento de anticipación: la llegada de algo que he esperado con
ansiedad, una especie de iluminación cinematográfica. Espero un
estallido de inspiración. Quiero ser un iluminado. Necesito que se me
revelen las consecuencias secretas del corte de una escena a otra. Necesito
entender cómo la crudeza de las posiciones de cámara o el granulado
del material inciden en la ecuación emocional de sus films. Quiero aprender
de actuación a partir de los personajes, saber sobre la atmósfera
y la luz de determinados escenarios. Estoy listo, preparado para absorber “la
verdad a veinticuatro cuadros por segundo”.
Pero lo que ocurre es que empieza la película, y la película me
mete adentro, y de golpe estoy perdido en la oscuridad, solo, y los seres humanos
ahora viven en ese mundo dentro de la pantalla y también ellos parecen
perdidos y solos. Los miro. Observo cada detalle de sus movimientos; escucho
con atención lo que dicen, los bordes gastados del tono de una voz, la
malicia escondida en un fraseo. Ya no pienso en la “actuación”,
ni en el “guión”, ni en la “cámara”.
La iluminación que esperaba recibir de usted ha sido reemplazada por
otra. Una iluminación que no invita al análisis; sólo a
la observación y la intuición. Sus películas, John Cassavetes,
son sobre el amor, la confianza y la desconfianza; sobre la soledad, el gozo,
la tristeza, el éxtasis y la estupidez. Son sobre la inquietud, la ebriedad,
la resistencia y la lujuria; sobre el humor, la terquedad, la falta de comunicación
y el miedo. Pero básicamente son sobre el amor, y uno se ve arrastrado
a un lugar mucho más profundo que el que puede mostrar cualquier estudio
sobre la “forma narrativa”. Lo que sus films iluminan y terminan revelando
es que una cosa es el celuloide y otra son la belleza, la extrañeza y
la complejidad de la experiencia humana.
John Cassavetes, me saco el sombrero. Y me lo pongo sobre el corazón.
Más
allá del dolor
por Pedro Almodóvar
Creo que Opening night es mi película favorita de John Cassavetes.
Tiene un aura y un sabor explosivos. Es muy cruda, muy desesperada. Esas peleas
en la película se me vuelven tan reales. John Cassavetes y Gena Rowlands
fueron la pareja perfecta, y esta película no funcionaría si no
fuera por la tensión que hay entre ambos, una tensión que, creo,
estaba tanto en sus vidas privadas como en la pareja de actores que formaban.
El film trata de una actriz que se está volviendo loca, un argumento
que, por supuesto, a mí me gusta mucho. Myrtle Gordon (Gena Rowlands)
es un personaje asombroso. Rowlands hace aquí una de las mejores escenas
de borrachera que jamás haya visto. Y es una escena larga, muy larga.
Para un actor, hacer de borracho es casi un lugar común, pero ella lo
hizo de un modo completamente original, sin que nada pareciera obvio. Le pedí
algo igual a Cecilia Roth en Todo sobre mi madre: llegar más allá
del dolor y limitarse a relajar los músculos faciales. Es algo que resulta
muy expresivo, y lo aprendí en Opening night. Myrtle casi se cae, pero
se las arregla para no hacer evidente su derrumbe. Y creo que esta secuencia
también explica muy bien la tarea del director. Tal vez sea muy siniestro
sugerir que eso es lo más representativo de nuestro trabajo, pero esa
escena con Ben Gazzara esperándola y ella completamente borracha, enferma
de alcohol... Él está al final de un largo corredor y ella viene
chocándose contra las paredes. Podría romperse la cabeza, pero
él no permite que nadie la ayude; él piensa que tiene que arreglárselas
sola. Para mí, ésa es la figura del director.
(Testimonios extraídos del libro Lifeworks, de Tom Charity)
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