Domingo, 26 de noviembre de 2006 | Hoy
PáGINA 3
Por Cornelius Castoriadis
Volvamos a lo que tantas veces se ha dicho de Homero, educador de Grecia: que es el germen de todo lo que se encuentra después. Es el clásico lugar común, y es estrictamente verdadero. Podemos decirlo en muy pocas palabras: el texto "sagrado" de Grecia no es un texto sagrado. Esta es, prácticamente, una diferencia fundamental con respecto a todas las culturas históricas que conocemos. Este texto no es religioso ni profético, es poético; el autor no es un profeta, es un poeta, es el poeta. O si prefieren: el profeta de Grecia es un poeta que no es, por cierto, un profeta. Y en un sentido, cuando se dice esto, todo está dicho. Es el poeta, el que hace ser. Y este poeta no prohíbe nada, no impone nada, no da órdenes, no promete nada: dice. Y al hacerlo, no revela nada —no hay revelación—, recuerda. Recuerda lo que ha sido y lo que al mismo tiempo es el lineamiento de lo que es, de lo que puede ser. Esto, lo recuerda a la memoria de los hombres con el auxilio de estas hijas de la Memoria, de Mnemósine, que son las Musas. Voy a decirles algo que va a parecerles exorbitante. Evidentemente, todas las mitologías de todos los pueblos son significativas, y muy a menudo bellas, incluso muy bellas. Lo que distingue a la mitología griega —bella o no, no es lo que importa aquí— es que esta mitología es verdadera. Los mitos griegos son verdaderos, el mito de Urano-Cronos-Zeus es verdadero, el mito de Edipo es verdadero, el mito de Narciso es verdadero, está ahí; quiero decir: mírense en un espejo... Las Musas presiden la poesía en el sentido más fuerte, más elevado: la creación de lo bello. Pero ellas son hijas de Mnemósine, no son artefactos de Memoria, ni siquiera copias conformes de Mnemósine, son sus hijas. Una hija se parece a su madre pero también es diferente de su madre. ¿De qué depende la creación de lo bello? De la imaginación creadora.
Las Musas y Mnemósine están profundamente emparentadas, pero no son lo mismo. Esta verdad que reivindicamos hoy como la verdad de la existencia humana en lo que se refiere a la imaginación, es decir, en lo que se refiere a todo, esta verdad, entonces, está depositada desde el origen. Está depositada ahí, desde el primer momento, en esta pequeña fábula —mito, cuento, leyenda, llámenla como les parezca—. Las Musas son hijas de la Memoria. Y en un sentido hay más filosofía en esta pequeña fábula que en todo aquello que los filósofos pudieron decir sobre la imaginación. Por ejemplo, la relación imaginación/memoria ha sido considerada la mayoría de las veces como derivación de la filosofía, con algunas raras excepciones, entre las que se encuentran Aristóteles y Kant.
El de Homero no es un texto sagrado, es un texto poético. El destino mismo de los poemas homéricos permite ver la inversión de la relación. Si se convierten en "sagrados", no es en el sentido religioso del término, por cierto, sino por ser ese gran texto al que todo el mundo se refiere, y que la misma ley de Atenas prohíbe modificar a partir del siglo VI; puesto que los rapsodas se tomaban demasiadas libertades para con él. Pero, repito, es el texto poético que se vuelve "sagrado" por ser fundamental, y no lo contrario.
Y ahora: ¿qué encontramos en el centro de las significaciones de los poemas? Sencillamente, lo esencial del imaginario griego, a saber, la captación trágica del mundo.
En el corazón de los poemas, y en particular en La Ilíada, está la experiencia de este dato infranqueable que es la muerte. Y este dato está ahí sin compromiso, sin consuelo, sin arreglo, sin adulteración, sin edulcoración.
Podría recordar y comentar aquí varios pasajes, como las palabras de Aquiles a Licaón en el canto XXI de La Ilíada, cuando éste le suplica que le perdone la vida a cambio de un importante rescate. En sustancia, Aquiles le responde: "¿Por qué llorar así? Patroclo ha muerto, y era, de lejos, mucho mejor que tú. Así como me ves, alto y bello, hijo de una diosa, también a mí un día, en el alba o en el crepúsculo, o acaso en pleno mediodía, Ares me quitará toda la potencia del cuerpo y moriré. Muere, pues, tú también". Y lo mata.
Esta captación de la muerte puede parecer extraña por su banalidad misma. Pues ustedes podrán decirme: pero usted nos aburre, todo el mundo sabe esto, etcétera. No solamente Homero y los griegos, sino todo el mundo. Evidentemente, esto es sumamente falso. Nadie sabe. La humanidad ha pasado el tiempo contándose historia sobre la no-muerte en sus formas diferentes; el hecho brutal, claro está, siempre ha sido ocultado en la institución imaginaria de cada sociedad. Uno puede preguntarse entonces: ¿de dónde viene esta idea que encontramos en Homero? Es claro que no está tomada de los egipcios, ni de los babilonios, ni de los micénicos. Corresponde, sin duda, simplemente a la realidad. Es curioso, pero es así: fueron los griegos quienes descubrieron este hecho, que hay una muerte final, definitiva: telos thanátoio, dice y repite La Ilíada; que no hay nada que agregar sobre esto, que no puede dársele otra significación, ni transustanciarla ni embecellerla.
Este fragmento pertenece a Lo que hace a Grecia (1. De Homero a Heráclito), el volumen que reúne los primeros seminarios que Cornelius Castoriadis dictó en la Escuela de Altos Estudios de París, a fines de 1982 y 1983, y que el Fondo de Cultura Económica distribuye por estos días en Buenos Aires.
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