Domingo, 28 de septiembre de 2014 | Hoy
TELEVISIóN. SE ESTRENA GOTHAM, LA SERIE QUE FUNCIONA COMO PRECUELA Y MITO DE ORIGEN DE BATMAN
Por Mariano Kairuz
“No hay crimen organizado donde no hay ley ni orden”, dice el hombre, un tipo macizo con los modales atemorizantemente tranquilos y amables que les conocemos a los mafiosos del cine, y es la frase que mejor define el eje central de Gotham, la serie que cuenta cómo era la vida en Ciudad Gótica antes de la aparición de Batman, o, mejor dicho, cómo Ciudad Gótica creó a Batman. Una serie sobre caos y anarquía y podredumbre criminal vs. la delincuencia controlada como efecto colateral del capitalismo. Sin súper héroes (no aún), con súper villanos. La serie, que arranca mañana tras una larga anticipación de meses –gracias a una hábil campaña de Fox, su productor americano, y de Warner, el canal de cable que la emitirá acá– y que ya se conoce como Batman sin Batman.
¿Arranca otro día soleado en Ciudad Gótica?, como nos introducía el gracioso narrador en off de la inoxidable serie de los años ’60 para justo después mostrarnos cómo, bajo ese mismo sol, florecían toda clase de coloridos villanos. No, para nada, sino que promedia otra noche de calles bulliciosas y atestadas de tránsito y gente, humeante y peligrosa, con el tono apropiadamente dark que los films de Tim Burton tomaron de la historieta –no tanto el impulso “realista” que intentó imprimirle después Christopher Nolan–, y a unos pocos minutos de empezar el primer episodio de Gotham ya vimos a Selina Kyle punguear una billetera y una botella de leche para alimentar a unos gatitos callejeros; y la escena de origen probablemente más veces filmada de la cultura popular contemporánea: el asalto seguido de asesinato del millonario filántropo más famoso de la ciudad y de su esposa, en un callejón sucio y semiiluminado, sábado a la noche a la salida del teatro, delante de los ojos del joven hijo del matrimonio. La atractiva Miss Kyle es, ya lo saben a esta altura hasta los que no leyeron una historieta en su vida, la acrobática chica que habrá de convertirse en Gatúbela. El chico que acaba de presenciar traumáticamente la muerte de sus padres es por supuesto Bruce Wayne, o Bruno Díaz, según uno le diga Gotham o Gótica a esa comuna de ratas de desagüe.
La operación que hace Gotham no es estrictamente una relectura ni tan novedosa: mientras que todas las reseñas estadounidenses la vienen comparando con Marvel’s Agents of SHIELD (que vendría a ser Los Vengadores sin Los Vengadores, la contraparte burocrática de las aventuras del Capitán América, Iron Man y compañía), también es cierto que se cruza con varias tendencias que en la última década y pico se vienen reproduciendo como un virus. Principalmente la de las precuelas, contar el “mito de origen”, y en eso Gotham reconoce otro antecedente exitoso, que duró diez años en pantalla: Smallville (o Superman sin Superman), abocado a contar la adolescencia del último hijo de Krypton en el pueblito a lo Kansas en el que fue criado por los Kent. Entre precuelas, secuelas y “reinicios” (reboots) cada vez más seguidos, se vuelve a contar una y otra vez la misma historia con ligeras variaciones, agregando capas, adosándoles progresivamente una psicología a los antes herméticos, infalibles e invulnerables paladines de la justicia, varias contradicciones, y un dejo de locura –condición esencial para creernos a estos tipos que salen a correr en calzas por las noches–; en fin, algo de humanidad. Alguien lo hizo, si no primero, con más fuerza: la legendaria historieta Batman: Año Uno, que publicaron a mediados de los ’80 el guionista Frank Miller y el dibujante David Mazzucchelli, y que seguía los primeros tiempos de Wayne como el justiciero alado y a un joven Gordon (alias el Comisionado Fierro de Ciudad Gótica) intentando limpiar a las totalmente corrompidas fuerzas de la ley, “desde adentro”.
La primera temporada de Gotham consta de dieciséis episodios, basados en una idea central trabajada por el showrunner Bruno Heller, el de la serie épica Roma, y el director Danny Cannon (alguna vez responsable de películas bastante malas como El juez, más recientemente curtido en eficientes ficciones televisivas como CSI), que consiste en correr del foco al aún pequeño Master Wayne para concentrarse en Gordon y los capomafias de la ciudad, principalmente Carmine Falcone (un personaje clásico de la historieta, recuperado antes por Nolan; el que acá dice aquello de “no hay crimen organizado sin ley ni orden”); es decir, profundizar la línea de realismo sucio al que fue tendiendo la saga Batman con los años, y terminar de convertirla en un thriller criminal. Otra serie de canas y asesinos, donde la línea que separa a unos de otros está bien borroneada.
Y si Ciudad Gótica fue tradicionalmente la Chicago de los ’30 y los ’40, Gotham es la Nueva York de los ’70 y primeros ’80, dicen Heller y Cannon: “Cuando nos juntamos con Bruno –dice el segundo– yo acababa de volver a ver Sérpico y tenía en mente Contacto en Francia, y Los guerreros y nos dijimos: Gotham para nosotros es esa Nueva York, si no hubiera sido ‘limpiada’, ‘gentrificada’, si no hubiera habido Koch, ni Giuliani, si hubiera seguido su espiral descendente de 1979. No importa que haya celulares o que los autos sean nuevos o viejos, ése sigue siendo el mundo en el que ambientamos el programa.”
La otra clave del programa es puro cachivache para fans: ofrecer permanentemente pistas sobre los orígenes de bativillanos clásicos, y ahí están, además de Selina Kyle (Camren Bicondova), Edward Nygma (alias El Acertijo: Cody Michael Smith), Oswald Cobblepot (Robin Taylor: en el futuro, El Pingüino) y la Hiedra Venenosa, y algunos otros secundarios. Están Fierro/Gordon (el texano Ben McKenzie), el detective Harvey Bullock (Donal Logue), está Alfred (Sean Pertwee), pero, de vuelta, ni Batman, ni Robin.
Ni el ¡Pow! ¡Crack! ¡Bifff! de los ’60. No, esto es esa otra cosa que empezó en los ’80 de los Reaganomics. Arranca otro día sombrío en Ciudad Gótica.
Gotham va los lunes a las 21, por Warner Channel.
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