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Domingo, 16 de noviembre de 2014

RELATO CON FONDO DE AGUA

FOTOGRAFIA Entre 2011 y 2013, Martín Estol fotografió escenarios y territorios a la vera del Río de la Plata, en Berazategui, Hudson, Punta Lara, Ensenada y Berisso. Y aunque aparece sólo en una fotografía, la muestra se llama Río: es que su presencia reverbera en las costas, en la naturaleza que parece consumirlo todo y en la presencia de la gente que acompaña con recreos sindicales, autos y juguetes que yacen abandonados después de las crecidas.

 Por Angel Berlanga

No, no, en el laburo no hay gente. Hay vestigios. Las personas no aparecen ni siquiera a lo lejos. Me da la sensación de que yo siempre saqué estas fotos, pero esta vez fue algo adrede, sosteniéndolo en el tiempo. La ausencia de gente implica como un silencio; por el contrario, su presencia imprimiría algo de ruido, algo temporal. Y en esto es como si no pasara el tiempo, por más que muta continuamente: es otro el tiempo, no es el de la gente. La gente está por lo que pasó, por lo que dejó, lo que tiró, o perdió, y en función de todo eso, es como si la naturaleza dijera: “Vos hacete tu plancito, tu historia: yo sigo creciendo. ¿Me cortás por acá? Ya voy a volver”. Es esa cosa, inexorable. Capaz que eso es el tiempo, el paso real del tiempo, y nosotros somos... como burbujitas. De todas formas, no hay fotos en las que esté la naturaleza sólo como una referencia a la flora o la fauna, siempre hay alguna marca del hombre.

Martín Estol tomó las fotografías que componen Río entre 2011 y 2013: Berazategui, Hudson, Punta Lara, Ensenada y Berisso son sus escenarios, territorios a la vera del Río de la Plata, que aparece sólo en una de las imágenes, un viejo desagüe de hormigón que se le inyecta, unos pájaros que sobrevuelan su línea recta, y en medio la línea del horizonte. Había una pasta sospechosa en la orilla y el líquido que se vertía olía muy mal, apunta Estol en la Sala Lugones, ante su muestra: algo de eso atrajo a las aves, dice. La serie de imágenes conducen a pensar en zozobras, derrumbes, abandonos, gestas de calibres quizá modestos que han fracasado. Una naturaleza machacada que pugna por recomponerse ante lo que aparenta una tregua, una retirada parcial de la mano humana. Caballos blancos: la historia y la mitología los tienen en papeles protagónicos y aquí aparece también un par, uno que va hacia una arboleda y hace pensar en un percherón, otro que viene desde un bosquecito, a orillas de un canal. Andan al paso, los caballos, y quizá pueda pensárselos a la par de las carrocerías de autos destrozados que aparecen en otras dos fotos, uno panza arriba en medio de un llano, otro invadido por cañaverales.

Alguna vez había ido con amigos, paseando, para conocer cómo era Punta Lara, Isla Santiago, para ver los barcos que están ahí, como confiscados. Yo venía de hacer fotos con mi familia, con mi mujer y mis hijos, y quería hacer algo afuera, en la calle. Empecé a caminar medio en espiral, alejándome de mi casa en Villa Pueyrredón: fui por San Martín, Martelli, llegué al dique Luján, y ahí me gustó el paisaje del río, así que me dije “bueno, volvamos a Punta Lara, a ver cómo es con cámara”. Ahora está algo más rescatado, pero tenés un recreo sindical bien y catorce que están perdidos, comidos por el río. La costanera, los bares: pensé en hacerlo en un par de días y estuve un par de años. Me fui alejando hacia Ensenada, por cada caminito que llevaba al río; llegué hasta La Balandra, que es la última playa de Berisso. Lo que me fascinó es la naturaleza del lugar. Bah, las dos cosas: son sitios preciosos, en invierno con los árboles sin hojas, en primavera con flores de todo tipo, y al mismo tiempo parece un lugar fabuloso para quemar el auto e ir a cobrar el seguro, o para tirar un cadáver. Para profugarse. La naturaleza se va morfando todo: el Chevrolet 400 estaba en una callecita muerta de Ensenada, y las cañas de a poco lo fueron tapando. Es raro: ¿por qué le puse “Río”, si sólo hay una foto en la que aparece? Después pensé que ese gran plano que es el río estaba en la costa pero en densidad; el infinito del río también parecía replicarse en los sitios y sitios que iban apareciendo, me iba metiendo por lugares y todo el tiempo aparecían cosas, un auto, o un juguete que por ahí trajo una crecida, una crecida que a la vez contribuye a que las raíces de un árbol empiecen a mezclarse con una losa que colapsó.

Veía el bote boca abajo, pero no conseguía dar con alguien como para meterse en el lugar. Hasta que un día vio por fin a un tipo que le contó que esa embarcación de madera, de unos doce metros de largo, que había pertenecido a su abuelo, era un bote salvavidas del Crucero Belgrano. De los originales, la tanda anterior que fue reemplazada por los de fibra, los que cargaba el barco cuando lo torpedearon durante la guerra de Malvinas. La premisa de Estol fue mandarse, avanzar donde empezaban a perderse las referencias. De a poco fue conociendo lugareños que le contaron de tiempos que pintaban prósperos: “Personajes fabulosos”, dice Estol, que le refieren, por ejemplo, de un parque de treinta mil hortensias, ideal fotografiarlas en noviembre, cuando están en flor. Por el contrario, casi todas las fotos que componen la muestra fueron tomadas en invierno, bien temprano por la mañana, cuando el sol todavía está bajo y casi no se ve actividad en estos sitios. A propósito: el trabajo de Estol dialoga con los textos que Juan Bautista Duizeide, navegante, escritor y conocedor de la zona, reunió en el libro Crónicas con fondo de agua.

Metiéndome y alejándome del río vi gente que estaba laburando ahí adentro. Así conocí a un grupo de cuatro o cinco que se meten en el monte y cortan palos para quinchos, leña, cañas para las quintas de tomates de la zona. Entre el año pasado y éste les saqué muchas fotos trabajando, y ahora estoy empezando con retratos. Y voy conociendo sus historias. La foto en la que están esos pontones en la orilla, que son unos barcos chatos, de muy poco calado –lo aprendí ahí– es como un vínculo con lo que estoy haciendo ahora; ahí adentro, entre esos árboles, está la casa de Patalín, que es uno de estos personajes: el sitio es medio un aguantadero de todos los que se pelean con la mujer y terminan parando ahí, escabiados la mitad del día. Sus historias son fabulosas, desde desopilantes hasta terribles, con todo lo que hay en el medio, y quiero empezar a documentar eso, a tener un registro sonoro, pero ya como más adrede, encontrarnos, tomar una birra y charlar. Antes iba pivoteando entre distintos grupos de gente, pero ahora me centré en éste, y eso fortalece la relación, respetan que haya un compromiso. Te ponés a charlar y se copan en contarte, porque les estás dando bola en serio, y no es que busque algo que llame la atención: voy a conocerlos. Un hombre de 70 años que labura ahí me contó que de chico la madre lo había dado junto a su hermana y que los llevaron a una casa en medio del campo, en Entre Ríos, y que los dejaban en un corral; él consiguió que ella escapara, pero a él lo ataban con alambre, y me mostraba las cicatrices. Con el tiempo se vino, se casó, armó su familia y tiene su laburo; me contaba de su evolución, y que siempre les decía a sus hijos: “Nunca den a sus hijos”. Una cosa que está fuera de mi realidad, ¿no? Yo nunca imaginé que un consejo válido para un hijo pudiera ser ése. Por más que uno sepa de la realidad, es distinto que alguien te lo diga: estás charlando con el tipo, tomando mate con el tipo. Entonces imagino que quizás algún audio podría complementarse bien con las imágenes. No sé, todavía: tengo ya muchísimas fotos con ellos, pero siento que es un trabajo que recién está empezando.

Estol nació en Buenos Aires, en 1973. Cuando voy a hacer fotos como algo premeditado, automáticamente agarro la cámara y el rollo blanco y negro, dice, y que no sabe cuánto tiempo podrá sostener esta forma de trabajo, porque se va complicando. Dice que Adriana Lestido lo influenció mucho y que es muy fuerte su presencia y su función de maestra; que con Filiberto Mugnani se impregnó de la idea de no claudicar con el trabajo; que muchas fotografías de Juan Travnik son referencias para él. Sally Mann: el trabajo de esta fotógrafa estadounidense sobre su familia fue lo primero de afuera que le partió la cabeza; también destaca, Estol, a los japoneses Shomei Tomatsu y Daido Moriyama.

Hay algunas cosas que necesito ver y mi forma de verlas es fotografiarlas. El proceso implica estar ahí, en el lugar que quiero ver: si en ese lugar hace frío, tenés que pasar frío, y si es un bajón, será un bajón. Lo que hace que te expongas de la fotografía es lo que me interesa. También es una herramienta para ver: hasta que no termino de copiar las fotos, e incluso después, no termino de ver; hacés la foto, revelás, copiás, y en realidad por ahí charlando con vos empiezo a ver qué era lo que estaba mirando. A la vez tiene lo de esa mentira y esa verdad de la realidad, ese juego, trampa, engaño de que si lo fotografiaste, lo viste, estaba, entonces es verdad, pero a la vez es mentira, porque esto, por ejemplo, es blanco y negro, y lo retratado tenía colores. Lo fascinante de la fotografía es que arrastra ese lastre y es un trampolín, la supuesta veracidad y su fantasía al mismo tiempo. No interesa tanto si es verdad o no: lo interesante está en el medio ese, en la pregunta, en la posibilidad, el ser potencial. Como el rollo: lo latente.

Río
Martín Estol
Sala Leopoldo Lugones
Biblioteca Nacional, Agüero 2502
Hasta el 14 de diciembre

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