Dom 03.03.2002
radar

PERFORMANCES

El camino de toda carne

El Emir está de vuelta: todos los martes, en las Cenas lacanianas de Cemento, Omar Chaban sirve chorizos gratis mientras azuza a la gente para que suelte su monólogo al mejor estilo platónico, y el último miércoles de cada mes preside Clásico amoral nudista, un espectáculo donde el público debe estar desnudo mientras los actores permanecen vestidos. Radar asistió a ambos espectáculos y le transmite lo que se puede transmitir de ambas experiencias.

Por María Moreno
Omar Chaban está poniendo toda la carne en Cemento. Los martes sirve asado gratis con la consigna Cenas lacanianas y el último miércoles de cada mes preside Clásico amoral nudista, un espectáculo donde el público debe estar desnudo mientras los actores permanecen vestidos. Si Cocteau viviera. Chaban dice que muchos de los que comen los martes se desnudan los miércoles. Lo cierto es que las Cenas lacanianas son dirigidas por él con la ansiedad de una animadora de fiestas para solos y solas. Es que los comensales, olvidados de la tradición platónica del banquete con oratoria, se niegan a subirse a las mesas y pronunciar monólogos. Cuando lo hacen, es a regañadientes y con un malhumor dispéptico. Entonces es Chaban el que se sube a una de las mesas para denunciar a Teatro Abierto o declararse pro-Duhalde. Pero por lo general nadie cede a las provocaciones. El terrorismo ya no es lo que era. Y Chaban termina repartiendo pedazos de melón milimetrados como muestras gratis.
Entre los que el martes pasado comieron y el miércoles no, había pocos nudistas vírgenes, en el sentido de desnudarse en público. El cutis verdoso (el color que da el abuso de la lecitina de soja, la granola y el gomacio tostado) delataba a ex activistas del Flower Power atrincherados en San Marcos Sierra, terapistas corporales para las que desvestirse es una bicoca, nudistas porteños que se despojan ritualmente de su indumentaria en clubes donde el aburrimiento es tan denso como en los clubes ingleses para caballeros. La cronista, aunque siempre se tengan veinte años en un rincón de la celulitis, sólo se animó a ir a una de las cenas. Cuando los comensales se esforzaban con los cubiertos de plástico sobre el vacío que chorreaba o rebanaban al medio un chorizo sobre una bandejita de cartón, se podía advertir que comían artísticamente, aunque el hacinamiento y la equidad de las porciones imitara el estilo de un kibbutz o de los comedores de las fábricas del siglo XlX. No había ningún exceso rabelesiano en esos comensales que habían aceptado la división de tareas indicada por la puesta en escena: hoy se come, mañana se hace nudismo. Con lo lindo que sería haberlos visto desnudos y sin cubiertos, dejando resbalar un camino de grasa entre el cuello y el ombligo, tal vez secándose las manos en el vello del pubis que es tan absorbente y queda tan a tiro. En realidad, muy pocos de los que al día siguiente iban a poner la carne saqueaban las bandejas de zuchinis, morrones y cebollas grillados. La oferta a gritos que Chaban hacía a cada rato de milanesas de soja delataba su pasado jipón difuminado en el terrorismo punk que practicó en los 80.
Tengo una frase buenísima: “Si te pusiste en bolas no es para comer”.
–La vez pasada te la perdiste. Había como diez periodistas. No querían desnudarse, así que le pedí permiso a la gente para que pasaran vestidos pero todos me dijeron que no. Los querían desnudos. Mirá lo que es el morbo de los periodistas de los superpoderes: querían ver, sacar fotos pero no desnudarse. Así que se quedaron de este lado del show: yo les puse una madera en el medio hasta que se fueron. Los terminé echando porque había una mina chonga que se desvistió y se tocaba tipo televisión, de última. Entonces yo me broté. Porque era un asco.
¿A las Cenas lacanianas viene gente con hambre? Por ejemplo, los que viven en la calle.
–No. Viene de todo, muchos amigos, en algún momento voy a hacer un filtro. Parejas entran gratis, solos no. Así elimino la agresión. Porque con mucho tipo suelto seguro que viene bardo. Ahora estoy tratando de simplificar: en vez de asado, chorizos. A mí no me gusta que me inviten para comer empanadas. ¿Te acordás de la época pecé? Un asco. (Asco es la palabra que más insiste en el lenguaje del Emir. La utiliza para los genitales de ambos sexos, para la patria cacerolera, para la argentinidad misma.) Pero se trata de dar comida barata. Entonces voy a dar todo chorizo. Aunque el chorizo tampoco me gusta. (Pasa una chica y dice al pasar: “¿Que el chorizo no te gusta? Mentira”.)
Desnudez se asocia a pureza, a Edén, a John y Yoko...
–No, yo no quiero eso. Nada estético, sino primitivo y bruto. Y en onda política brechtiana. En contra de esta idealización de los cuerpos inflados y operados. Me llamó Hanglin y yo le dije esto y no me dio bola, porque de alguna manera él idealiza la desnudez. El chiste fue siempre que hubiera actores en bolas, desde el Living Theatre hasta La lección de anatomía, ese bochorno. Acá, el chiste es que los actores estén vestidos y el público desnudo. Y esto no tiene historia: no hay referencia de público nudista de teatro. Parece una boludez pero lo que pasa es que el teatro es reaccionario. ¿Te imaginás esto en el Colón o en el San Martín?
¿Con el desnudo hay más o menos levante? ¿Qué pasa cuando te conocés ya en bolas?
–Te voy a dar un ejemplo de lo que es la sexualidad: yo te toco el culo y eso es un estigma. “¡Le tocó el culo!” Y en realidad toqué un pedazo de jean. Pero por un gesto así la gente puede matar.
No hay necesariamente relación entre desnudez y sexualidad.
–Yo estuve una hora haciéndome la paja en un escenario y no se me paró la pija. Cuando estás en bolas, a los dos minutos se borra la sexualidad y estás con el horror del cuerpo desgarbado y sin la constelación de otra cosa. Primero te ponés en una semioscuridad: ¿sos lindo o no sos lindo? ¿Te ven o no te ven? Después ya no te importa tanto.
Tantos penes bajos a coro...
–Exactamente. Además, un cuerpo desnudo es feo. Si no le coagulás algo más, es como nada. La primera vez que hicimos el Clásico amoral pensábamos que estábamos viviendo un momento histórico. Primero puse música tecno y después música tipo mozartiana, pero se cerraron sobre esa gestualidad clasicona medio kitsch. Entonces hice una onda grasa de círculo, de ronda, tipo cósmico. Era una mentira bucólica.
Si se las separa del erotismo, entonces son noches “blancas”.
–No coge nadie. Después debe haber una sexualidad oscura, sucia: vas a un departamentito de mierda, hacés que cogés, sentís el horror de que caíste sobre ese cuerpo y después salís y tenés al otro llamando por teléfono. Además, la palabra erótico no me gusta. Prefiero obsceno. Cuando el público está en bolas habría que ver la lógica de la representación. Porque el público representa sobre un vacío: no está actuando sobre ese cuerpo.
No entiendo nada.
–Te lo doy por otro lado. ¿Cuántos espectáculos viste con actores desnudos?
No me acuerdo.
–Y fijate que lo que no hacen, en ninguno, es tocarse los huevos. Ni la pija está parada.
Tampoco hacen caca.
–Exacto. Es un cuerpo de teatro, esa mentira estúpida. Cuando yo actúo actúo sobre mi cuerpo: me toco los huevos, los comparo, los mido. La idea de pija grande, pija chica, lindas tetas, puede andar rondando por ahí hasta que desaparece. Porque el espectador empieza a ser actor. Y cuando se empiezan a borrar los límites, el sexo empieza a no ser importante. Estoy harto de esa mentira. La chupada de pija de Clinton es un acto banal, estúpido. Tomado en perspectiva tiene una dimensión idiota. Cogés con la mina más hermosa de Buenos Aires y al año ya no te importa un carajo. Después de un tiempo no les das importancia a las cosas que socialmente te marcan lo que tenés que hacer: que se te tiene que parar la pija, que una teta o una concha te tienen que volver loco. Las conchas me dan asco. Son un asquete social y todos los tipos les tienen miedo.
(Una chica sentada al lado del Emir piensa que ésa es una idea que merece ser redondeada.)
–Es tan fea... Yo me la miraba el otro día y me decía ¿cómo puede ser? La pija no se puede decir que sea bella, pero tiene esa cosa escultural, es como una fuerza, ¿viste? Pero la concha, con todas esas carnes malformadas, llenas de pliegues irregulares. ¿Cómo puede ser que acá se usen esos pantalones que te la marcan? Porque el pantalón que te marca los labios de la concha es made in Argentina...
–¿Y esa especie de estropajo (el Emir, nuevamente) donde está la pija? Te voy a contar lo que me dijo una mina la vez pasada. Yo me lavo los huevos después de coger. Por los hongos. Y la tenía mojada y ella me la agarró y me dijo: “Parece de goma”. Me pareció genial. Visualizar esta dimensión del horror de la desnudez va contra la versión social de la idealización del cuerpo que los medios han sacralizado. Foucault decía que cómo podía ser que el grado de verdad del pensamiento del siglo XIX al XX implicara pensar en el sexo nada más. Está bien, de vez en cuando me da obseshon pero igual. ¿Cuándo era que se reunía Freud con los de la Asociación Psicoanalítica?
Los miércoles.
–¿Y Lacan ?
Los jueves.
–Bueno, nosotros nos reunimos los martes. Y como Lacan, que implica toda una época, está desactualizado, me pareció divertido lo de cenas lacanianas. Y para anteponer al clima de tensión social, era bueno esto de la amenidad. Hay un librito por ahí que se llama Política de la amistad de Derrida. Y Foucault, en la última época, también habló de la amistad, empezando por la de los griegos y romanos.
Y usted asoció con El Banquete.
–Y después me enganché con la idea del rostro de Levinas y me di cuenta de que en un país miserable lo único que queda es el contacto cara a cara. Vas a un bar y hay música. Vas a un restaurante y hay música. Vas a un súper y hay música. Acá no pongo música mientras la gente come. Lo ameno es cuando no hay sobreexigencia. Vos podés estar aburrido o participando de la situación. No es como los de la mesa diez, con divertidos-divertidos que imponen de alguna manera lo que hay que hablar. La gente lo toma como una acción política. Y yo también. Pero para mí éste es un momento para no ser nada argentinos. Odio ser argentino.
¿O sea que esto vendría a ser un cacerolazo a ser argentinos?
–Tengo unas frase buenísima: “Trola trola cacerola”. Y otra: “El cacerolazo está frito”. El cacerolazo es una traición porque implicó una locura de aumentos. Yo estoy muy angustiado porque una lata de pintura que salía $22, ahora sale como sesenta. Y una lamparita de luz, $36. ¡Y yo necesito cuarenta! Entonces ahora soy pro-Duhalde. Una cosa es que este gobierno no te guste y otra cosa es hacer todo en contra: ésa es la mierda de la cabeza de los argentinos.
¿Entonces por qué sirve asado?
–Voy a servir pizza, mejor. Pero las cenas van a seguir siendo lacanianas porque con ellas se repudia a la cacerola. Que, como todo el mundo sabe, es el alias del sexo femenino. Y el Clásico amoral nudista muestra literalmente lo que Lacan decía, en un sentido complejo o al menos enigmático: que no hay relación sexual.

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