PERSONAJES
Debutó en “Festilindo” a los cinco años. Desde entonces sólo paró a los 19, para operarse las tetas y dejar de ser La Pechocha. No sólo perdió volumen pectoral con esa decisión, también ganó confianza: desde los 23 años Florencia Peña produce sus
propios espectáculos. Y puede hacer TV con Francella mientras prepara una versión teatral de Alicia en el País de las Maravillas (que piensa estrenar en abril), llena la sala con El Romance del Romeo y la Julieta y sigue emperrada en demostrar que no hace falta tener tetas o ser fea para hacer humor en la Argentina.
LA
MUTILACION IMPACTANTE
Florencia
tiene 27 años y hace 22 que trabaja. Pero descarta cualquier insinuación
acerca de presiones familiares por crear una niña-estrella: Yo
le rompía las pelotas soberanamente a mi mamá con que quería
entrar en Festilindo. Así que un día fuimos al casting
y, cuando me tocó el número ochocientos y pico, ella trataba de
explicarme que iba a ser muy difícil entrar, todo ese tipo de cosas para
evitarme una decepción. Pero quedé: canté una canción
que ni me acuerdo, salvo que se llamaba Viva la vida. Y desde entonces
no paré de laburar. Hubo un momento en que sí paró,
sin embargo. Fue cuando cometió otra locura y decidió reducir
el tamaño de sus tetas. Tenía diecinueve, acababa de terminar
Son de Diez, la telecomedia con Satur y Montanari que lograba casi
40 puntos de rating y que le generó el apodo de la Pechocha.
Cuando el programa terminó, su futuro era incierto: le ofrecieron hacer
revista, posar desnuda para Playboy, pero casi nada que tuviera que ver con
la actuación. Su imagen era la de una bomba sexy medio concheta, medio
tonta. Una imagen muy lejana a la de Florencia Peña hoy, productora de
espectáculos, hablando con seguridad de formar elencos y calculando inversiones.
Incluso físicamente la muchacha es menos exuberante de lo que sugiere
la memoria popular. El adjetivo que más le cuadra es menuda. Con redondeces
pero decididamente menuda.
¿Sirvió operarse?
Es muy fuerte sacarse algo, la mutilación es muy impactante. Y
encima sacarme tetas, que era como lo más llamativo en mí. Fue
genial porque no expliqué demasiado, salvo que no podía hacerme
cargo de eso, de lo que la naturaleza me había dado. No quería
tener que luchar el triple porque mis tetas siempre iban delante, en el sentido
figurado y literal. Acá no tenemos mentalidad para aceptar a alguien
como Sofía Loren. No entendemos que una mina tetona puede ser genial,
o al menos talentosa. En Argentina las mujeres que ganan premios no tienen tetas:
es así. Recién ahora se mezcla un poco lo fashion, y se aceptan
un poco más otros parámetros: en el terreno de la belleza y el
del talento. Lo que yo sé es que la hubierapasado mal si me quedaba con
esas tetas. Y no quería pasarla mal. Pero la gente creía que había
enloquecido. Yo era La Pechocha, ¿sabés qué raro, qué
horrible es tener un apodo por tus tetas? Ahora me cago de risa pero en ese
momento la pasaba pésimo.
Después de operarte, elegiste varios papeles de fea. En la telenovela
De corazón, por ejemplo, que era casi una anticipación
de Betty, la Fea.
Eso tuvo que ver con una necesidad imperiosa de salirme de mi imagen anterior.
Además estaba gorda y fea de verdad en ese momento. Mi personaje se llamaba
Rita, una mucama que se enamoraba del lindo de la novela (Martín Karpan)
y él le daba bola justamente porque era fea. Fue la primera vez que me
conecté con mi actriz, porque no había nada adelante. ¿Viste
lo que pasa con la gente que se hizo muchas cirugías estéticas:
que no podés parar de mirarle los labios y los pómulos y calcular
la cantidad de colágeno que tiene? Bueno, acá pasaba exactamente
al revés.
¿Por qué empezaste a producir?
Mi actividad empresaria empezó por una necesidad de generar cosas
que yo tuviera ganas de hacer. Porque estaba pasando por un momento donde a
nadie se le ocurría verme a mí en determinados papeles. Nadie
me llamaba. Entonces tuve que salir a buscar. Lo primero que hice fue una obra
para chicos, Cenicienta, con la que rompí el hielo y me fue bien: pude
pasar de actriz a generadora. Hay un abismo entre una cosa y otra y da mucho
miedo saltarlo: miedo al fracaso, a no encontrar lo que una busca. Después
me animé con una serie para TV de historias cotidianas estilo tiempofinal.
Hicimos un piloto que produje yo, con Jorge Marrale, Hugo Arana, Georgina Barbarrosa.
Nunca salió, pero para mí fue una buena manera de seguir, de aprender
y al mismo tiempo lograr que la gente del medio confiara en mí y me conociera.
Después produje Blancanieves, y más tarde Shakespiriando, un espectáculo
en Punta del Este que no pudimos traer a Argentina porque me peleé con
mis socios. Y después armé, con amigos, El Gran Lebowski,
en Palermo, que fue un proyecto teatral con una cocina, para poder desde el
restaurant soportar la estructura teatral. Tuvimos que cerrar el teatro por
problemas con vecinos y dejó de tener sentido. Pero tengo muy claro que
algún día voy a tener un espacio teatral mío. Si pude con
El Gran Lebowski que fue una mole de dos años de trabajo
intenso, sin un peso, sé que tarde o temprano voy a poder tener mi teatro.
¿Costó mucho que el medio te tomara en serio?
Muchísimo. Es casi lógico: cuando empecé a producir
tenía 23 años. Cuando comenzó Son de Diez tenía
16. Pasé mi adolescencia en la televisión, y fue fatal porque
se me fue de las manos. Crecer delante de las cámaras es difícil:
la gente conoce tus procesos. Yo no arranqué a los veintipico, ya formada.
Me fui haciendo a prueba y error. Y viste que uno es todo: frívolo, intelectual,
profundo y superficial... Bueno, sin darme cuenta, yo dejé poner la lupa
en mi parte estética, que era una ampliación de una pequeña
parte mía. Pero hubo un tiempo en que sentía que yo sólo
era eso. Tuve una crisis muy fuerte, me costó muchos años revertir
eso. Había una mirada desde el afuera y desde mis pares muy crítica.
La primera vez que quise producir tenía diecinueve años y nadie
me daba bola, salvo algunos amigos y gente que creyó en mí. Así
fui creciendo y haciendo. Aprendí algunas cosas y cometí errores
que no voy a repetir. Pero ahora puedo convocar. Y, al revés, también:
me llaman para ofrecerme cosas que antes jamás me hubieran propuesto.
EL
INESTABLE EQUILIBRIO
Florencia
Peña tiene capacidad para combinar su trabajo en teatro, como productora
y actriz (entre las obras en las que actuó en los últimos años
figuran Grease y Desangradas en glamour, la fallida producción cool
de Palito Ortega) con trabajo en televisión. En los dos casos la dinámica
es la misma: participa de proyectos que fracasan, como Chabonas
(un programa humorístico de mujeres por América que duró
poco, merced a ratings bajísimos) con trabajos muy populares, como el
de la jefa de Ponéa Francella (en un sketch que era casi
un homenaje al de Alberto Olmedo con Susana Romero en No toca botón).
¿Cuál es tu criterio para elegir los proyectos de TV?
Yo sé en qué trabajos voy a ganar plata y en cuáles
no. Mi criterio para elegir es el siguiente: no me quiero perder cosas. Si sos
una actriz popular, y te convocan desde Telefé, podés perderte
la cocina de las cosas: como dejar de hacer teatro gratis, con amigos que no
son conocidos, dejás de encarar laburos en los que no vas a ganar un
mango pero te gustan y le das para adelante. Yo eso no me lo quiero perder.
Nunca podría ser protagonista de una telenovela: no lo sabría
hacer y me quitaría energía para otras cosas. Quiero que la tele
me lleve poco tiempo, para tener espacio para otras cosas. La tele me parece
un lugar interesante, pero sólo en la medida en que mi actriz se complete
por otro lugar. La realidad, además, es que no hay proyectos que me muera
por hacer. Lo único que en este momento me gusta es un piloto de una
miniserie con Lito Cruz y Alicia Bruzzo que, parece, estaría por salir.
Es de Paco Hase, no voy a ganar un peso porque no es para nada comercial, pero
voy a hacerla igual.
¿Cómo fue trabajar con Francella?
El año pasado la pasé bomba y me parece que fue una tecla
que estuvo bien. Pero también porque estuve haciendo otras cosas a la
par. Entonces me relajé y pude disfrutar trabajando con Francella porque
no corría tanto riesgo de que la tele me llenara de clichés o
de mediocridad. Con Chabonas la experiencia fue muy diferente. Es
frustrante cuando fracasás en tele. Pero empezás a entender por
dónde pasa el negocio. Lo que pasa es que en la tele está todo
confundido. Tenés la farándula, tenés la gente que hace
los programas de chimentos y tenés los artistas. Y todos terminamos jugando
en la misma cancha porque hay que estar, pareciera que hay que transar con ciertas
cosas. Pero a mí me da mucha bronca. Cuando estrenamos El Romance del
Romeo y la Julieta, las dos primeras semanas, la tele sólo se preocupaba
de la Ayos y la Pradón. Y yo me preguntaba: ¿Cómo puede
ser que, en medio de esta crisis, donde necesitamos volver a conectarnos con
lo que somos y donde la cultura necesita tener un espacio fundamental, los medios
estén con esto? En vez de dar una mano a muchos de los que estamos tratando
de hacer... El talento deja de tener un espacio, y gana lo trivial. Por eso,
si no tenés rating, no podés estar en la tele, porque acá
no hay un equilibrio. Los norteamericanos pueden tener una tele pedorra y otra
genial, pueden tener HBO o programas como Sex and the city y una
telenovela como General Hospital que hace veinte años que
está en el aire y es una mierda. Pero acá no hay equilibrio.
Pero a veces estarás obligada a hacer proyectos que no te gustan.
Entro en crisis con eso. Sería muy infeliz teniendo otro camino.
Uno siempre elige: antes de operarme podría haber sido vedette, explotar
mi cuerpo, cualquier cosa. Tengo el recuerdo de no haberlo hecho porque sentía
una contradicción. Cuando uno se pone como objetivo, por ejemplo, ser
protagonista de telenovela, y no tenés la necesidad de hacer un San Martín,
el camino es más llano. Pero cuando te ofrecen treinta lucas para hacer
una telenovela y empieza tu contradicción de si hacerla y ahorrar para
poder hacer teatro, todo se complica. Es difícil balancear hasta dónde
se transa. En mi caso, pasa el tiempo y cada vez me siento peor haciendo cosas
que no me gustan. Ahora se acaba de estrenar una película que se llama
¿Y dónde está el bebé? que hicimos con Roberto Carnaghi
hace dos años. Cuando la hicimos nos dimos cuenta de que el libro no
era bueno, pero le propusimos al director unas improvisaciones, el director
aceptó y bueno, la hicimos igual. Pero quedó horrible. Cuando
la vi quería morir: me estuve cuidando todo este tiempo y cometí
ese error garrafal, pura y exclusivamente por lo que me pagaron en ese momento.
¿Con las notas a los medios es igual?
Ganás y perdés todo el tiempo. Si elegís un perfil
bajo y no hablar de tus relaciones, está buenísimo. Pero los demás
pierden el interés en vos, y por consiguiente todo se hace difícil.
Es obvio que lo que yo hago nointeresa tanto como lo que hace Mónica
Ayos, y no tiene nada que ver con el talento. Tiene que ver con cómo
estás ubicado en los medios. Hay gente que trabaja de famosa. Les preguntás:
¿Qué estás haciendo? Y te dicen: Notas.
Cada cual es feliz con el camino que elige, pero yo me enfermo cuando estoy
a disgusto, la paso pésimo. Hay que tratar de combinar la guita que se
necesita para comer y vivir con el trabajo. Uno puede vivir con diez lucas o
quinientos pesos. Yo viví sin nada y con mucho.
En este momento, tus trabajos se inclinan en general hacia la comedia blanca.
Eso es circunstancial. Me gusta, sí, el humor en la mujer. Me parece
un espacio al que no todas las mujeres se atreven. Y hay que hacerlo, porque
el humor tiene que ver con la inteligencia. Reniego del prejuicio que dice que
las mujeres que hacen humor deben ser feas. No es así: tienen que existir
Goldie Hawn y también Carol Burnett. Ese lugar me interesa: soy muy egocéntrica,
y me gusta hacer lo que pocas hacen. Admiro a actrices como la Bruzzo o Alejandra
Flechner. En realidad, me gustan las actrices con concha.
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