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Domingo, 23 de noviembre de 2003

MúSICA

Habrá una noche feliz

A los siete años oía a su hermano Luis ensayar con Ave Rock en su casa de Caseros. Languidecían los ‘80 cuando cantó con Batato Barea en Babilonia. Pero recién se mudó al tango cuando escuchó a Luis Cardei. Reconocida como una de las mejores voces femeninas del género, Lidia Borda presenta ahora su segundo disco, Tal vez será su voz, que vuelve al clasicismo de los años ‘40.

Por Martín Pérez
Uno de los orgullos de la carrera internacional de Lidia Borda es haber participado, el año pasado, de la inauguración de la mítica Biblioteca de Alejandría. Fue su último viaje al exterior; después decidió quedarse en su casa de Boedo “a esperar el nacimiento de mi segunda hija”, como explica, ahora, sin apartar los ojos del cochecito donde duerme Irene, su beba, de apenas dos meses. “Había casi un cantante por continente”, recuerda Lidia, que compartió escenario con diversos músicos árabes y africanos y también con Sinead O’Connor, que interpretó a capella una canción basada en una oración de San Francisco de Asís. “El problema fue que el tema de la ceremonia de inauguración era la paz y el amor universal, y yo no sabía cómo explicarles a los organizadores que encontrar un tango con esa temática era bastante difícil, por no decir imposible”, se ríe Lidia, que confiesa haber pensado que tenía un candidato seguro si los valores hubiesen sido totalmente opuestos. Ese candidato era, obviamente, “Cambalache”.
Ese día Lidia terminó cantando “Será una noche”, un tango del ‘36 que arranca diciendo al menos eso de que “yo sé que habrá una noche feliz en mi existencia”. Una frase –y un tango– que se le escucha cantar en su flamante segundo álbum, Tal vez será su voz, un trabajo en el que su voz está acompañada por el piano de Diego Schissi y la orquesta El Arranque. “Es un disco de claroscuros”, asegura la cantante: un disco de aliento clásico dentro del género, en el que la intimidad de los tangos, interpretados sólo con piano, contrasta con la intensidad del acompañamiento orquestal. Un paso más en la particular incursión de Lidia Borda dentro del universo tanguero, camino que comenzó a recorrer recién desde hace unos ocho años, cuando dejó de ver en el género la mera postal de lentejuelas y peluquines que dejó en su generación la impronta de “Grandes Valores del Tango”. Y todo gracias a dos descubrimientos: primero, Rodolfo Mederos; después –aunque con la misma importancia–, Luis Cardei.

LA VERGÜENZA DEL AMOR
Antes de volcarse al tango, cuando –en realidad– recién empezaba a actuar profesionalmente, Lidia Borda cuenta que llegó a cantar junto a Batato Barea. Sucedió a fines de los ‘80, mientras interpretaba en el mítico Babilonia No es falta de cariño, un espectáculo que enlazaba canciones de amor de géneros diversos. “Creo que por entonces había como una vergüencita de hacerse cargo que a uno le gustaban, no sé, los boleros”, dice Lidia, aludiendo a los rescates kitsch de la canción sentimental que imperaban en la época. Como no tenía banda propia, Lidia subía a cantar sola, sobre una pista en la que había grabado la música de los temas. A veces ni siquiera subía: aparecía sentada entre la gente, micrófono en mano. “Una noche Batato se me acercó y me dijo: ‘¿No te ofendés si yo hago algo mientras vos cantás?’. Y mientras yo cantaba baladas en inglés, Batato empezó a volcar una canasta de flores alrededor mío. ¡Toda una performance!”, remata entre risas.
Hermana menor del guitarrista Luis Borda, Lidia recuerda que Ave Rock ensayaba en su casa de Caseros cuando ella tenía 7 años. “A los seis años me acuerdo de que escuchaba los discos de Pink Floyd que ponía mi hermano Alejandro, los de Mikis Teodorakis que traía Luis, a Mercedes Sosa por mi mamá, y mucho pero mucho tango en la casa de mi viejo”. Estudiante de Bellas Artes antes de decidirse a cantar, la hija menor de los Borda comenzó estudiando música de cámara por imposición de su maestra de canto y terminó habitando Babilonia en las épocas de Dalila y los Cometa Brass y Urdapilleta y Tortonese. “Ahí me encontré con gente que veía la realidad cultural de otra manera”, confiesa ella, hasta entonces tan académica. A partir de ese espectáculo –que incluía canciones de Marisa Monte, Sandro y hasta B. B. King–, Lidia comenzó a cantar jazz en una banda que integraban Patán y Valentino, tocó con Luis Robinson y Ricardo Tapia antes de que empezaran con la Mississippi y también oyó que se estaba armandouna banda de mujeres que cantaban blues (las Blancanblús). “Pero en el rock, especialmente en el blues, había algo que no me cerraba. Me encantaba cantarlo, pero me fui dando cuenta de que había algo con lo que a fin de cuentas no me identificaba”. Fue después de armar Lidia Borda y Los Moyanos, un espectáculo en el que mezclaba tango con jazz y blues, cuando esa identificación tan buscada empezó a decantar hacia el lado más obvio.
“Empecé a armar un repertorio de tangos, pero me di cuenta de que mis acercamientos seguían siendo superficiales. Porque por un lado hay que poner el ojo en lo técnico, en lo que podés cantar, pero también hay que tener una búsqueda personal. Y ahí fue cuando conocí a Luis Cardei, que cantaba de una manera totalmente opuesta a lo que yo conocía del tango: en vez de desbocarse a los gritos con los tipos que cantaban tango en las cantinas –matones delante de una orquesta–, Luis tenía su voz pequeñita y una sensibilidad a toda prueba”, recuerda Lidia, que a partir de ahí empezó a profundizar en sus conocimientos tangueros, a escuchar a los primeros cantantes y a recorrer la historia del género que –según asegura– le hablaba de su propia historia. “Para mí el tango es más profundo y sencillo de lo que a veces se muestra: una cosa introspectiva, de una conexión más profunda con uno mismo, con el entorno y hasta la geografía. Claro que para muchos es más fácil ponerse un smoking o un vestido con tajo y salir a cantar”.
LA BUSQUEDA DE LO REAL
Para su primer disco, Entre sueños (1997), Lidia Borda rebuscó entre tangos perdidos de los años ‘20. Para este nuevo álbum, en cambio, el repertorio ya se instala en los años ‘40, con tangos de Manzi, Expósito y Julián Centeya, y revaloriza la interpretación más clásica del tango. Pero la obsesión de Lidia es no detenerse allí: “Todo este recorrido no tiene demasiado sentido si se queda en eso”, explica. “Esto es una búsqueda y va a tener un valor auténtico si algún día encuentro una estética propia”. Para eso, claro, también hacen falta tangos nuevos. “Hay nuevos compositores, pero me parece que todavía falta una mirada que incorpore la realidad. Los tangos de los últimos años han sido más paisajistas: no hablan tanto de todo lo que nos pasó en este tiempo”, dice Borda, y aclara que no se refiere a letras políticas. ¿Y si esas letras que le pide al tango estuvieran en el rock? Tal vez. Lidia confiesa sin la menor impostura que uno de los mejores cantantes de tango contemporáneos es Andrés Ciro, el vocalista de Los Piojos. “Pero no sé lo que está haciendo ahora”, se ataja. Lidia recuerda haber ido a ver a Los Piojos antes que naciese Manuel, su primer hijo, que ahora tiene 6 años. Y asegura que, después de presentar su disco en La Trastienda, retomará las giras por el exterior, algo que viene realizando sin parar desde 1999, incluso como parte del espectáculo Glorias Porteñas, pero que tenía postergado hasta el nacimiento de Irene. “La gente afuera no pide tanto; más bien recibe. Ahí está la diferencia”, asegura.

Lidia Borda presenta Tal vez será su voz
el jueves 27 a las 22 y el viernes 28
a las 23 en La Trastienda, Balcarce 460.

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