Domingo, 5 de julio de 2015 | Hoy
ENTREVISTA. AXEL KRYGIER
Hijo de inmigrantes cultos y bohemios, Axel Krygier fue al colegio con Diego Frenkel y Kevin Johansen y, a los dieciocho años, ya estaba componiendo música para El Clú del Claun en el Parakultural y subiéndose al escenario con Luca Prodan. Desde entonces no paró de hacer música, como parte de La Portuaria, y colaboraciones con Soda Stereo, además de trabajos para publicidad. Pero recién a los treinta años publicó su primer trabajo solista y definió su estilo inclasificable, ecléctico, con letras absurdas, llenas de inteligencia y humor. Ahora acaba de editar Hombre de piedra, su nuevo y notable disco de canciones impredecibles en el que tocan y colaboran, entre otros, Fernando Samalea, Sofía Viola, Juan Ravioli, Ezequiel Cutaia, María Ezquiaga o Daniel Melingo.
Por Juan Ignacio Babino
Los Krygier son de Polonia. Se casaron los abuelos, en el barco, en viaje, escapando de la guerra. Ioine –que aquí enseguida pasó a ser Juan– vendió estampitas, tuvo un bar en Paysandú, también compra y venta de oro. La rama materna tiene alguna raíz en Suiza y Rusia. De ahí vienen, entonces, los padres de Axel, que vivieron en el centro de Buenos Aires hasta que se mudaron a una casa a punto de demoler en Belgrano R.
Y en esa casa nació Axel en 1969. A la vuelta su papá tenía la oficina –era psicólogo y trabajaba en selección de personal– y al lado había funcionado, hasta su demolición, el Hotel Melancolía, lugar bohemio por donde había pasado su padre y, entre otros, Violeta Parra. “Yo viví en un barrio que de a poco fue desintegrándose –cuenta–. No era el Belgrano paquete. Lindo barrio, que disfruté y sigo disfrutando porque de Colegiales me voy caminando a las plazas que hay por allí. Mi viejo era corte intelectual rebelde, beatnik. Y mi vieja es otro palo. Es la parte más burguesa de la familia, sobre todo más cultivada, no burgués en el sentido conservador, sino más libre pensador, ideas humanistas. Mis otros abuelos eran socialistas, tipo obrero y éste era más tipo intelectual. Tengo esos dos lados. Con el tiempo uno va entendiendo esas cosas. Pero creo que cualquier persona de Buenos Aires es como que pierde su cultura originaria, por decirlo de alguna manera. Y si sos de la ciudad te mezclás con todo. ¿Suizo? Sí, yo puedo comer la fondue y tener cosas que me vinieron de ahí pero mi cultura es la de Buenos Aires, urbana. Mis padres por ejemplo no tomaban mate. Yo sí, claro.”
A los diez años, después de ver a Egberto Gismonti –había ido con sus padres, que tenían la posibilidad y eran habitúes de la música en vivo– pidió que le regalaran una flauta. “Me acuerdo de ver y pensar ‘quiero eso, ¡necesito eso!’.” Y allí empezó a estudiar. En la secundaria coincidió con Alejandro Terán y Diego Frenkel, entre otros, con quienes compartiría a lo largo de su vida más de un proyecto musical. Y también fue en la secundaria que participó de cuanto grupo o banda hubiera. “Estuve en la banda de Diego Clemente, un grupo folclórico onda lo que sería hoy Aca Seca Trío, que se llamaba Rama y estaba buenísima. Después de ver a Uña Ramos en vivo quedé prendido de la música andina y al poco tiempo me vinieron a buscar otros pibes del colegio que tocaban esa onda y yo no lo podía creer. Estuve en Instrucción Cívica con Kevin Johansen también.” A los dieciocho se compró una porta estudio –ya tocaba flauta, saxo y algunos otros instrumentos de viento– y cuenta: “A esa edad empecé a grabar música y a los diecinueve hice mi primer trabajo que fue para una obra en el Parakultural para El Clú del Claun con Batato Barea y demás. Tremendo, ochentoso. Ahí tuve que componer por encargo por primera vez en mi vida y después lo seguí haciendo durante mucho tiempo”.
Es alguna tarde de 1987 y Axel –en colectivo, auriculares puestos– escucha que en el programa al que él estaba llevando (Submarino Amarillo con Tom Lupo), por segunda vez, uno de esos casettes que el mismo grababa, está Luca Prodan. Hablando, jodiendo. Al llegar, Luca ya no estaba pero, como él había llegado tarde, lo dejaron para el final del programa. Prodan vuelve y dice, escuchando esos temas de Axel: está buenísimo. “Yo estaba mucho con el absurdo, dibujaba, una estética muy puntiaguda, entre cómico y truculento. Eso lo quise llevar a la música modificando la altura, poniendo la voz al revés, variando velocidades. Ese cassette tenía un tema que se llamaba ‘Cucucu chuchu’, que era algo que se repetía durante todo el tema y arriba una letra que decía ‘como estás, cómo estás, pulgas y mosquitos ya no molestan más, es la música que avanza y retrocede a la vez’. Nos volvimos a encontrar un par de veces, ahí lo conocí a Marcelo Albiser que era pianista clásico. Recuerdo que Luca le decía: ‘pero no sabe tocar blues’. Luca era malísimo y a mí me daba miedo. Me trataba con deferencia, lo que para mí era increíble. Una noche me invitaron a tocar en el Parakultural y fui con el saxo y después de presentarme en el escenario bajamos y el público nos rodeó y empezó a corear ‘Oh, oh oh oh... peace and love’ y yo con el saxo y Luca cantando. Ese fue el momento mágico con él. Después me dijo que se iba a Córdoba y que cuando volvía nos juntábamos. Y a los pocos días murió.” Vale la pena buscar en Internet el audio donde Luca, en algún programa de radio y pocos días antes de morirse, dice: “Hay un tipo acá que no es conocido para nada, que se llama Axel. El toca saxófono (así lo pronuncia) y en su casa hace cosas con teclados y batería electrónica que no son blanditas e insignificantes como Los Encargados. Son cosas con humor y muy buenas cosas. Seguro que va a llegar a ser muy famoso (...) Y encima es un súper buen tipo”.
Fue entonces que, desde aquel trabajo para El Clú del Claun, Axel no paró de hacer música. “Después de ahí hice cosas menos heroicas, como películas y obras de danza.Ya tocaba teclados ahí. Hice mucho danza y cine. No le diría laburo como se entiende el laburo de ‘música para’. En un momento lo que sí hice entre los veinticinco y los treinta, fue trabajar bastante en publicidad. Siempre desde un lado autogestionado, nunca tuve empleados, aunque los podría haber tenido. La vi y dije ni en pedo. Es otro tipo de aproximación a la vida, no te digo que a veces no me arrepienta, pero elegí un camino un poco más complicado que es el de hacer tu propia música.” Entre 1992 y 1995 formó parte de La Portuaria –”eso tomó mucho tiempo, un par de años de giras intensas que lo aproveché bien, creo que en ese momento me profesionalizó. Empecé a cantar un poco más y quedó algo ahí que me interesó seguir, empecé a cantar y a bailar y me gustó”–. En 1997 participó de la gira El último concierto de Soda Stereo, a la vez que participaba como colaborador y/o sesionista de varios proyectos y empezaba a animarse con algunas cosas propias; como por ejemplo Mulo, brevísimo grupo que formaron con Alejandro Terán para tocar sus canciones y que tuvieron una única pero muy buena presentación en vivo en 1993 donde se acompañaron por los músicos de La Portuaria; y también Rosas del Hampa, banda que compartió con, entre otros, Divina Gloria, Sebastián Schachtel y Christian Basso. “Iba tibiamente acercándome a hacer algo donde estuviera más expuesto y comprometido”, dice.
Más allá de todo el recorrido que llevabas encima, es recién a tus treinta años que editás tu primer trabajo propio...
–Sí. Mientras pasaba todo eso seguía dándole por el lado de la edición, el copy y paste que me enloquecía. Trabajé en eso hasta que sí, en un momento dado tenía un material del que podía decir ‘bueno, esto es un disco’. Gracias a gente como Fernando Samalea, que me empujó mucho a que me jugara. Tardé bastante y hay una especie de disco que hice pero que no edité. Pensé mucho, demasiado quizás, y en ese momento la posibilidad era sacarlo en cassette. Año ’92 más o menos, ya tenía un material, una cantidad de temas como para editar pero no me decidí. Es difícil. Es un paso que tenés que dar y siempre te preguntás: ¿vale lo mío, hay tantas cosas buenas que por qué lo mío va a valer? ¿Si yo no sé esto y no se aquello, si sueno mal o no se tocar bien? Después, entre justificaciones, me animé.
En cuestión, su primer disco Echale Semilla fue editado en 1999 a través de Los Años Luz y consiguió rápidamente sus repliques en Europa: lo editaron en España y muchas de sus canciones aparecieron en varios compilados que se colaban en ese continente y en Asia. Y durante ese tiempo, si bien no se radicó en Europa, sí pasó buena parte del tiempo allí, más precisamente en España. Le siguieron Secreto y Malibú (2003), Zorzal (2005) y Pesebre (2009), todos editados aquí por el mismo sello. Y tuvo el tiempo y las ganas –y se dio el gusto– de armar junto a Christian Basso el Sexteto Irreal, proyecto que en su idea primera era poder tocar los temas solistas de ambos pero dada la conformación total –la banda se completa con Alejandro Terán en vientos y cuerdas; Fernando Samalea, batería, percusiones y bandoneón y Manuel Schaller, theremin y samplers– el grupo terminó editando un disco propio Jogging (2010) de un vuelo y una musicalidad poderosa. “El grupo está y no está y siempre fue así y seguirá así y espero que sigamos tocando porque pasan cosas que no pasan en nuestros shows independientes de cada uno. Es muy divertido ver a esos campeones tocar”, dice.
Los discos y las canciones de Axel Krygier son tan eclécticas como inclasificables. Canciones sin bordes. En ellas pueden sonar cosas como la chanson, músicas de raíces criollas, afros, clásicas o barrocas, tango, funk y música disco, voces distorsionadas, sampleos y ruidos de los más diversos, silbidos y demás: cadáveres exquisitos que vienen de un lugar que no se sabe cuál es, que van hacia otro igual de desconocido y que, en su punto equidistante hay algo: el goce. “No soy purista. En absoluto. Digamos que los estilos me entusiasman hasta el punto que me choco con algo que no soy yo. Por ejemplo, el jazz. Me encanta y hay que tener un talento especial para tocarlo pero la identidad de la música, en un punto, no te representa completamente. Yo he buscado algo que me represente más cabalmente. En la base de mi música hay Beatles a fondo, la primera psicodelia de Pink Floyd, que se escuchaba mucho en casa, el primer rock nacional.” Axel recuerda algunos juegos que hacían con su hermano (Ruy, también músico): cada uno se ubicaba en una habitación diferente de la casa y componían, a lo lejos, las partes de una misma canción. Así, por ejemplo, podían llegar a cantar “era un músico famoso, pero se dejó llevar y ahora está tirado en medio de la calle y ya no puede ni cantar” imitando corporal y gestualmente a Sandro. El explica: “En casa había una mucama que escuchaba la radio, y no era la música que escuchaban mis viejos: escuchaba Camilo Sesto, por ejemplo. Dick el Demasiado dice que él se influenció por la cumbia escuchando la música que le gustaba la mucama en su casa. Y eso es completamente cierto. Nos influencia lo que está cerca nuestro. No hace falta que venga o que estemos culturalmente preparados. Eso siempre estuvo ahí como una materia rica. No algo que está ahí para burlarse sino que le da un condimento a las cosas que por su contraste produce placer. Al mate y al folclore lo llevé yo a mi casa”.
“Este es el primer y unico disco mío que podría ser el de una banda.” Axel se refiere a su nueva y notable producción –Hombre de Piedra– y a la banda que lo acompaña: Diego Arcaute (batería), Juan Ravioli (guitarras), Ezequiel Cutaia (bajo) y Manuel Schaller (theremin). El disco además cuenta con la participación de Sofía Viola, Daniel Melingo, Rodrigo Muhamad Habibi el Rodra Guerra, María Ezquiaga. Juda Warsky, Samalea, entre otros. Hombre de piedra es, de alguna manera, el disco más cauto, más moderado en toda la discografía de Axel. No sólo por su duración –once canciones, menos de cuarenta minutos– sino también por su sonoridad. “Es un disco mucho más discreto que los otros a nivel tímbrico”, dice él. Hay sí, otra vez, una variedad de cosas: lo disco y funk en “Lo tendré que adivinar”, lo balcánico en “Changarín”, esa especie de dub que es “Esa paz”, tan hipnótica en su comienzo; el spaghetti western en “Mosquito”, el reggae –que luego se vuelve medio guajira en su música y tan bolero en su letra– en “Alcohol”. Entender a este disco como una obra conceptual resulta un poco exagerado aunque sí se puede –y se debe– señalar que hay cierta idea que lo subyace y cruza: por un lado el nombre, el arte de tapa, algunas de las canciones y de los dibujos hechos por el propio Axel se deben a algunas obsesiones que siguieron al músico durante un buen tiempo: el libro El pensamiento salvaje de Claude Lévi-Strauss y un documental sobre La Caverna de Lascoux: “Vi las esculturas que había, las pinturas, que se correspondían con constelaciones como la osa mayor, con mapas de la luna, el recorrido de la luna pero hace 35 mil años. ¿Entonces, la historia que venimos haciéndonos del ‘uga uga uga’ de dónde viene?”.
¿La canción “Tiempo y tierra” puede vincularse con eso que dijiste hace algunos años, a tu vuelta de estar un buen tiempo afuera: “Asumí mi pueblo”?
–Sí. Es una canción al barrio. Esa sensación de estar pisando las mismas calles de hace cuántos años. “Planchando la tierra curvando el espacio” eso de ir en un planeta redondo pisando y pisando. La letra podría ser un tango. Pero en eso me gusta más el rock and roll que el tango para expresarme. No me pongo el jopo de Elvis, pero estoy más cerca del jopo de Elvis que del funyi del tango. Después de Manal qué se puede decir. O sea, está todo ahí.
En algunas canciones se escuchan algunos pasos de fondo. Pasos que bien podrían ser los del propio Axel que, como decía en esa canción que a Luca le gustó, avanzan retrocediendo. Como dice en este disco: de adelante para atrás iluminando milenios.
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