Domingo, 12 de julio de 2015 | Hoy
TELEVISIóN TRUE DETECTIVE
La primera temporada de True Detective resultó tan admirable y poderosa –incluso para sus pocos detractores– que cualquier cosa que hiciese su creador Nic Pizzolatto para la segunda parte iba a ser examinado con bisturíes. Hace tres semanas empezó la segunda temporada: el cambio es radical. No hay más gótico sureño ni referencias al terror clásico, ni escenas de buddy-movie, ni soliloquios en un auto ni la dirección exquisita de Cary Fukunaga. El paisaje es el de la Baja California, con sus autopistas, sus desiertos y su urbanidad gris. Y si antes la religión era central, ahora lo es el poder del dinero. Con cuatro protagonistas –Vince Vaughn, Rachel McAdams, Colin Farrell y Taylor Kitsch–, una trama enmarañada y referencias que van de la novela negra de Los Angeles a los problemas de ingeniería social, True Detective 2 apuesta a volver a enamorar o perderlo todo en el intento.
Por Fernando Krapp
Nic Pizzolatto creó un monstruo: aquel relato mórbido de True Detective que sin pedir permiso se adjudicaba la herencia faulkneriana en los cambios temporales, los paisajes del sur de Estados Unidos y sus personajes oscuros con más cosas para ocultar que para contar. Después de emitida, elogiada y premiada, la fama de True Detective se alzó con una sombra de expectativa. Ahora, la vara que sostiene el péndulo sobre la cabeza de su creador está demasiado alta y afilada. No es lo mismo aparecer de la nada con un piloto bajo el brazo en busca de productores ejecutivos deseosos de nuevas promesas, que ser, justamente, El Guionista del momento, y estar en la mira de todos los críticos, el show business, las networks, las plataformas digitales, o peor, de todos los espectadores del mundo, con sus adorables matices. En los tiempos que corren para la industria de la Nueva Televisión Norteamericana ya no se trata pegarla, sino de cómo volver a pegarla; el éxito no garantiza el éxito. Algo de eso se huele en la segunda temporada.
Así que el monstruo generó mucha expectativa. Y merecida. Su fantasía épico-policial no solo desató un pequeño torbellino, poniendo en imágenes las primitivas alucinaciones de H. P. Lovecraft y Ambrose Bierce, mezcladas con la novela de detectives, Emil Cioran, el terror moderno y misántropo de Thomas Ligotti, William Faulkner y Robert W. Chambers, sino que construyó una manera “novedosa” (dentro del formato) de narrar; pausas, predominio de silencios, cambios temporales que remitían a Retorno al pasado, de Jacques Tourneur. Una vez terminada la primera temporada junto con los aplausos y los Emmy, el problema creativo se planteaba para Nic Pizzolatto: ¿qué hacer? Dado que había sido más una miniserie que serie, ¿debía usar la temporada como fórmula para repetir lo anterior? ¿Tenía que volver a pasear la cámara en sus cuatro por cuatro, reformulando el género policial de buddy movie con más silencios y más soliloquios expresivos? Y lo más importante, ¿tenía que volver a usar Louisiana, el paisaje de su infancia? Por lo que cuentan otros guionistas que trabajaron con él, Pizzolatto tiene pocas pulgas; es un tipo parco pero instruido (pasó de dar clases en una universidad a bartender, y no a la inversa), con un pasado de infancia poco feliz que él mismo prefiere mantener en secreto. Como se dice mal y pronto, es un tipo “vieja escuela” metido en un ambiente moderno, sin ningún familiar que le haya hecho palanca o amigo que lo tutele.
“¿Por qué debería hacer otra serie ‘buddy-cop’? Creo que todo lo que podría decir sobre el genero de ‘policías amigos’, ya lo dije. ¿Realmente quieren volver a ver a dos estrellas charlando arriba de un auto?”, dijo Pizzolatto en una extensa entrevista a Vanity Fair, y con eso dio un volantazo; dejó en claro que no volvería a repetir la fórmula. Mantuvo la estructura episódica de miniserie pero cambió concepto; si el lema de la primera temporada era la nietszcheana frase “cuando mirás el abismo, el abismo te mira a vos”, para esta la frase (logline dirían los guionistas más ortodoxos) es: “Tenemos el mundo que nos merecemos”. Pizzolatto esta vez no se fue de boca para hablar de referencias ni influencias literarias, tuvo más recaudos. Apenas le adelantó a un periodista que la serie trataba de “mujeres fuertes, tipos duros, y el secreto oculto del sistema de vial de los Estados Unidos”. Sin embargo, los rumores se habían desatado: que iba a estar basada en la novela La subasta del lote 49 de Thomas Pynchon (algo raro de haber ocurrido, realmente), que no iban a ser los mismos actores (se habló de Brad Pitt), que no iba a transcurrir en Mississippi ni en Louisiana ni iba a tener una remota referencia al gótico sureño (algo que hizo enojar, cuándo no, a los denominados “haters”).
Hubo otros rumores más concretos; como el hecho crucial de que esta nueva temporada no iba a estar dirigida por Cary Fukunaga, responsable en gran parte de la estética y la impecable dirección de actores de la parte uno. Se dijo que hubo un choque de egos (aunque ninguno de los dos hizo declaraciones sobre el tema), y que Fukunaga prefirió abocarse a una larga fila de proyectos cinematográficos que tiene sobre su escritorio, como la remake de It de Stephen King para Warner. Se habló de William “Exorcista” Friedkin, quien después de sus aclamados telefilmes Bugs y Killer Joe, pareció volver de un largo ostracismo. Pero al final se aseguró que la dirección de los primeros tres capítulos –que ya fueron emitidos por HBO– estarían en manos de Justin Lin (otro director de herencia oriental) responsable de la franquicia de Rápido y Furioso y de la nueva de Star Trek. El cast, por otra parte, se definió con cuatro estrellas (a diferencia de dos): Vince Vaughn, Colin Farrell, Rachel McAdams y Taylor Kistch, todos ellos no ya entre las refinerías de Louisiana, sino en un remoto pueblo superpoblado de la baja California, un lugar tan imaginario como real.
A unos kilómetros al sur de California, llegando al límite con la frontera de México, se esconde una ciudad muy pequeña llamada Vernon. Hasta allá fue Pizzolatto tras mudarse al Oeste con su esposa y su hija, manejando de sur a norte, por toda la costa. Después de un largo rastreo, dio con las compuertas de esta pequeña ciudad pos industrial amurallada por los mataderos, los desechos tóxicos, las petroquímicas y el humo fabril. Usada como zona liberada y paraíso fiscal, la ciudad está regenteada por dos familias y en los últimos años se presentaron denuncias por estafas a funcionarios públicos que nunca se presentaron a elecciones. Quizá por haber tocado alguna sensibilidad emotiva –no olvidemos que Pizzolatto creció entre un montón de refinerías en Louisiana– Vernon ejerció un impacto: había encontrado el lugar para levantar los cimientos de su propia ciudad ficticia, Vinci.
La ironía de su nombre es un homenaje a la vieja ciudad costera que, hace muchos años (aunque quizás no tantos), Dashiell Hammett nombraba como “Poisonville”. La referencia a Leonardo Da Vinci es evidente, y por lo tanto al momento histórico del Renacimiento; cuando construir una máquina para volar parecía posible o trazar un diseño urbano con funcionalidad más humana que teológica. La época naciente de la ingeniería moderna, el dominio de la técnica por sobre la naturaleza... pero un paso más allá, al borde de su propia destrucción y de su deterioro. Pizzolatto entonces ubicó a sus personajes en ese lugar pos industrial: pensó en un detective con una relación muy estrecha con un empresario, una sheriff ex combatiente de Irak con un pasado oscuro en una comunidad neohippie, y a un guardia de la costa que, sobre su moto, intenta escapar de un pasado tormentoso. En el medio, aparece el cuerpo de un socio y testaferro, castrado y con los ojos vacíos. Alrededor de ellos, un asesino a sueldo que viste de negro y lleva un pico que le cubre la cara como un “cuervo”. Una vez que tenía a un muerto, Pizzolatto solo se puso a ver cómo sus personajes desarrollaban la trama.
“Leí muchos manuales de policía. Historias verdaderas contadas por policías. Me leí completa –más de mil páginas– la guía Practical Homicidal Investigation. Leí sobre cómo resolver un crimen, su procedimiento. Cuando escribo, trato de hacer el mismo método que hace mi personaje. Doy vueltas por mi habitación hablando como lo haría mi personaje, imaginando cosas. Cuando se levanta por la mañana, ¿qué es lo primero que piensa? ¿Se levanta enojado? ¿Se levanta y le pega una piña a su padre en la cara? Empiezo desde adentro de los personajes hacia fuera –todo lo que hay es una proyección de lo que le pasa–. El mundo es una proyección... Tanto en la primera temporada de True Detective como en lo que va de esta segunda, Pizzolatto estructura la trama en sus personajes. Son sus motivaciones, sus miedos, su forma de enfrentarse al entorno, y sobre todo su forma de lidiar con el pasado, lo que va a moldear la estructura de la serie. En una entrevista para HBO aseguró que quiso estar abierto a cualquier tipo de estructura sin dibujar una línea determinante. “Como los personajes se multiplicaban, y sus preocupaciones grupales e individuales crecían, pensé que una estructura lineal funcionaría mejor.”
Y está, claro, el paisaje. Pizzolatto comenzó siendo pintor antes que escritor, y el paisaje funciona como un detonante de la historia. El paisaje habla. Y ahí están las largas autopistas que en distintas tomas aéreas se anudan como cuadros de pinturas contemporáneas para unir y dividir a los personajes. El paisaje de la costa oeste determinó también el universo. Así como en la primera temporada la religión jugaba un papel importante en relación con los círculos de poder, en la nueva temporada el dios es la plata. Y cuando se habla de plata en referencias literarias se habla del noir y del neo noir. Desde los nombres de siempre –Hammett, MacDonald, Chandler, Goodis, McCoy, y sobre todo James Ellroy– hasta los no tan de siempre como El poder del perro de Don Winslow y las novelas de James Sallis. Y también es ineludible China Town de Roman Polanski, por cómo un problema de ingeniería social –la desviación del agua– conduce hacia la ingeniería emocional. Y, créase o no, también hay destellos del mundo onírico de David Lynch.
Los climas enrarecidos, el uso entumecido del campo sonoro, cierto regodeo perverso con el imaginario, hacen que la trama se enrosque sobre sí misma, y se dispare, como un perro que se muerde una cola mutilada, hacia el centro de los traumas. “Mentiría si digo que True Detective es una serie más de ideas que de intimidades. La intimidad que se encuentra al forzar a dos personas en un mismo auto, la intimidad que se obtiene cuando no se decide. Escribo sobre almas que están al borde de la línea, sin importar mucho el significado de esa palabra. Aunque no lo use en un sentido religioso. Pero la esencia de quiénes somos, eso está sobre la línea. A un nivel muy simple, todo lo que escribí en mi vida, incluida esta temporada y la primera, es sobre el amor.”
Lo más novedoso de esta nueva temporada es el trabajo con los actores. Obviamente, cuando nadie lo conocía Pizzolatto se tomó el trabajo de escribir la serie completa sin saber a donde iría. Su fama ahora le permitió tener a sus actores cuando apenas había escrito el tercer capítulo. No muy dado a trabajar en grupo –tuvo problemas durante su primer trabajo en el equipo de guionistas de The Killing– una vez definido el casting, escribió la serie completa él solo. Se tomó la libertad de imaginar a Colin Farrell como el detective Velcoro, capaz de reventarle la nariz con una manopla al padre de un chico que molesta a su hijo; a Vince Vaughn como Frank, el melancólico empresario que intenta revelar qué pasó con la muerte de su socio Caspere y destrabar un importante negocio relacionado con la distribución de las autopistas; a Rachel Adams como Antigone Bezzerides (su nombre griego define bastante sus carácter, lo mismo que el de su hermana Atenea, una actriz de la industria del porno casero) en el papel de la sheriff que tiene que convivir en un mundo de “hombre fuertes”, y a Taylor Kitsch como Paul Woodrough, el guardacosta atormentado que guarda un edípico secreto.
Pizzolatto intentó repetir la fórmula en este detalle: si Matthew McConaughey se estaba “recibiendo” como actor serio para dejar atrás un pasado de galán de comedias románticas, volvió a buscar actores que “descolocaran” al público. La cara angelical de Rachel McAdams remite al prototipo de “the girl next door” y el bigote démodé en Colin Farrell no resalta mucho sus virtudes de irish lover. Pero lo más extraño es Vince Vaughn; un actor de la Nueva Comedia norteamericana, compañero de andanzas de Ben Stiller y Owen Wilson. Pizzolatto se entusiasma con su elección: “Vi poder e inteligencia en sus primeros trabajos dramáticos y creo que esas cosas no desaparecen. Puedo sacar aspectos de Vince Vaughn que nadie pudo ver”.
Esos fueron, hasta ahora, los halagos más fuertes que ha tenido la serie desde su estreno, tres lunes atrás, por HBO: el trabajo seco y sólido de Vince Vaughn, junto con el tratamiento visual. The New York Times señaló que en esta nueva temporada los papeles femeninos son más centrales, a diferencia del ambiente masculino que se narraba en la primera temporada. Sin embargo, las repercusiones de la serie en los medios más importantes de Estados Unidos y de Latinoamérica fueron dispares. Pizzolatto se había mostrado firme ante las críticas de la primera temporada (la falta de desarrollo de los personajes femeninos y la demanda de que tuviera una resolución demasiado “sencilla”), pero no pudo dejar que le tocaran un poco el ego: algunos siguen esperando que Rust Cohle aparezca deus ex machina en la Baja California con su voz rasposa para arrestar falsos adoradores de Carcosa, otros en cambio intentan prever hacia donde disparará una trama que tiene cuatro personajes centrales orbitando en tiempo presente, alrededor de un funcionario muerto. Pizzolatto está impaciente, igual; mientras la voz rasposa de Leonard Cohen repite en la canción de apertura “Never mind, Never mind” (“No te preocupes, no te preocupes”), sabe que no tiene una serie entre manos, sino un monstruo; sabe que su sombra puede expandirse hacia un nuevo y oscuro horizonte, o puede devorarlo por completo.
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