Domingo, 2 de agosto de 2015 | Hoy
PERSONAJES DAMIáN DREIZIK HACE A WALTER BENJAMIN EN DIARIO DE MOSCú
Por Mercedes Halfon
Debe ser la primera vez que el más célebre filósofo judío alemán de la Escuela de Frankfurt aparece representado en un escenario porteño. Lo raro no es sólo que Walter Benjamin y todas sus preocupaciones sensibles se hagan lugar en la agitada cartelera off, sino que el encargado de llevarlo a escena con su bigote tupido, su saco y su sombrero de fieltro sea nada menos que Damián Dreizik. Es bastante impensado para un actor que si hay algo que ha hecho en los reductos teatrales que viene trajinando desde hace treinta años, es comedia. Y Diario de Moscú, la pieza en cuestión, no es en absoluto una comedia, aunque tampoco un dramón, ni una pieza filosófico especulativa.
Algo está claro: su objetivo no pareciera ser provocar las carcajadas a las que tanto y tan bien nos tiene acostumbrados Dreizik, sin embargo verlo a él hacer de Benjamin es tan inesperado como el famoso encuentro de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, que anhelaban los surrealistas. Y en eso, en esa dimensión sorprendente que tiene todo encuentro fortuito, es que aparece la marca de Dreizik. Un actor que más allá de los géneros o lenguajes en los que trabaje siempre hizo creaciones personales, un actor-creador, de esos que a cada personaje que encarnan le ponen un sello que es rastreable en toda su carrera, desde sus mismos inicios.
Según cuenta Damián Dreizik, después de un intento fallido de estudiar Bibliotecología –en busca, quizá, de un trabajo estable– quiso entrar en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, pero fue rechazado. Era habitual por esa época, muchos otros actores buenísimos se hicieron fuertes luego de esta negativa. Fue ahí que conoció a otro chico un poco golpeado y muy intenso que venía de hacer el servicio militar durante la dictadura: Carlos Belloso. Juntos intentaron entonces ingresar al Conservatorio Municipal y afortunadamente para el teatro local, tuvieron éxito. Era el comienzo de una bonita amistad y también de la democracia en el país. Dreizik acababa de llegar de la costa atlántica donde había hecho de caramelo Sugus al calor de las peatonales regadas de niños y tenía la necesidad de encontrar desafíos que lo llevaran a un lugar nuevo.
Así fue que nacieron Los Melli, el primer hito en la carrera de Dreizik, un dúo cómico híper formalista con el que atravesaron el under de las décadas del 80 y del 90 en Buenos Aires. Belloso y Dreizik hacían intervenciones de escasos minutos donde la gracia era que a pesar de su notable diferencia física estaban vestidos y maquillados iguales y sus voces estaban sincronizadas a la perfección. Mezclaban textos como un reglamento de natación y un poema de William Blake. Todo esto, claro está, en el Parakultural, donde hicieron época junto a otros genios de la actuación y el delirio como Batato Barea, Urdapilleta, Tortonese y las Gambas al Ajillo. Lo más simpático de su pertenencia a ese espacio es que ellos dos hacían ahí los “trabajos prácticos” para el Conservatorio, o mejor dicho, ponían en práctica los conocimientos que les bajaban desde la academia. Entre punks, rastas y rockers, como suelen decir.
Finalizada la década del ochenta, paralelamente a estas búsquedas, Dreizik inició otra veta, que es quizás la que menos se destaca pero donde caló hondo. Fue el coprotagonista de Rapado de Martín Rejtman, la película pionera del Nuevo Cine Argentino. Allí su voz aflautada, solemne para la parodia, en contradicción, en tironeo, entre con su rostro impávido y las frases líricas que suele proferir, encontró un marco cinematográfico. Dreizik aparecía en los primeros minutos del film mítico de Rejtman en piyama y acompañaba al protagonista a una comisaría para declarar el robo de una moto y un par de zapatillas. Luego intercambiaban billetes de cien pesos y raquetas de paddle durante toda la película, rescatando el espíritu de los ’90 antes que existiera como tal, en esa lucidez extrema propia de una película histórica. Era el año ’92 y con su actuación Dreizik inauguraba y marcaba el rumbo de las actuaciones del que sería el nuevo cine argentino. El venía de antes y siguió después con ¿Sabés nadar? de Diego Kaplan en el ’97, Solo por hoy de Ariel Rotter en el 2000, Herencia de Paula Hernández del 2001, entre otras.
Y luego de muchas otras experiencias en televisión –sólo mencionar al pasar el suceso de la publicidad La llama que llama por la que la voz de Dreizik se hizo conocida a nivel nacional o programas de culto como Delicatessen y Todo por dos pesos–, más cine, teatro –recordados monólogos como La maña o Groenlandia– llega esta obra. Se estrenó originalmente en el Cultural San Martín, donde realizó una temporada a sala completa y ahora hace funciones en el circuito independiente. Y Dreizik es allí Walter Benjamin en un período poco explorado.
Hay que contar que este filósofo residió en Moscú unos meses entre 1926 y 1927 para presenciar el gobierno bolchevique, en quien depositaba esperanzas y cautela por partes iguales. El viaje tenía también otro significado: volver a ver a Asia Lascis, una actriz letona que vivía en Moscú, a quien había conocido unos años atrás. Durante ese período Benjamin mantuvo un diario donde anotó sus impresiones sobre la capital rusa –sus costumbres, comidas, personajes, arquitectura– cruzadas con la descripción de sus encuentros con Asia. El diario es un fresco de época y una historia de amor, melancólica, idealista, fallida. Diario de Moscú –la obra– propone recuperar dicho diario personal y convertirlo en un hecho escénico con un realismo emotivo que peca por momentos de ingenuo al pretender salvar las distancias entre referente y signo, con una dura mímesis. Dreizik está muy parecido a Benjamin, el frío moscovita es recreado con gruesos tapados y bufandas; el estalinismo creciente con disputas a los gritos entre los más y menos comprometidos con las rigideces revolucionarias. En el escenario Dreizik está acompañado por Anita Gutiérrez y Ramiro Agüero, además del virtuoso Marcelo Katz que toca el piano en vivo. La propuesta en su conjunto conmueve. Y no deja de sorprender porque ¿quién hubiera pensado verlo a él, el hilarante actor que cruzó con sus interpretaciones las propuestas más experimentales del teatro de los ’80, el cine de los ’90 y la tele de los 2000, hacer del más querido y sufrido filósofo del siglo XX?
Diario de Moscú, en el Teatro Anfitrión, Venezuela 3340. Reservas al 4931-2124, todos los viernes a las 21.
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