PERSONAJE. EL REGRESO DE CHRISTIAN SLATER CON LA SERIE MR. ROBOT
› Por Andrea Guzmán
Un monólogo colérico del comediante Lenny Bruce, una canción épica de Leonard Cohen, un insolente e híper sexual DJ adolescente –héroe anónimo de la secundaria– que denuncia la hipocresía norteamericana y los abusos de poder en su escuela hablando en una radio de onda pirata. Todo es parte del universo juvenil de Christian Slater en Pump Up the Volume (Suban el volumen, 1990), una de las películas más recordadas y entrañables de sus inicios, en la que interpreta a un chico tímido que por las noches se convierte en un anárquico locutor de radio desde su sótano, sembrando el caos en una conservadora escuela de Arizona. “Vaya, ahora siento ganas de pegarme un tiro. Por suerte estoy demasiado deprimido para molestarme”, disparaba a sus jóvenes oyentes como Mark Hunter en esa película. Así se podría resumir también su actitud como personaje agitador de la época, el ídolo adolescente existencialista que nunca se queda con la chica, o que termina en la cárcel, o que se inmola atándose una bomba al cuerpo y estallando en mil pedazos mientras Winona Ryder enciende un cigarrillo. Un impetuosísimo anti galán trash que transitó el inicio de los noventa como especie de reversión contestataria y menos optimista de los retratos de adolescencia del maestro John Hughes. En historias donde el suicidio, los bullys, el aislamiento adolescente son temas cruzados por una violencia latente, pero también descreída y pop. Musicalizadas por Sonic Youth. Por los Pixies. Por los Beastie Boys. El último héroe rebelde de la generación.
“Quiero hacer cosas que me hagan cagar de miedo”, declaraba el mes pasado a Rolling Stone un Slater de ya 45 años, pero con intacta insolencia teen a propósito de su regreso a la televisión. Se trata de Mr. Robot, un thriller cyberpunk que se transmite semanalmente por USA Network y que ya va por su sexto capítulo. La serie fue creada por Sam Esmail, el responsable de la película drama sci-fi Comet y con él, Slater decide volver de lleno a la pantalla chica después de apariciones más bien esporádicas. A pesar de sus sistemáticos intentos por separarse del personaje de antihéroe insurrecto –el periodista de Entrevista con el vampiro, el romántico de Corazón indomable con Marisa Tomei o el piloto de Broken Arrow con John Travolta–, su regreso es nuevamente convertido en un antisocial carismático y eso se agradece. Mr. Robot hace pensar de alguna forma en una continuación adulta de su personaje más memorable y favorito de la generación X: el atractivo e inolvidable sociópata adolescente de la Heathers (1988) de Michael Lehmann. Lastimosamente, luego de un primer capítulo perfecto a cargo de Niels Arden Oplev –director de La chica del dragón tatuado original– la serie no se demora mucho en decaer notablemente y perder interés en un confuso entramado de delirios de su perturbado personaje principal. Sin embargo, resulta estimulante verlo de vuelta como personaje secundario y flotante, mentor del joven protagonista de la serie. Y aunque, en sus palabras, en la realidad necesita asistentes para manejar Twitter siquiera, interpreta un líder carismático de la revolución online que recluta hackers para desbaratar los conglomerados empresariales y hacer explotar cosas por doquier.
Hijo del actor de teatro Michael Hawking y de una madre que se encargaba de ser manager de su marido, a Slater no le quedaban muchas opciones posibles y acabó convirtiéndose muy pronto en un exitoso chiquillo de Broadway durante los años ’80, tan prematuro que su primer papel fue en un comercial de pañales Pampers. “Eso es espeluznante”, le comenta su amigo Lars von Trier –que también lo dirigió en Nynphomaniac– durante un diálogo en el Interview Magazine. “¿Qué? ¿Que me llevaran al teatro?” “Sí, que un niño crezca en el lugar más peligroso del mundo.” Lo cierto es que a los 16 años el joven Slater ya era una estrella de cine por interpretar al impetuoso y jovencísimo motociclista de La Leyenda de Billie Jean y al monaguillo de rasgos felinos y pupilo de Sean Connery en la clásica versión cinematográfica de El nombre de la rosa. Pero como confirmación de esa vida peligrosa, los problemas no se demoraron en llegar. Se mudó a Hollywood, nunca más volvió a hablarle a su padre, dejó la escuela y se pasó la adolescencia haciendo servicio comunitario y dentro de comisarías, que pronto se convirtieron en juicios, centros de rehabilitación y períodos en la cárcel. “Estoy loco y no cabe duda. Ya no puedo mentir sobre eso”, se disculpaba un atormentado y tímido Slater a la mitad de sus veinte años después de un episodio de drogas y violencia que lo puso en todos los periódicos norteamericanos. A la par, el chico se convertía en estrella de películas de culto. Un skater forajido investigando el asesinato de su hermano en Gleaming the Cube o un fanático de las películas de artes marciales enamorado de la joven prostituta Patricia Arquette en True Romance de Tony Scott (escrita por un joven y desconocido Quentin Tarantino).
“Esta escuela se autodestruirá. No porque a la sociedad no le importe, sino porque la escuela era la sociedad”, una de las últimas declaraciones de Jason Dean, el protagonista de la deliciosa película Slatereana y favorita por excelencia Heathers, que incluso fue traducida al español con dignidad como Escuela para jóvenes asesinos y se trata de una inteligente, viscosa y colorida comedia negra que muestra a Slater y Winona Ryder en su momento más brillante. La película, de finales de los ochenta, da un paso al costado a los relatos adolescentes que se venían filmando y es tan fiel a su época, a ese momento exacto, que por su contenido habría sido muy difícil filmarla antes y sería demasiado difícil filmarla hoy. Heathers se anima a transformar una clásica comedia de secundaria en una sarcástica, incorrecta y macabra crítica que incluye asesinatos, venganza, suicidio adolescente y amor criminal. Jason Dean en su motocicleta, como un heredero irónico de James Dean, es un sociópata que asesina a los chicos populares y matones de la clase haciendo que parezcan suicidios y generando así, las más absurdas respuestas en una comunidad cínica y despectiva. A ese momento exacto también pertenece el mejor Slater, al milagro de los galanes inusuales, discursivos, borderline. “A veces ser joven, es menos divertido que estar muerto”, se lamenta uno de sus personajes. Es verdad, pero también es divertido tenerlo de vuelta.
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